viernes, 19 de diciembre de 2008

DISCRIMINACION UNIVERSITARIA

El sistema universitario chileno se encuentra entre los más caros del mundo, sólo comparable al de Estados Unidos y otros países desarrollados. Durante el próximo año los aranceles aumentarán alrededor de un 10% en las universidades más emblemáticas del país. Si a estos antecedentes se suma un mezquino sistema de financiamiento y becas de parte del Estado, en un país donde los índices de desigualdad se encuentran entre los más altos a nivel mundial, el resultado sólo puede ser un sistema universitario caro, injusto, clasista, discriminatorio y excluyente. En un mundo que ha transformado el derecho a la educación, consagrado retóricamente en la Constitución, en una cuestión de dinero, de poco sirve la virtud o el talento de un estudiante.

La implementación de políticas de corte neoliberal en el ámbito de la Educación Superior no ha arrojado buenos resultados y más bien ha sido funesto para el país. En los hechos, ha convertido un ámbito estratégico del desarrollo nacional en un gran negocio en el que miles de familias son expoliadas cada año por universidades-empresa por un servicio menos que regular. De hecho ninguna universidad chilena se encuentra entre las cien y ni siquiera entre las doscientas mejores del mundo. La Educación Superior no sólo es cara sino de mala calidad, mostrando pobres índices en docencia, extensión y, ni hablar, investigación.

El gran ausente en la Educación Superior es el Estado, pues como se sabe, de acuerdo a la superstición neoliberal, le corresponde al mercado y no al Estado regular el flujo de bienes y servicios en la sociedad. Esta creencia, convertida en dogma, el mismo que nos tiene sumidos en la peor crisis económica mundial de que se tenga memoria, quizás pudiera tener alguna aplicación a la hora de comercializar berenjenas, pero muestra claras deficiencias cuando hablamos de educación, salud o previsión social. Si la previsión social, representada por las AFP, ya acumula pérdidas por 47 mil millones de dólares (una cifra equivalente a unos dos mil años seguidos de Teletón), la Educación Superior acumula pérdidas no cuantificables en daño social para las familias del país que ven como crecen los aranceles cada año con magros resultados.

En medio de la crisis económica que golpea al mundo entero, es hora de que el Estado asuma con plenitud su papel para asegurar la calidad de la educación en todos los niveles y el acceso de los jóvenes talentosos a las universidades. Más allá de los gobiernos de turno, se trata de un desafío país que compromete nuestro desarrollo presente y futuro. A los estudiantes de Chile les asiste el derecho a reclamar un sistema de becas y un financiamiento digno y adecuado para proseguir estudios superiores, sólo en virtud de sus méritos y talento. Es responsabilidad de la sociedad chilena procurar un sistema que les asegure tal derecho. La actual discriminación económica ejercida por el mercado en la Educación Superior es indigna de una sociedad democrática, políticamente incorrecta, socialmente injusta y moralmente inaceptable.



viernes, 7 de noviembre de 2008

ANTES Y DESPUES DE BARACK OBAMA

La historia nos enseña que al igual como el viento parece concentrarse en un punto del velamen de un navío, las fuerzas sociales convergen en un punto espaciotemporal en torno a un liderazgo que las anuda. Tal es el caso del electo presidente afroamericano Barack Obama, hasta hace poco, un senador por Illinois muy poco conocido en el mundo.

Hay un antes y un después en la elección de Obama en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Podemos reconocer este punto de inflexión en la historia estadounidense no sólo por el hecho de que un candidato afroamericano haya sido electo para ocupar la primera magistratura, superando siglos de marcados prejuicios raciales sino por un giro copernicano en la política de la primera potencia mundial.

El triunfo de Barack Obama representa la más contundente derrota del “miedo” en la sociedad estadounidense. Ha sido derrotado el miedo utilizado con astucia por la administración Bush para arrastrar a su país a la guerra, pero también ha sido derrotado, parcialmente, el miedo de inspiración racial. En última instancia se ha derrotado el miedo al cambio en una sociedad marcada por el conservadurismo. Este fenómeno delata una transformación del imaginario social en los Estados Unidos e inaugura una nueva era en la política de aquel país.

Las nuevas generaciones de la Unión Americana se han expresado a favor del cambio, lo que supone nuevos énfasis políticos en la Casa Blanca. Este talante renovador en una de las sociedades más avanzadas del planeta anuncia algo que ya está en el aire en muchas partes del mundo, una mutación histórica de aquello que se llamó la “conciencia burguesa”. Asistimos a los primeros síntomas de un ajuste estructural entre una nueva sensibilidad o “ethos cultural”, incubado en las sociedades desarrolladas desde hace algunas décadas y los diseños políticos que se requieren en tiempos de la globalización. Este ajuste no es ajeno, desde luego, a las condiciones materiales que lo hacen posible. La actual crisis financiera y la recesión económica que ha originado está marcando un límite: se requiere un salto cualitativo de índole tecno-económico.

El triunfo de Barack Obama debe ser puesto en una perspectiva de cambio histórico: un proceso de renovación de las sociedades burguesas del siglo XXI precipitada por la noción de crisis. A la reconfiguración tecno-económica del capital inaugurada en la década de los ochenta se sigue un reajuste global a un modelo defectuoso y una corrección política de envergadura. La crisis que enfrentamos no atañe sólo a las finanzas y la economía, ni siquiera se trata solamente de una guerra distante e injustificable: se trata de algo más profundo que compromete el modelo de desarrollo, cuyos síntomas son la crisis medioambiental, la crisis alimentaria y la crisis de los combustibles, por mencionar las más inmediatas.

Barack Obama encarna un nuevo liderazgo que recoge las demandas democráticas y multiculturales, pero que se hace cargo también del malestar generado por una recesión económica de escala mundial que promete ser larga y severa. Los desafíos para el próximo gobierno demócrata son mayores y se pueden resumir en algo así como reparar todo el daño ocasionado por el gobierno Bush en todos los ámbitos. Estabilizar la economía doméstica y mundial, reinstalar a los Estados Unidos en el mundo como potencia política y económica, reconstruir el tejido social asegurando oportunidades para los marginados, tales son las tareas urgentes que deberá asumir el nuevo presidente.

El presidente Obama ha logrado concitar el apoyo de su pueblo en torno a las palabras “cambio” y “esperanza” y les ha señalado que “sí se puede” cambiar el mundo. Todos los pueblos de la tierra asisten al momento estelar en que los estadounidenses procedentes de muchas culturas, parecen haber vencido, en parte, sus propios fantasmas, sus propios miedos. Un indispensable primer paso cada vez que se trata de enfrentar lo desconocido, las grandes empresas en la historia.

sábado, 25 de octubre de 2008

JOHN McCAIN Y AUGUSTO PINOCHET


De acuerdo a documentos desclasificados recientemente, el actual candidato republicano a la Casa Blanca John McCain se reunió en diciembre de 1985 con el, entonces, dictador chileno Augusto Pinochet. La visita fue coordinada por el embajador de Chile en Washington, Hernán Felipe Errázuriz, quien consideraba al congresista McCain como un conservador anticomunista amigo y próximo de la dictadura chilena.

El fantasma de Pinochet irrumpe en las actuales elecciones norteamericanas como una mancha maloliente en la trayectoria del aspirante republicano, quien ha proclamado a los cuatro vientos que no se reuniría con “dictadores”. Augusto Pinochet no requiere, a esta altura, presentación alguna, pues ha quedado inscrito en la historia como el general que traicionó al presidente constitucional Salvador Allende en una sórdida conspiración que mezcló dólares y asesinatos, sumiendo a Chile en uno de los periodos más oscuros de su historia.

La visita de John McCain no resulta un incidente aislado. Es un hecho de la causa que fue el gobierno republicano de Nixon y Kissinger el que concibió y financió el cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, sosteniendo una dictadura que desplegó la tortura, el crimen y la brutal represión en Chile durante casi dos décadas.

No podemos olvidar que la visita de John McCain a su amigo Augusto Pinochet se produjo después de que la policía secreta del régimen chileno, DINA, perpetrara el asesinato en la capital norteamericana del ex canciller Orlando Letelier y su secretaria Ronnie Moffitt en septiembre de 1976, en un acto violatorio de las leyes estadounidenses y que no dudaríamos en calificar de terrorismo internacional.

John McCain se ha mostrado ante los votantes de su país como un respetable veterano de Viet Nam, un “héroe de guerra” y paladín de la democracia, un sonriente hombre maduro de pelo cano. La información proporcionada por John Dinges nos devela en cambio, a un hombre muy parecido a George Bush, un político dispuesto a tratar con los peores sátrapas del mundo con tal de defender espurios intereses.

El entorno de la candidatura republicana hará todo lo posible por opacar y minimizar esta “anécdota” en la biografía del candidato, sin embargo, lo cierto es que se trata de un hecho que desnuda el perfil político del aspirante John McCain: uno de los últimos representantes de aquella estirpe republicana que se formó en el añejo discurso anticomunista de la Guerra Fría, un ultra conservador ligado al Pentágono, defensor de las grandes corporaciones y de la hegemonía imperial estadounidense que desprecia la democracia de países pequeños, como Chile.

La figura de John McCain, un congresista estadounidense que se reunió con Augusto Pinochet, y no precisamente para hablar de democracia o derechos humanos, carece de la necesaria estatura moral para aspirar a la presidencia de los Estados Unidos. La candidatura republicana encabezada por John McCain ofende a todos quienes durante décadas han luchado por los derechos fundamentales y la dignidad de las personas, no sólo en Chile, sino en el mundo entero. Es de esperar que los votantes norteamericanos sepan hacer esta distinción a la hora de elegir a su mandatario.

domingo, 12 de octubre de 2008

CRISIS FINANCIERA MUNDIAL: RIESGOS POLITICOS PARA AMERICA LATINA

La actual crisis financiera mundial encuentra su mejor analogía en aquella depresión del capitalismo sufrida en 1929. En aquella ocasión, América Latina no sólo sufrió las consecuencias económicas de una catástrofe bursátil sino que pagó un alto precio político. En efecto, a raíz del colapso de las bolsas, y en los años inmediatos se verificaron en la región 16 golpes de estado. La crisis de Wall Street que se desarrolla por estos días no sólo tendrá consecuencias económicas desde México a la Patagonia sino que augura tormentas políticas en una zona del mundo que con mucha dificultad intenta reconstruir sistemas democráticos.

El riesgo inmediato de una crisis financiera de escala global, para muchos países de Latinoamérica, es la desestabilización de sus precarios sistemas democráticos. La caída de las exportaciones, así como la depreciación de las materias primas en los mercados internacionales, sólo augura un dramático crecimiento del desempleo, una disminución de las tasas de crecimiento y el aumento de la conflictividad social. Un cuadro tal es el terreno propicio para tentaciones populistas y nacionalistas, tanto de derechas como de izquierdas.

Las democracias latinoamericanas han advenido, como norma general, tras experiencias traumáticas, como han sido las guerras civiles en América Central o las atroces dictaduras de gran parte de Sudamérica. Esto significa que la tradición ilustrada-republicana del siglo XIX no mantuvo su continuidad histórica y cultural, por más que se haya intentado su restitución formal en muchos de esos países. Las características de sus modelos productivos y la subsecuente estratificación social mantienen rasgos premodernos en muchos de sus aspectos, constituyendo un grave déficit social y cultural en todos los países de la región. Dicho en pocas palabras: América Latina no posee, hoy en día, una tradición democrática arraigada en su cultura.
.
Las políticas monetaristas aplicadas como dogma por el Fondo Monetario Internacional sólo han acrecentado la vulnerabilidad social de los sectores más pobres y de las naciones en su conjunto. Basta examinar las experiencias recientes en Argentina, Bolivia o México. En este mismo sentido, ni siquiera en aquellos países modelo, como es el caso de Chile, las políticas neoliberales han sido eficientes, pues todos los índices señalan a este país como uno en que la distribución de la riqueza es escandalosamente injusta. Si a lo anterior se agrega una corrupción estructural en la mayoría de las naciones latinoamericanas, y políticas ineficientes en ámbitos tan sensibles como el de la salud y la educación, el panorama es desolador.

La crisis financiera de alcance mundial es un riesgo gravísimo para los actuales sistemas políticos en América Latina, pues quiérase o no, sufrirán el embate económico y político de gobiernos y corporaciones del mundo desarrollado, interesados en preservar sus intereses en la región al menor coste posible. Pero al mismo tiempo, nuestras frágiles democracias deberán enfrentarse con las demandas de sus pueblos sumidos en la miseria y la cesantía. Si como han previsto los expertos, esta primera gran crisis del siglo XXI será larga y dolorosa, el horizonte latinoamericano es más que inquietante, pues la historia enseña que cuando se debilitan los cauces políticos surge, inevitable, la violencia.-

sábado, 11 de octubre de 2008

BARACK OBAMA: PRESIDENTE

Hasta hace pocos meses, muchos miraban con escepticismo un posible triunfo de Obama en las elecciones internas del partido demócrata ante la tenaz oposición de la senadora Hillary Clinton. Y muchos más creían prácticamente imposible que el valiente senador afroamericano tuviese una posibilidad cierta de llegar a la Casa Blanca. Los hechos y los sondeos de opinión, hoy, demuestran lo contrario.

El senador por Illinois, Barack Obama se erige como el candidato con las mayores posibilidades de alcanzar la presidencia de los Estados Unidos, en noviembre próximo. Este triunfo se explica por varios factores, entre los cuales ya hemos destacado su peculiar campaña electoral que ha abandonado el verticalismo “broadcast” para instalarse en la horizontalidad “podcast”. Este fenómeno inédito en el ámbito de la comunicación política viene acompañado por un sólido discurso filosófico-moral arraigado en la tradición norteamericana que sustituye a las “ideologías” con inusitada eficiencia en una sociedad que reclama un cambio frente a las políticas excluyentes basadas en el miedo, propias de la administración Bush. El resultado está a la vista: un movimiento social multicultural por el cambio, catalizado por las nuevas tecnologías que atraviesa la Unión Americana de costa a costa.

La actual crisis financiera mundial, y la subsecuente inestabilidad de los mercados, no ha hecho sino fortalecer la candidatura de talante reformista del senador Obama, desdibujando las pretensiones de su oponente como mero continuismo de la actual administración. Sin embargo, se trata de un arma de doble filo, pues en definitiva el gobierno actual lega a los demócratas un país al borde de la recesión, con un abultado déficit fiscal derivado de una guerra impopular y difícil de justificar.

Las grandes tareas de la administración Obama se pueden resumir en cuatro grandes cuestiones. Primero, estabilizar y reimpulsar la economía estadounidense mediante la regulación de los mercados y la inversión pública en proyectos de alta tecnología, reformulando los fundamentos mismos del capitalismo. Segundo, propender a un nuevo orden político mundial que instale a los Estados Unidos como un actor preponderante, en cuanto una potencia democrática capaz de asegurar la paz mundial. Tercero, construir en su país un nuevo “contrato social” que asegure las oportunidades y la prosperidad a sectores pauperizados y excluidos. Cuarto, enfrentar con decisión los desafíos medioambientales y culturales que afligen a la humanidad toda.

Al igual que Franklin D. Roosvelt, el futuro presidente Barack Obama recibe una nación sumida en la más grave crisis económica-financiera de los últimos ochenta años, con el agravante de que esta vez se trata de una catástrofe que por su naturaleza global no se puede resolver en los límites de las políticas domésticas. En este sentido, el desafío para la próxima administración es mayúsculo: nada menos que poner los cimientos del mundo del siglo XXI. Los problemas que enfrenta actualmente Estados Unidos exigen, como nunca antes, actualizar aquella frase “Think Big”. En pocas palabras, si los norteamericanos pretenden seguir siendo la primera potencia del mundo en este siglo deberán dar un gran salto tecno-económico, político, social y cultural; es decir, ser capaces de estar a la altura de los padres fundadores y protagonizar una Revolución Americana 2.0.


lunes, 15 de septiembre de 2008

martes, 9 de septiembre de 2008

A 35 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO


No es fácil referirse a los sucesos del once de septiembre de 1973, dejando fuera las propias pasiones. Es así porque se trata de un acontecimiento traumático para una gran mayoría de chilenos, cuyas consecuencias debemos vivir cotidianamente hoy. El Golpe de Estado ocurrido hace ya más de tres décadas no es un hecho histórico sepultado en el pasado. Por el contrario, el presente económico, político y cultural del Chile actual no se explica sino por aquella fecha.

La dictadura militar diseñó la matriz de la cual emerge el Chile de hoy. Un modo particular de organizar la economía, el neoliberalismo. Una manera de administrar la política, una democracia de baja intensidad. Un tipo de cultura adversa de toda forma colectivista o asociativa, el individualismo. Este molde sigue vigente en todas y cada una de sus partes. Cualquier observador desapasionado debe consentir que el diseño militar ha sido objeto de escasas medidas cosméticas. Bastará pensar, por ejemplo, en la Constitución Política que sigue siendo la pauta general sobre la que se ordena la vida nacional.

El sentido último de esta reorganización militar del Chile contemporáneo, ha sido y es, salvaguardar la tradición y el orden de la nación. Es decir, como afirmó el mismo Pinochet: salvar vida y fortuna a las elites dirigentes que sintieron amenazados sus privilegios. Dicho con absoluta honestidad, debemos admitir que las vigas maestras del diseño militar han funcionado hasta nuestros días, cumpliendo cabalmente el propósito para el que fueron creadas. Desde la ley electoral hasta la legislación en torno a la salud, la previsión social o las leyes tributarias.

En rigor, la llamada Concertación de Partidos por la Democracia, no ha hecho sino administrar el modelo heredado, con el claro compromiso de garantizar su continuidad. De suerte que más allá de sus epilépticas bravatas y del gastado discurso demagógico, los personeros concertacionistas han actuado más como “estafetas” de la derecha económica que como representantes del pueblo. Incapaces de llevar adelante un proyecto histórico alternativo, se han sumido en una atmósfera de ineptitud y de, para decirlo con elegancia, “debilidad moral”.

Como en una mala novela de terror, el amnésico Chile de hoy vuelve su mirada a las luminosas vitrinas del consumo suntuario, a las rutilantes pantallas de plasma, mientras en el patio desentierran osamentas de algún vecino o pariente. Son los muertos silenciados por esta historia macabra que todavía persiste, obstinada, en ocultar cadáveres en el ropero. El once de septiembre no ha terminado en nuestro país, está presente en cada línea de la Constitución, en el opaco gris de los cuarteles y comisarías; en la risa socarrona del “honorable”, y en muchos “hombres de negocios”. El once de septiembre sigue vivo en quienes tanto le deben al General.

El crimen cometido en Chile no atañe, tan sólo a los dramáticos sucesos conocidos por todos. El verdadero Mal está todavía con nosotros, en nuestra vida cotidiana, en la injusticia naturalizada y aceptada como desesperanza. La verdadera traición a Chile es haber impedido que, por vez primera, aquel hombre y aquella mujer humildes, hubiesen comenzado a construir su propia dignidad en sus hijos, y en los hijos de sus hijos.

En un sentido último, Augusto Pinochet Ugarte, fue la mano tiránica que interrumpió la maravillosa cadena de la vida. Como Caín, el general asesinó a sus hermanos, ofendiendo al Espíritu que late en el fondo de la historia humana. Sus obras, su herencia lamentable ya la conocemos: generaciones de chilenos condenados al infierno de la ignorancia, la pobreza, el luto y la indignidad. En el Chile del presente no hay paz para los muertos como tampoco la hay para los vivos.

Más allá de las complicidades de la mentira para ocultar la naturaleza de aquella tragedia; por mucho que se esfuercen algunos falsos profetas en exorcizar las cenizas, enseñando la resignación; y más allá de los demagogos de última hora que administran hoy el palacio: hay un pueblo silencioso y paciente que encarna el advenimiento histórico de un mundo otro

viernes, 15 de agosto de 2008

Recuerdo de Julio Cortazar


En un viejo grabado que lleva por título “Gravure de Helleu” y al pie la nota “Marcel Proust sur son lit de mort”, se puede ver, en efecto, la cabeza de un hombre con barba que parece dormir. La figura adquiere todo su profundo patetismo al compararlo con un croquis en blanco y negro de Dunoyer de Segonzac, en el cual el cuerpo estirado sobre la cama hace evidente la muerte del escritor. La muerte es tristeza. La vida que es movimiento y sonrisa se nos aparece ausente. Sólo un cuerpo inerte que parece dormido y lejano. La muerte es dolor por ese ser que ya no está y que no estará jamás. De allí la radical soledad del que contempla la muerte, el que debe cargar con el recuerdo y la ausencia.

De algún modo, ese viejo grabado de Proust me trae a la memoria el largo cuerpo de mi amigo, Julio Cortázar, tirado sobre una cama, cubierto por una gruesa manta negra. Fue un día de febrero de 1984, en un segundo piso de un viejo edificio de departamentos. Era un día iluminado por el sol invernal de París. Llegué casi como un desconocido, el amigo chileno del cual alguna vez Julio le había hablado a sus más cercanos.

Me permitieron estar a solas en su cuarto por unos minutos. Hoy siento que esos breves instantes tuvieron lugar en otra parte, en alguno de los mundos paralelos que imaginó el escritor. Como en alguno de sus delirantes relatos fantásticos, había tenido la gentileza de invitarme a su propia muerte, siendo el anónimo protagonista de un secreto relato que se escribía en otras páginas y en el cual nadie reparó.

Su rostro dormido, como el de Marcel Proust, un rostro casi infantil que no me atreví a tocar estaba allí, quieto y absoluto. Como seres afectivos, la muerte nos hiere y nos consterna. Saber que nuestros seres amados, nuestros amigos deben, finalmente, transitar el río de cenizas sólo aumenta nuestra pena. Tal es la sabiduría profunda de una vida, saber que toda alegría y todo sufrimiento encuentran como destino último las cenizas que flotan al infinito y la eternidad.

Aquella tarde salí de aquel fúnebre lugar y sentí ganas de llorar. Me consolaba la idea de que al fin se reuniría de nuevo con Carol Dunlop, cerrando así una hermosa “histoire d’amour”. Caminé por París cargando un luto que no alcanzaba a comprender del todo. Como involuntario flânneur, vagué por la ciudad, sin destino ni propósito alguno, presintiendo que cada imagen, cada gesto quedaría grabado en mi memoria, en mi biografía.

Toda muerte posee el aura de lo trascendental y posee una dimensión sagrada. Cada ser que muere ha sido un eslabón en la maravillosa cadena de la vida que se multiplica en este universo. Toda muerte, por nimia o trivial que nos parezca, es la historia de un “haber sido”, es tiempo florecido a la existencia, luz. Nadie muere en vano. Aceptar el dolor de la muerte, la de otros, la nuestra y la de todo cuanto existe como condición elemental de la vida, tal es el intersticio por donde se cuela la luz.

A veinticinco años de distancia, ha sido la música de Ryuichi Sakamoto, “The Unity of Life”, la que me ha traído la tristeza de la muerte, abriendo una puerta que, en vano, he tratado de olvidar, creyendo, ingenuamente, que fingir el olvido puede cerrar las puertas que alguna vez hemos abierto: Cuando has sido Rey en Narnia, eres Rey para siempre. De alguna manera, éstas líneas completan una misteriosa “figura” que comenzó en un pequeño departamento de la Rue Martel, en Paris, como si en este “ahora” se anudara, dándole forma a un dibujo para alguien en alguna parte.

Escribir sobre la muerte, impone la primera persona singular, ella nos concierne. Escribir sobre la muerte, pensar en ella, saberla inevitable, es uno de las tareas más difíciles de enfrentar, pues cada palabra es una lágrima. Sin embargo, llegada cierta edad resulta imprescindible como íntimo ejercicio espiritual para restituir a la vida su sentido pleno.

Hoy sí me siento capaz de estirar las manos y acariciar el rostro de mi amigo y brindarle un abrazo en ese mundo sin tiempo, para siempre. Vivir conociendo y aceptando la muerte con la serenidad del sabio, superando la tristeza, por difícil que pueda ser, sabiendo que los cronopios te acompañarán siempre en la danza multicolor y apasionada: vivir.

jueves, 14 de agosto de 2008

Un leve y sutil hilo de seda

La magnifica inauguración de los Juegos Olímpicos en Beijing 2008 muestra los esplendores del montaje mediático en el siglo XXI, un tiempo en que el mundo entero ha devenido espectáculo. Hoy se sabe que los fuegos de artificio y la pequeña niña que entonaba un dulce himno no eran sino un “simulacro”, un logro a la Alta Tecnología Digital al servicio de una “performance”.

Desde la antigüedad, el espectáculo y la política han estado íntimamente ligados. Lo que hemos visto en Beijing 2008 hace evidente un fenómeno al que, casi sin darnos cuenta, ya estamos habituados: la hiperindustrialización de la cultura para públicos hipermasivos. Esto quiere decir que todo acontecimiento “histórico” sólo existe en cuanto es construido en lenguaje audiovisual para las pantallas del mundo; sea que se trate de las noticias, los personajes, las catástrofes o las modas.

Las autoridades chinas, muy al corriente de las nuevas claves culturales que se agitan en el mundo, han convertido la inauguración de estos Juegos Olímpicos, en una ocasión propicia para ofrecernos una “puesta en escena” que nada tiene que envidiarle a Disney World o a Hollywood. Más que sentirnos sorprendidos por los “efectos especiales”, cabe celebrar su virtuosismo estético y tecnológico.

La cuestión inquietante, sin embargo, radica más bien en la relación entre la dimensión estética del espectáculo y su alcance político. Hemos asistido a un mega evento transmitido al mundo entero en que las masas seducidas por los destellos celebraban alborozadas los logros de una China con vocación de gigante. Bajo el liderazgo de un partido único, con una estrategia de modernización capitalista, este país levanta la bandera del futuro.

Las masas poseen un doble rostro, por una parte representan la fuerza y la pasión modernas; pero al mismo tiempo muestran el espeluzno de la voz única, regimentada, que no admite singularidad ni disenso. La China de hoy, en efecto, acalla las voces que disienten, vigila y controla toda expresión política que se aleje de las directrices oficiales.

Hay un leve y sutil hilo de seda, imperceptible, que une este momento histórico con otro bien conocido: Berlín 1936. Un pueblo extasiado por un mañana que se prometía milenario. La magnificente puesta en escena estuvo a cargo de Albert Speer y los efectos visuales quedaron registrados para siempre por Leni Riefenstahl. Hoy sabemos cómo todo el espectáculo administrado por Goebbels adquirió el macabro tono ceniciento de los crematorios para acallar los lamentos de las víctimas.

La China actual está atravesada por paradojas y contradicciones, pues junto a sus inmensos avances tecno económicos, exhibe rasgos políticos ya desacreditados hace décadas en gran parte del mundo. La irrupción de una forma económicamente capitalista en un contexto militarista y autoritario, no es novedad. No olvidemos la especial amistad que unió siempre a las autoridades chinas con el gobierno de Pinochet, en Chile. Lo nuevo, quizás, es su instalación como espectáculo de masas en la era de la virtualidad digital.

Surge inevitable una inquietante pregunta sobre el plumaje que tendrán las aves incubadas en este “Nido de Pájaros”, al calor de la seducción digital de las masas, obnubiladas por la promesa de un destino luminoso en el mundo del mañana.


viernes, 1 de agosto de 2008

EL MERCURIO MIENTE

En el Chile oligárquico – liberal de 1900, a diez años de la derrota de Balmaceda, hacia su debut “El Mercurio” de Santiago. Con las armas de un periodismo moderno, le fue fácil desplazar a “El Ferrocarril”, emblemático periódico del siglo XIX, e instalarse como el “Decano de la prensa chilena” durante todo el siglo XX.

Hasta el presente, ha llegado a ser lectura obligada de izquierdas y derechas que lo tienen como punto de referencia del mapa político nacional. “El Mercurio” se jactaba, en los años setenta, de que hasta el mismo presidente Salvador Allende atendía a sus páginas. Si bien su pasado reciente es más que turbio, no cabe duda que en un momento de nuestra historia asumió el papel de “estado mayor” ideológico y político de la derecha chilena. Sus editoriales marcaron el curso de los acontecimientos en Chile. La sabiduría popular, anclada en el sentido común, lo ha reconocido desde siempre como un diario “momio”, imprescindible, no obstante, a la hora de poner “avisos clasificados”.

En la actualidad, aquel grito contestatario de los jóvenes de la Pontificia Universidad Católica, “El Mercurio miente”, se ha perdido como una lejana cita de los años sesenta. “El Mercurio” ya no necesita mentir, ya no se requiere utilizar las armas del lenguaje tendencioso al servicio de los poderosos. Pasaron los tiempos en que sus páginas conjuraban la conspiración para derribar gobiernos y ni siquiera requiere de un hipócrita recato republicano para revestir de legalidad a una deleznable dictadura. Como portavoz del capitalismo criollo y globalizado, “El Mercurio” de hoy ordena y prescribe un orden social y cultural; autoriza y sanciona la circulación del poder político y simbólico en Chile, configurando un imaginario conservador. “El Mercurio” ya no miente, significa.


“El Mercurio” ya no necesita mentir, pues, la sociedad chilena ya no se debate entre dos mundos posibles. El Chile actual es un universo paradojal en que los medios y las pantallas de plasma multicolor sólo remiten a un mundo monocromático. “El Mercurio” ya no necesita mentir cuando Chile entero se ha vuelto “mercurial”. En este sentido, el centenario Decano de la prensa chilena, como una voz solitaria, administra el tránsito de este pequeño rincón del mundo al capitalismo globalizado, cuyo sentido territorial y nacional se ha desvanecido en los flujos de redes digitales.

El lento e ineluctable declive de la ciudad letrada y republicana le otorga a “El Mercurio” una cierta pátina de monumento. Próximos al Bicentenario, cuando cualquier noción de República se desvanece, convertida en mero simulacro; cuando la idea misma de Democracia con mayúscula se desdibuja como pura “performance” medíatica y estadística; el otrora Decano de la prensa chilena sigue orientando a los capitalistas chilenos con los altibajos de las Bolsas, alimentando la crítica literaria, publicando sus fotografías en páginas sociales e inventando Chile, día a día.

“El Mercurio” ya no está en su edificio de la calle Compañía, en el centro de Santiago, sin embargo, está más presente que nunca. Es como si el gran diario del siglo XX se hubiese vuelto invisible a los ojos de los transeúntes. Al igual que el Chile de hoy, donde el imaginario del consumo ha disuelto todo antagonismo, toda pasión y toda utopía. Ya no es posible ver a “El Mercurio” en aquella histórica esquina de la capital, junto a los Tribunales de Justicia. Hoy sólo se erigen allí unas viejas paredes que delimitan un sitio baldío, un espacio vacío donde se acumulan escombros y que algunos malos ciudadanos utilizan para depositar basura.


domingo, 29 de junio de 2008

TURISTAS E INMIGRANTES

La Comunidad Europea acaba de anunciar un endurecimiento de sus politicas contra la inmigración. Los países ricos, enarbolan las banderas del libre comercio y la globalización de los mercados. En cada foro internacional presionan a los países pobres para que tomen medidas que favorezcan sus intereses inmediatos. Sin embargo, al mismo tiempo endurecen sus políticas migratorias para evitar que los pobres de la tierra se instalen en sus ciudades.

Los pobres e indocumentados, sean negros del África, “sudacas”, “moros” o “asiáticos” resultan aborrecibles no tanto por su color o sus costumbres como por su precariedad económica. Las sociedades ricas aborrecen de los extranjeros pobres que vienen a disputar empleos a muchos de sus propios marginales. Las sociedades más prósperas, mimadas en el consumismo suntuario, reniegan de su fundamento democrático para salvaguardar un modo de vida.

Intoxicadas de narcisismo por la cultura mediático publicitaria, las sociedades “desarrolladas” han desplazado todo reclamo humanista universalista por una delirante xenofobia cuya coartada es el nacionalismo y el racismo: antesala de la degradación y la barbarie.

La hiperindustria de la cultura en Europa y los Estados Unidos ha engendrado una visión cínica del mundo, plagada de estereotipos vulgares para una masa plebeya. A través de una retahíla de lugares comunes se estructura una visión patológica del mundo, cuyos vértices son el odio, la violencia y el nihilismo agresivo frente a la presunta amenaza. Eso tiene un nombre y se llama fascismo.

Millones de africanos y árabes en Francia, turcos en Alemania, mexicanos y latinos en Estados Unidos, “sudacas” en España o peruanos en Chile, deben sufrir a diario la discriminación de una sociedad que se siente “superior” a las miserias de sus inmigrantes. Las masas plebeyas e ignorantes son presa fácil del discurso xenofóbico, en especial cierto segmento juvenil.

La globalización concebida como libre flujo de capitales y mercancías, nos muestra su rostro antidemocrático cuando se trata de seres humanos pobres. Nadie quiere que los esclavos miserables y malolientes se instalen en su antejardín. La globalización promueve las imágenes de los emprendedores y “winners”, en las antípodas de las víctimas o “losers”: homosexuales, indígenas, negros, enfermos y pobres.

Es cierto, ya no vemos las velas inflamadas de los barcos europeos que cruzaban el Atlántico desde la costa africana, trayendo el preciado “marfil negro”, cargamento de esclavos hasta La Habana o Cartagena de Indias. Las cadenas y los grilletes han sido reemplazados hoy por el analfabetismo, las enfermedades y la pobreza perpetua. Generaciones desesperadas cuyo único horizonte es peregrinar hacia la metrópoli, desafiando la muerte, por una vida diferente.

Los países pobres del sur son tenidos como exóticos y lejanos parajes de turismo, donde la agreste naturaleza aún permanece impoluta; acaso como paraísos sexuales para la pedofilia o como paraísos fiscales para los negocios turbios. Los pueblos del sur constituyen la frontera, el “far west” donde todavía se consiguen materias primas a bajo coste sin restricciones medioambientales.

En la hora actual coexisten dos mundos inconmensurables, distintos y distantes. Cada vez que un grupo de africanos a la deriva se aproxima a las turísticas playas europeas, se rozan dos mundos que el capital ha separado: los seres globalizados que retozan en edénicos parajes “all inclusive” y aquellos marginados muertos de hambre y de olvido.


domingo, 1 de junio de 2008

CONSUMISMO: NUEVO ETHOS DEL SIGLO XXI

1.- Introducción


El siglo XX bien pudiera ser entendido como el siglo de las revoluciones. Como nunca antes en la historia de la humanidad, muchos pueblos se vieron arrastrados a procesos en que la utopía revolucionaria y la violencia se conjugaron en una gesta épica. Revolución y Contrarrevolución constituyen la sístole y la diástole del latir de la humanidad durante buena parte del siglo pasado, al punto que el planeta vivió escindido y al borde del abismo nuclear durante decenios.

La Guerra Fría fue la secuela de la Segunda Guerra Mundial. Una vez derrotado el Tercer Reich y el militarismo nipón, los Estados Unidos y la Unión Soviética fueron los polos que organizaron la escena internacional, determinando el destino de millones de seres humanos en todo el orbe. Nada ni nadie quedó exento de estas fuerzas en pugna que, al igual que el campo magnético, cubrieron el planeta.

Todo aquello, sin embargo, hoy es historia. El mundo burgués liberal, capitalista, heredó la tierra; la primera nación obrero socialista que soñó el comunismo ha desaparecido como expectativa del horizonte histórico, aún cuando sobreviven extemporáneamente algunos regímenes en el Tercer Mundo. Más allá empero, del fracaso del “socialismo real y existente”, encarnado en la Unión Soviética y los países de Europa del Este, conviene volver sobre uno de sus temas fundamentales: la Revolución.

Nuestro propósito, en los límites de este artículo, no es, ciertamente, un análisis de las revoluciones del siglo XX. Se trata más bien de volver la mirada sobre las condiciones de posibilidad para una Revolución en las sociedades de consumo del siglo XXI.

Sostenemos la hipótesis de que el fracaso de los socialismos reales y la profunda reestructuración del capital desde hace ya tres décadas, han creado las condiciones de posibilidad para la reconfiguración política de las sociedades burguesas avanzadas. Esta profunda renovación, que va desde una actualización dramática en torno al tema de los Derechos Humanos hasta la bioética y el reclamo medioambiental, pasando por las reivindicaciones de género y de numerosas minorías remite a un discurso filosófico moral, en rigor, a un nuevo fundamento ético político comparable en su profundidad y alcance a aquellos de los padres fundadores de las Revoluciones Burguesas a ambos lados del Atlántico: Estados Unidos (1776) y Francia (1789).


2.- Sociedad de consumo: sociedad sin clases


Los más lúcidos pensadores políticos contemporáneos, advierten que las sociedades contemporáneas ya no son pensables en términos de “clases” sociales.
[1] En efecto, habría que consentir con Agamben en que el mundo se ha vuelto un lugar de clases medias, una pequeña burguesía planetaria en que la distinción misma de clase queda abolida en un paisaje culturalmente homogéneo cuyo principio es la ex-nominación:“Pero esto era exactamente lo que tanto el fascismo como el nazismo comprendieron, y haber visto con claridad el final irrevocable de los viejos sujetos sociales constituye también su insuperable patente de modernidad. (Desde un punto de vista estrictamente político, fascismo y nazismo no han sido superados y vivimos aún bajo). Ellos representaban, sin embargo, una pequeña burguesía nacional, todavía apegada a una postiza identidad popular, sobre la cual actuaban sueños de grandeza burguesa. La pequeña burguesía planetaria, por el contrario, se ha emancipado de estos sueños y se ha apropiado de la actitud del proletariado para renunciar a cualquier identidad social reconocible”.[2]

Si durante el siglo XX se naturalizó la oposición entre los términos Revolución y Burguesía, pareciera que el siglo XXI restituye la conjunción inicial de tales términos. Tal conjunción, no obstante, presenta singularidades que bien merecen nuestra atención.

La ex – nominación garantiza que las sociedades burguesas contemporáneas no exhiban, precisamente, su carácter de clase, es decir, tal como sostuvo Barthes, éstas se transforman en “sociedades anónimas”
[3]. Por ello, muchos autores hablan de una “desaparición de las clases sociales” en las llamadas sociedades de consumo. Como escribe Zygmunt Bauman: “En una sociedad de consumidores todos tienen que ser, deben ser y necesitan ser ‘consumidores de vocación’, vale decir, considerar y tratar al consumo como una vocación. En esa sociedad, el consumo como vocación es un derecho humano universal que no admite excepciones. En este sentido, la sociedad de consumidores no reconoce diferencias de edad o género ni las tolera (por contrario a los hechos que parezca) ni reconoce distinciones de clase (por descabellado que parezca)”[4].

Desde nuestro punto de vista, la indistinción de clases remite a una homogeneización de la subjetividad. Esto quiere decir que si antaño la “burguesía” quedaba delimitada como un ethos de las elites dominantes en la sociedad, en la actualidad dicho ethos se ha masificado como vocación de consumo. Cuando un determinado ethos de clase se hace patrimonio común de una sociedad, la noción misma de clase pierde todo su valor, tanto en términos teórico como políticos. Esta indistinción no es tan inédita como parece, recordemos que en los países llamados socialistas, ante la abolición de la burguesía toda contradicción de “clase” era absorbida por un Estado Popular. Si antaño la indistinción de clase fue tarea de un Estado, en las actuales sociedades de consumo, ésta recae en el Mercado.

Notemos que la secularización del “ethos burgués” ha significado la transformación de una función económica en una función simbólica, de este modo, la figura del “burgués” deviene “consumidor”. Esta mutación debilita, desde luego, la noción política de sujeto inmanente a las Revoluciones Burguesas: “le citoyen”. La vocación de consumo o “consumismo” ha desplazado la vocación de ciudadanía y con ello la idea tradicional de democracia.
[5] Así, entonces, las sociedades de consumo constituyen un diseño sociocultural en que las sociedades burguesas administran el deseo, ya no de una clase, sino de todos sus miembros sin distinción alguna. Se trata de un imaginario social compartido e inclusivo, capaz de abolir la noción de clase y, consecuentemente, la idea de confrontación de intereses.

3.- El nuevo ethos burgués

Las formas que está tomando el “nuevo ethos burgués”, masificado como vocación de consumo, se relacionan con un discurso “filosófico moral”. Las coordenadas del nuevo ethos delimitan nuevos fundamentos éticos que toman la forma de una “ética aplicada”
[6] en diversos ámbitos de la sociedad, desplazando así toda pretensión holística propia de las viejas ideologías. Llama la atención la relevancia e impacto que han tenido en nuestra cultura algunos discursos que van desde la “bioética” a la “cuestión moral” del calentamiento global como sostiene Al Gore.

En las sociedades democráticas desarrolladas se acumulan temas de tinte ético que hablan de una renovación radical de la “consciencia burguesa”, entre los cuales, algunos poseen el aura de ser tópicos de avanzada e, incluso, de izquierdas, tales como: la cuestión de género, los reclamos del mundo homosexual, la objeción de consciencia frente al reclutamiento, la muerte asistida o la clonación. En el “Tercer Mundo”, se hace inevitable el tinte político de estas demandas a las que se suman asuntos como el respeto de los Derechos Humanos, lucha contra el turismo sexual y la pedofilia; y en una zona muy borrosa, lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, entre otras cuestiones. En apariencia, distintos, todos estos temas dinamizan la cultura contemporánea y están reconfigurando la clásica filosofía moral burguesa.

Un buen ejemplo de esta transformación lo constituye la actual candidatura del senador Barack Obama en el actual proceso eleccionario norteamericano. La candidatura de Barack Obama se ha mostrado eficiente en dos ejes comunicacionales que la articulan. En primer lugar, el uso inteligente de las nuevas tecnologías de información y comunicación, en particular, televisión e Internet. Youtube muestra el grado de eficiencia que se puede alcanzar catalizando por esta vía una campaña “podcast” que se opone al modelo verticalista anclado en partidos institucionales de estilo “broadcast”. En segundo lugar, la instalación de una agenda temática cuyo vector no es otro que “la ética” de la cuestión pública.

Al revisar los discursos del candidato senador Obama, observamos que éstos hablan desde una cierta “filosofía moral”, lo que está en cuestión son las actuaciones de los diversos agentes de la “res publica”. No nos estamos refiriendo, por cierto, a algunos “pintorescos escandalillos” de farándula que espantan a los más puritanos, se trata más bien de las conductas políticas en Washington respecto de los graves problemas que aquejan a millones de norteamericanos. Esto puede ser entendido desde la legitimación gubernamental de formas de tortura en los interrogatorios a prisioneros extranjeros o la violación de la privacidad de los ciudadanos hasta la oposición a los tratados sobre preservación medioambiental.

No podemos dejar de advertir que en una sociedad colonizada por el “cinismo performativo”, la filosofía moral restituye un marco de referencia a los reclamos reformistas y, en este estricto sentido, resulta ser un arma política formidable
[7]. Si el uso intenso de las nuevas tecnologías cataliza movimientos sociales y culturales a través de todo el país, los fundamentos de una filosofía moral le otorgan un sentido trascendente a la acción.



4.- Una nueva subjetividad

En una crítica abierta al libro de Christopher Lasch “The Culture of Narcissim”, Jameson sostiene:"...creo que pueden decirse de nuestro sistema social cosas más incisivas que las que permite el mero uso de unas cuantas categorías psicológicas"
[8] Frente a esta observación, habría que introducir algunas precisiones. La riqueza de las tesis en torno a una “cultura del narcisismo” desarrollada por Heinz Kohut[9] a finales de los sesenta y que ha encontrado variados exponentes en la actualidad, radica, precisamente, en que un conjunto de categorías tenidas por “psicogenéticas” se desplazan teóricamente al ámbito “sociogenético”. Esta cuestión se hace evidente cuando Sennett se pregunta “¿Qué sucede si descartamos la noción de psique procreativa por completo y nos fijamos en la producción de neurosis como un asunto social, habida cuenta de que las neurosis cambian con el tiempo, tal como lo hace la sociedad?”[10]

Las sociedades de consumo constituyen un diseño socio cultural capaz de administrar el deseo, en este sentido son la forma contemporánea de un “capitalismo libidinal”. He ahí el gran aporte de los “Narcisistas de Chicago” y su profunda originalidad, postular la irrupción de una “cultura psicomórfica” capaz de reconfigurar el perfil sociogenético de nuestra época, esto es: una nueva “forma de vida” y un nuevo “modo de ser”

El “narcisismo” contemporáneo no es un diagnóstico que atañe tan sólo a los individuos, sino, y principalmente, la constatación del decurso de la cultura burguesa en la sociedades de consumo desarrolladas. Como muy bien nos aclara Lipovetsky: “El narcisismo sólo encuentra su verdadero sentido a escala histórica: en lo esencial coincide con el proceso tendencial que conduce a los individuos a reducir la carga emocional invertida en el espacio público o en las esferas trascendentales y correlativamente a aumentar las prioridades de la esfera privada. El narcisismo es indisociable de esa tendencia histórica a la transferencia emocional: igualación-declinación de las jerarquías supremas, hipertrofia del ego, todo eso por descontado puede ser más o menos pronunciado según las circunstancias pero, a la larga, el movimiento parece del todo irreversible porque corona el objetivo secular de las sociedades democráticas”
[11] La exaltación cultural del individuo, es paralela a la exaltación del consumidor. Individuo y consumidor se funden en una autoconciencia capaz de abolir toda referencia histórica o de clase. Por ello, constatamos una “psicologización” de lo político y lo social.

La nueva subjetividad a la que aludimos atraviesa transversalmente toda la sociedad y, en la medida que se expande este particular diseño socio cultural, corresponde al ethos cultural del siglo XXI. Los cánones de la nueva cultura psicomórfica se han sedimentado, gracias a las estrategias globales de “marketing” y publicidad transmitidas por las redes mediáticas y digitales, en una “Cultura Internacional Popular”; hoy, paisaje naturalizado en todas las latitudes del orbe. Podríamos resumir el actual estado de cosa repitiendo con Lyon: “Si la postmodernidad significa algo, esto es, la sociedad de consumidores”.
[12] Aclaremos que en una sociedad de consumidores no todos consumen, sin embargo, todos se ven concernidos, pues se trata de un modo de vida y de ser. El consumismo, deviene así: “...en el centro cognitivo y moral de la vida, el vínculo integrador de la sociedad y en el centro de gestión del sistema”[13]

La nueva subjetividad del consumidor se mueve en el universo de la “seducción”, devaluando el universo de la “convicción”. Los consumidores son convocados por el gusto y el deseo más que por grandes valores. Esto que es válido para el mercado, lo es también para el ámbito político. Las democracias liberales de la actualidad están abandonando el estilo centralizado y dirigista de medios institucionalizados para seducir a las masas al estilo “broadcast”, derivando a formas horizontales de tipo “podcast”. La nueva consciencia burguesa está en la masa y es ella la que la alimenta y la promueve. Lo que antaño fue una confrontación de clases, toma hoy la forma cultural de un enfrentamiento entre “tradición”, o cualquier convicción del tipo que sea y la “moda”, una manera de nombrar la seducción. Las sociedades burguesas contemporáneas se precipitan a un aceleramiento en que las soluciones políticas siguen el mismo patrón que las mercancías: son efímeras, seductoras y ofrecen una diferenciación marginal. La nueva subjetividad burguesa torna a las sociedades de consumo a nivel planetario en una sociedad y una cultura fluida e inestable, en el límite, acelerada y vulnerable.

5.- El consumidor como “homo aequalis”

Las Revoluciones Burguesas estatuyeron tres sujetos inéditos en la historia. El “burgués” como sujeto tecnoeconómico. El “ciudadano” como sujeto político. El “yo” (individuo) como sujeto del ámbito cultural. Los “procesos de personalización”
[14] propios de las sociedades de consumidores no hacen sino extender el principio de igualdad por la vía del consumo. El “homo aequalis” encuentra su protagonismo en una sociedad de consumo, travestido, precisamente, en “consumidor”.

El “consumidor” constituye una “physiologie” propia de las sociedades de consumo que bien merece un examen más detenido. Tal como hemos señalado, una función económica se ha desplazado al ámbito cultural o simbólico. Este desplazamiento lo observamos en la figura misma del “consumidor”. En cuanto individuo (“yo”) habita el imaginario de la “libertad” y de la “libre opción”, sin embargo, en cuanto “consumidor” es una “componente funcional” del mercado. La figura del “consumidor” de suyo ambivalente, pues la “libre opción” no es sino la regla constitutiva de su particular inserción en el mercado. Dicho de otro modo, en una sociedad de consumidores no hay una exterioridad a ella, todos habitan el mundo de la mercancía y la libre opción.

Notemos que, el capitalismo se ha erigido sobre una triple mitología constituida por la mercantilización, la reificación y el progreso como lógica inmanente. Esto generó la crítica clásica al capital en términos de alienación, explotación y dominación. Pues bien, se puede aventurar que en una sociedad sin clases, el objeto de esa alienación pierde su centralidad, ya no el “trabajo” sino el “consumo” es el que podría ser “alienado”, y en este sentido, los términos de la crítica desaparecen del imaginario: ni alienación, ni explotación ni dominación, irrumpiendo un nuevo tipo de acuerdo social, el “consumismo”. Como señala Bauman: “Se puede decir que el ‘consumismo’ es un tipo de acuerdo social que resulta de la reconversión de los deseos, ganas o anhelos humanos (si se quiere ‘neutrales’ respecto del sistema) en la principal fuerza de impulso y de operaciones de la sociedad, una fuerza que coordina la reproducción sistémica, la integración social, la estratificación social y la formación del individuo humano, así como también desempeña un papel preponderante en los procesos individuales y grupales de autoidentificación, y en la selección y consecución de políticas de vida individuales. El ‘consumismo’ llega cuando el consumo desplaza al trabajo de ese rol axial que cumple en la sociedad de productores.”
[15]

Una de las paradojas del siglo presente es el papel que juega la izquierda como “punta de lanza” en la reconfiguración de la consciencia burguesa. Para decirlo con claridad, la sensibilidad de izquierdas se ha convertido en un vector de renovación ético político y en un agente cultural de cambio al interior de las actuales sociedades burguesas desarrolladas. En términos históricos, podríamos aventurar que las tesis marxistas no son sino una variante herética de la modernidad y que la Revolución Rusa de 1917 no hizo sino actualizar y radicalizar los presupuestos jacobinos de Robespierre durante la Revolución Francesa de 1789. En pocas palabras, los principios de la Revolución Burguesa: “Liberté, Égalité et Fraternité”, siguen presidiendo el horizonte de lo concebible y el marco de referencia ético, político y cultural de las sociedades occidentales hasta las actuales sociedades de consumo. Las revoluciones marxistas leninistas que se verificaron en culturas industrialistas no escaparon de la racionalidad política moderna ni de sus supuestos últimos.

Las izquierdas del mundo contemporáneo se inscriben en una dialéctica intrínseca de las sociedades burguesas a las que quieren contestar. De esa tensión y negación surge la posibilidad del “cambio” que, por estos días, toma la forma de mutaciones culturales y antropológicas. De hecho, su reclamo por las reivindaciones de las minorías no hace sino acentuar el reclamo individualista y “democratizador” de las burguesías avanzadas. La izquierda, aún en sus versiones más radicales, acelera el vector hacia una suerte de “hipermodernidad”
[16], una sociedad que quiere modernizar la modernidad, alcanzando de este modo una cierta modernidad líquida o de flujos.

En los albores del sigo XXI, asistimos a una reestructuración capitalista a nivel planetario. Las nuevas tecnologías han hecho posible una economía “postfordista” en que el viejo concepto de “subdesarrollo” ha devenido en una “dependencia en red” de muchas naciones respecto de los mercados mundializados. En América Latina, Chile, como país modélico es el mejor ejemplo de este fenómeno.

La cuestión es si acaso están dadas las condiciones de posibilidad para encontrar un correlato político al actual estado de cosas. Los indicadores a nivel mundial están señalando un punto de inflexión y no retorno que requiere soluciones políticas revolucionarias. El capitalismo, en su forma tradicional, ha llegado a un límite en que se impone un salto cualitativo. En un mundo que ha asistido a la extinción de la noción de “clase”, y al mismo tiempo, ha sido capaz de integrar las opciones culturales más radicales de izquierdas con todo su potencial revolucionario como lógica de “cambio”, la hipótesis más plausible es: el advenimiento de Revoluciones Burguesas 2.0.

Retomando nuestro ejemplo del actual proceso eleccionario en los Estados Unidos, habría que hacer notar que la figura de Barack Obama debe ser entendida en este contexto histórico. El representa la posibilidad de rearticular una sociedad burguesa desarrollada en el presente siglo, y en este sentido, la restitución de un sentido histórico democrático. Si durante todo el siglo XX la palabra “revolución” se entendió “contra” la hegemonía burguesa; en la actualidad, por paradojal que pudiera parecer, debemos estar preparados para asistir a una “revolución desde y con la burguesía”. En términos marxistas, podríamos aventurar que el siglo XXI, inaugura la posibilidad cierta de que se escenifiquen “revoluciones democrático burguesas” como correlato político de la reestructuración tecnoeconómica del capital. Lo que parecía una herejía hace algunas décadas, hoy encuentra condiciones de posibilidad en un mundo postcomunista.

En oposición a la noción de “progreso”, y por ende, a la idea de la historia como una secuencia lineal de acontecimientos, nos adscribimos a aquella imagen de la historia como archipiélago de islas que se conectan entre sí. Diversos tiempos alternos se actualizan en épocas diversas de manera inesperada. De este modo, la posibilidad de presenciar una segunda Revolución Burguesa, como “constelación histórica”, no hace sino traer al presente el espíritu insurreccional de las burguesías del siglo XVIII, ya no cómo elitista consciencia de clase sino como un ethos masificado/ mediatizado por doquier en este nuevo diseño socio-cultural: las sociedades de consumo.

La nueva subjetividad da cuenta de una extensión y masificación de cierta consciencia burguesa, al punto de borrar las clases sociales. De tal modo que, cuando no se reconoce un exterior a este ethos secularizado, las democracias liberales y el capitalismo de consumo se convierten en las coordenadas de cualquier consideración verosímil sobre el porvenir y sus posibilidades de cambio. Esto no significa anular las posibilidades de cambio, incluso de “cambios revolucionarios”. Por el contrario, significa que cualquier cambio posible sólo es pensable desde el nuevo substrato histórico cultural, mundializado, mediatizado y postindustrial; sociedades burguesas en que el deseo es administrado como vocación de consumo, otro modo de nombrar las sociedades de consumidores.





[1] El consumismo apela a este mundo sin clases, remitiendo al individuo a la búsqueda de su differentia specifica; en el abismo inconmensurable de la subjetividad. Abolida la clase como categoría histórico - sociológica fundamental; la narrativa emancipadora que la acompañó pierde su sentido. En una sociedad de consumo, como la nuestra, el individuo es arrojado a un espacio en que su identidad es una forma de vida, esto es: un microrrelato cultural, que se traduce en un pseudo - estilo de vida, análogo a la moda. El mercado, por cierto, recicla todos los pseudo - estilos de vida, convirtiéndolos en verdaderos códigos culturales en que conviven sin problemas lo underground con lo clásico; lo iconoclasta y casual con lo elegante y distinguido. Para ampliar el alcance de este desplazamiento, véase:

Heller y Ferenc Fehér. El péndulo de la modernidad. Una lectura de la era moderna después de la caída del comunismo. Barcelona. Península. 1994. Pp.- 165 y ss.

[2] Giorgio Agamben. La comunidad que viene. Ed. Pre-textos. Valencia, 2006. Traducción de José Luis Villacañas, Claudio La Rocca y Ester Quirós. P.53. Hemos tomado la cita del artículo:
Arancibia, J.P. El mito de la democracia. Santiago. 2007 Mimeo.
[3] El concepto de ex - nominación fue propuesto por
Barthes,R. La bourgeoisie comme société anonyme in Mythologies. Paris. E. du Seuil. 1957: 224 y ss
[4] Bauman, Z. Vida de consumo. Buenos Aires. F.C.E. 2007: 81
[5] Este desplazamiento en las sociedades latinoamericanas ha sido abordado por:
García Canclini, N.Consumidores y ciudadanos. México. Grijalbo. 1995
[6] Para una profundización del alcance de este concepto, véase:
Cortina, A. “Los retos de la ética aplicada” in Ética aplicada y democracia radical. Madrid.
Editorial Tecnos. 3º ed. 2001: 161 - 285

[7] Es evidente que en el actual contexto que se vive en los Estados Unidos, dicho discurso interpela a cada uno de sus ciudadanos. Los gobiernos Republicanos han descuidado notablemente a amplios sectores de ciudadanos, sumiendo al país en una crisis económica de envergadura. Los costes excesivos del aparato militar, sumado a las impopulares medidas de “seguridad nacional” han generado una atmósfera signada por el “miedo” y la “amenaza”. Los años de la actual administración resultan ser un lastre que el propio McCain intenta evadir. El senador Barack Obama, curtido por años en el trabajo de apoyo social en su Estado, le habla a millones de norteamericanos cuya amenaza no viene del Oriente Medio sino de la pobreza, la cesantía y la exclusión en las grandes ciudades de la Unión Americana. Se podría aventurar que el “cambio” propuesto por el candidato Obama entraña un giro mayor que no dudamos en calificar de una segunda Revolución Americana.

[8] Jameson, F. El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona. Paidós. 1991. P. 62.

[9] . H. Kohut. The Analysis of the Self. New York International University Press. 1971
[10] R. Sennett. Narcisismo y cultura moderna. Barcelona. Ed.Kairós.1980. p.- 22
[11] Lipovetsky. Op. Cit. 13
[12] Lyon, D. Postmodernidad. Madrid. Alianza Editorial. 1996: pp. 99 – 124.
[13] Bauman, Z citado por Lyon. Op. Cit. p. 118.

[14] La categoría central que va a proponer Lipovetsky es el concepto de proceso de personalización; esta noción de carácter histórico - comparativa, quiere designar tanto un nuevo tipo de organización y control social, como un nuevo modo de socialización que se aleja del paradigma moderno fundado en preceptos disciplinario - revolucionarios. La personalización se distancia de lo que ciertos críticos de la modernidad llamaron enajenación o alienación; en efecto, el nuevo modo de socialización instituye la seducción como rasgo inherente del sujeto y como vector cultural en las sociedades de consumo; de modo que a la homogeneidad, la uniformidad y la austeridad, se opone la creciente oferta de opciones. Para ampliar el alcance de este concepto, véase:
G. Lipovetsky. La era del vacío. Barcelona. Anagrama. 1990
[15] Bauman. Op. Cit.47
[16] La noción de hipermdernidad la desarrolla ampliamente:
Lipovetsky, Gilles. Les temps hypermodernes. Paris. Grasset. 2004

viernes, 16 de mayo de 2008

BARACK OBAMA: VIENTOS DE CAMBIO

1.- High Hopes

Tal como era previsible desde hace algunas semanas, la contienda al interior del Partido Demócrata se ha resuelto a favor del candidato afroamericano Barack Obama. De manera que la cuestión capital hoy es preguntarse por el curso de la campaña entre el candidato Obama y su contendor republicano.

El candidato McCain es el último representante de una ola neoconservadora que inauguró el presidente Ronald Reagan. Este clima neoconservador se ha mantenido en el mundo desde la década de los ochenta y el fracaso de los socialismos no hizo sino acentuar su clara hegemonía, tanto en el ámbito tecnoeconómico como en la política no sólo de Estados Unidos. El efecto Reagan se ha sentido en el mundo entero, determinando un curso de derechas por doquier. Aunque podemos reconocer excepciones, éstas sólo confirman la regla general imperante. Los grandes centros de decisión política en el mundo se han orientado hacia el conservadurismo y el libre mercado, desde a Iglesia Católica a la mayoría de los gobiernos europeos.

John McCain posee la fuerza de una cierta inercia política, la misma que ha sido capaz de reelegir al actual mandatario. Norteamérica posee una matriz cultural conservadora, alejada del liberalismo de las grandes universidades y centros urbanos del Este. Digámoslo francamente, hay una Norteamérica plebeya, escasamente ilustrada, fanática religiosa, xenófoba, homófóbica, chauvinista y, en el límite, racista. La candidatura del “héroe de guerra” McCain se ajusta muy bien a ese “sentido común” de la cultura estadounidense. Un imaginario que ha sido construida por una sociedad de consumo prototípica y una potente industria cultural desde hace ya varias décadas.

El voto conservador no es patrimonio exclusivo de los WASP (White, Anglosaxon and Protestant), a ellos se suma, paradojalmente, el voto latino, comunidad construida por cierta inmigración económica en pos del sueño americano y la inmigración política, mayoritariamente conservadora. Ha sido este bastión duro el que ha asegurado décadas de dominio conservador en la Casa Blanca y en la Cámara de Representantes. Por ello, no se debe menospreciar las posibilidades ciertas del candidato republicano para dar continuidad al conservadurismo en Estados Unidos.

Barack Obama es un personaje no sólo carismático y telegénico sino refinado e inteligente. Su gran fortaleza, sin embargo, la encontramos en haber conjugado con astucia y sabiduría una magnífica campaña comunicacional con un sólido discurso filosófico moral. Internet y una cierta filosofía moral al servicio de un programa de reformas profundas que ha calado hondo en los sectores más empobrecidos de su país. Ante un McCain anclado en la tradición norteamericana, Obama se erige como un líder del cambio y la esperanza.

El senador afroamericano por Illinois ha sido el blanco de una dura campaña en su contra, tanto al interior de su propio partido como por parte de sus adversarios conservadores. Muchos de los reparos en su contra no pueden tomarse en serio, como la acusación xenofóbica por su origen étnico o su presunta proximidad con el Islam. Lo mismo , sostener que un senador de los Estados Unidos, acostumbrado a los vértigos políticos de Washington “carece de experiencia”, linda en lo ridículo, teniendo en cuenta no sólo su carrera de años, sino el hecho capital de que los gobiernos contemporáneos representan equipos de trabajo constituidos por expertos en todo orden de materias, desde la economía a la seguridad nacional. Digámoslo con claridad, Barack Obama es parte de la clase política norteamericana ligado al sector liberal y reformista del Partido Demócrata, en rigor, su más lúcido líder.

Estas consideraciones nos permiten ponderar el alcance del cambio que propone el candidato. Todo el discurso del candidato Obama apunta a una reconfiguración política y social en una sociedad tardocapitalista. En este sentido, su visión está en las antípodas del proyecto neoconservador, muy afín al liberalismo tecnoeconómico, pero enemigo del liberalismo político, tanto a nivel nacional como internacional.

De hecho, la sucesión de gobiernos conservadores ha sumido a la Unión Americana en una grave crisis no sólo económica sino política y social, y ha llevado al país a una difícil encrucijada internacional tras un proyecto imperial inconsistente. Dicho rudamente, ha convertido a los Estados Unidos de América en una de las principales amenazas a la paz mundial y en un riesgo permanente para la estabilidad económica y política del planeta. Si a eso se agrega la manera irresponsable de cómo se ha manejado la cuestión medioambiental, el balance es desastroso.

La figura de Barack Obama debe ser entendida en este contexto histórico. El representa la posibilidad de rearticular una sociedad burguesa desarrollada en el presente siglo, y en este sentido, la restitución de un sentido histórico democrático. Si durante todo el siglo XX la palabra “revolución” se entendió “contra” la hegemonía burguesa; en la actualidad, por paradojal que parezca, debemos estar preparados para asistir a una “revolución" desde y con la burguesía. En términos marxistas, podríamos aventurar que el siglo XXI, inaugura la posibilidad cierta de que se escenifiquen “revoluciones democrático burguesas” como correlato político a la reestructuración tecnoeconómica del capital. Lo que parecía una herejía hace algunas décadas, hoy encuentra condiciones de posibilidad en un mundo postcomunista.

La pregunta que debemos plantearnos es si acaso ha llegado el momento histórico para tal revolución democrática o continuará la radicalización imperial conservadora. A la luz de los antecedentes disponibles, todo indica que se ha llegado a un punto de inflexión en que se requiere cirugía mayor, algo que los conservadores de McCain no están dispuestos a enfrentar.



2.- Vientos de cambio


Pensar a Barack Obama como el próximo presidente de los Estados Unidos, lejos de ser un afiebrado relato de política ficción es una hipótesis no sólo posible sino muy probable. Por ello, es necesario analizar, sucintamente, las consecuencias de este giro político en Washington respecto de América Latina. Sostenemos que el triunfo de Barack Obama pone término a la hegemonía neoconservadora inaugurada por Ronald Reagan en la década de los ochenta y, en consecuencia, abre una nueva etapa que no vacilamos en calificar de una próxima Revolución Americana. Si estamos en lo cierto, el mundo entero debiera prepararse para una mutación profunda del escenario político y económico internacional.


Por de pronto, Barack Obama ha anunciado una revisión de los Tratados de Libre Comercio y un retiro paulatino de las tropas en Oriente Medio, al mismo tiempo se muestra mucho más sensible a cuestiones como el calentamiento global y la pobreza dentro y fuera de los Estados Unidos. Estas no son buenas noticias para los sectores más neoliberales de nuestros países. Chile, en particular, vive todavía sumido en el trauma postdictatorial con una clara hegemonía conservadora. Si bien exhibe al mundo gobiernos progresistas, lo cierto es que su fundamento constitucional y económico sigue estrechamente ligado al diseño militar de los ochenta. Por último, el mentado modelo económico chileno está muy lejos de haber superado aquella condición que solía llamarse “subdesarrollo”.

A diferencia de sus congéneres de mundo desarrollado, nuestra burguesía se encuentra mucho más próxima del pietismo conservador, cómplice de cierta nostalgia castrense, que del liberalismo democrático. Por esto, la afinidad con Washington puede atenuarse, lo cual no sería una novedad, pues esta situación se ha dado muchas veces en nuestra historia.

La presencia de un gobierno liberal reformista en los Estados Unidos puede significar un enfriamiento de las relaciones comerciales con los países del sur, pero también cierta reactivación de las relaciones culturales y políticas. Es posible, incluso, que la presencia de Barack Obama reanime una ola reformista en América Latina, como ocurrió en la era Kennedy.

El papel de los Estados Unidos en nuestra región, en un contexto post Guerra Fría, puede resultar mucho más importante de lo que se espera. A excepción de la senescente experiencia cubana, América Latina es terreno propicio para que la tremenda penetración mediática de estas últimas décadas acelere nuestra aproximación cultural y política a Washington.

Barack Obama es el rostro amable de la democracia norteamericana, sin embargo, dicha nación es también, y de manera inevitable, un Imperio. La cuestión para nosotros latinoamericanos es si acaso ese rostro amable que inspira a su nación será capaz de revertir décadas de historia y entablar un diálogo franco y fructífero para nuestros pueblos que buscan a su manera sus propias fórmulas democráticas.


viernes, 25 de abril de 2008

BARACK OBAMA: LA PROXIMA REVOLUCION AMERICANA

1.- Madame Bovary

La reciente contienda electoral en Pennsylvania ha entregado indicios elocuentes de que la cuestión del candidato ya ha sido políticamente resuelta y el ganador es el senador por Illinois, Barack Obama. Si bien la candidatura Clinton obtuvo una ventaja de diez puntos, este éxito aparece como magro, efímero e intrascendente en el escenario nacional y mundial. Esto lo saben muy bien los “grandes inversores”, cuyos fondos van cada vez más a las arcas de Obama.

La señora Clinton exhibía, al comienzo de la campaña, su condición de ex Primera Dama como un “plus” difícil de superar. Barack Obama aparecía como el indispensable “hombre de paja” para justificar elecciones primarias al interior del Partido Demócrata. Sin embargo, en el curso de la campaña, Obama ha sido capaz de generar una dinámica social que convirtió la figura de la candidata en una suerte de Madame Bovary revestida de un glamour nostálgico, un “cliché” de clase media. Lo que constituyó, en efecto, una ventaja en las condiciones iniciales se ha devaluado al punto de convertirse en una anécdota. Esto ha quedado en evidencia al escuchar ambos discursos tras las elecciones primarias en Pennsylvania. El senador Obama congratula protocolarmente a su contendora, pero, instala el discurso en la Política con mayúscula, y en ese plano, ella queda “fuera de juego”, y en ese sentido, la ignora.

Los problemas que enfrenta Estados Unidos en la actualidad, tanto a nivel interno como a nivel internacional, son de proporciones gigantescas. Desde la recesión económica al calentamiento global, pasando por la guerra de Irak, la cuestión energética y un descontento social en ciernes. Se trata, sin duda, de cuestiones de fondo que no se resuelven con provincianos discursos reformistas o encendidas proclamas patrióticas al estilo “Rambo”.

Digámoslo con crudeza, tras el ocaso de los socialismos reales y la reestructuración del capital a escala global, Estados Unidos no ha logrado encontrar su lugar en el nuevo mundo y en la historia contemporánea. Para ello se requiere de manera urgente reconfigurar su “ajuste interno” entre los espectaculares avances tecnoeconómicos y el añejo orden político, social y cultural. Estados Unidos necesita imperiosamente un “New Deal” que recomponga su emplazamiento histórico y geoestrátégico como primera potencia postindustrial del siglo XXI. En pocas palabras: una próxima Revolución Americana.


2.- La tierra prometida


Barack Obama es el único candidato que ha planteado su campaña en tales términos. Cada uno de sus discursos apunta al horizonte del cambio y la esperanza, conectando su presente histórico con un “presente alterno”. Por ello su figura emerge ligada, ineluctablemente, a la de sus predecesores que forjaron la visión de una nación más próspera y justa: John F. Kennedy y Martin L. King. Barack Obama es el portavoz de aquel sueño que proclamara el Pastor antes de su asesinato, el advenimiento de “la tierra prometida” en suelo americano.

Si renunciamos a pensar la historia como una secuencia lineal que avanza inexorable, podemos entender cómo otros momentos de la historia norteamericana se dan cita en la actualidad en la figura de Barack Obama. Tales “presentes alternos” resultan ser aquellos episodios históricos en que las demandas democráticas han alcanzado su momento cumbre. De algún modo, la figura de Obama construida desde una maciza estrategia comunicacional que va desde la televisión a las páginas de Internet, ha catalizado movimientos sociales que estaban en estado latente en la sociedad estadounidense. Una masa creciente de inmigrantes, trabajadores pobres y otros ciudadanos que se sienten discriminados a través de todo el país se reconocen en la visión de este valiente senador afroamericano.

Barack Obama pone en el tapete la otra cara de los Estados Unidos, muy lejana de la imagen glamorosa que transmite la televisión al mundo entero. El país de Obama, es el país de las grandes masas urbanas con duras jornadas de trabajo que deben lidiar a diario con los altos precios de alimentos y combustibles, con los altos intereses bancarios para sus hipotecas y con un sistema de salud y educación que los excluye. El reclamo del candidato Obama no apunta tan sólo a la actual administración, va más allá: Algo anda muy mal en la sociedad norteamericana.

Ese “algo” que anda muy mal es el “desajuste” profundo entre los logros tecnoeconómicos exhibidos por los neoconservadores, pero que no se ha traducido en logros sociales para gran parte de la población. La prosperidad mantenida por gobiernos neoconservadores ha encontrado su fundamento en una liberalización extrema del comercio mundial basada en las nuevas tecnologías. Este “modo informacional de desarrollo” ha dado lugar a un capitalismo financiero de especulación a escala global, precario e inestable. En este escenario no sólo se juega el destino actual de los Estados Unidos sino el de la mayoría de las naciones del orbe, antes “subdesarrolladas”, hoy “dependientes en red”.


3.- De Youtube a la filosofía moral


Al igual que F.D.Roosevelt, el candidato Barack Obama debe enfrentar un país sumido en desafíos económicos, sociales y culturales portentosos, no sólo a escala doméstica sino a escala mundial.

La candidatura de Barack Obama se ha mostrado eficiente en dos ejes comunicacionales que la articulan. En primer lugar, el uso inteligente de las nuevas tecnologías de información y comunicación, en particular, televisión e Internet. Youtube muestra el grado de eficiencia que se puede alcanzar catalizando por esta vía una campaña “podcast” que se opone al modelo verticalista anclado en partidos institucionales de estilo “broadcast”. En segundo lugar, la instalación de una agenda temática cuyo vector no es otro que “la ética” de la cuestión pública. El candidato Obama estructura su discurso a la nación americana desde lo ético, aquello que la tradición anglosajona entiende como una “filosofía moral”.

Al revisar los discursos del candidato senador Obama, observamos que éstos hablan desde una cierta “filosofía moral”, lo que está en cuestión son las actuaciones de los diversos agentes de la “res publica”. No nos estamos refiriendo, por cierto, a algunos “pintorescos escandalillos” de farándula que espantan a los más puritanos; se trata más bien de las conductas políticas en Washington respecto de los graves problemas que aquejan a millones de norteamericanos. Esto puede ser entendido desde la legitimación gubernamental de formas de tortura en los interrogatorios a prisioneros extranjeros o la violación de la privacidad de los ciudadanos hasta la oposición a los tratados sobre preservación medioambiental.

No podemos dejar de advertir que en una sociedad colonizada por el “cinismo performativo”, la filosofía moral restituye un marco de referencia a los reclamos reformistas y, en este estricto sentido, resulta ser un arma política formidable. Si el uso intenso de las nuevas tecnologías cataliza movimientos sociales y culturales a través de todo el país, los fundamentos de una filosofía moral le otorgan un sentido trascendente a la acción.

4.- “We are the ones “


Las interrogantes son muchas, éstas van desde la propia capacidad del capital para restituir un sentido histórico, y por ende un lugar a los Estados Unidos en un mundo global, hasta las dificultades propias de un proyecto reformista radical en una sociedad burguesa desarrollada. Como sea, Youtube como agente tecnológico y social al servicio de una cierta “filosofía moral” de la cosa pública encuentran su síntesis en la candidatura de Barack Obama, constituyendo una campaña del siglo XXI que prefigura una próxima Revolución Americana.

Desde hace un tiempo, hemos venido sosteniendo la tesis de que Barack Obama protagoniza la campaña presidencial más singular de las últimas décadas. De hecho, advertimos en ella elementos tecnológicos y discursivos que la hacen única. En oposición a las campañas verticales e institucionalizadas a través de cadenas de televisión y partidos políticos o “campañas broadcast”, vemos en esta Obamanía una campaña horizontal, ciudadana de nuevo cuño a la que hemos llamado “campaña podcast”. Junto a lo anterior, los discursos del candidato Obama apelan como marco de referencia a lo ético, es decir, a una “filosofía moral”. Esta modalidad política que se funda en lo valórico se opone a la política entendida como “performativa y pragmática” de acuerdo a la visión neoconservadora.

Si bien, en política nada está asegurado, podríamos aventurar que la candidatura de Barack Obama ha opacado aquella de su contrincante, al punto de hacerla tambalear. Si examinamos el curso de las campañas los últimos meses, es la senadora Clinton la que a debido resistir a las presiones para que renuncie, es ella quien ha estado indefectiblemente a la defensiva, aún cuando ha tenido triunfos parciales.

De todo lo anterior, resulta plausible la hipótesis de que el senador por Illinois encarna un anhelo profundo de un amplio sector de estadounidenses. Por la radicalidad de su pensamiento, por lo novedoso de su modalidad tecnológica y social, no dudamos en calificarla de una campaña del siglo XXI. Ahora bien, por el contenido profundo del planteamiento de Obama, estrechamente unido al sueño de JFK y MLK, hemos calificado el horizonte político del señor Barack Obama como la próxima Revolución Americana. Es decir, un cambio de fondo a nivel social y cultural en el seno de la sociedad norteamericana.

Es claro que la “Revolución Americana” se concibe en el seno de una sociedad burguesa desarrollada y en este sentido, debemos entenderla como una profunda renovación democrática que recomponga las relaciones al interior de dicha sociedad. Al candidato Obama le asiste la convicción profunda de que, por increíble que parezca, “Sí se puede”. No se trata de un sueño por alcanzar la “tierra prometida” como proclamó el célebre Pastor Martin Luther King, se trata de una posibilidad cierta para esta generación: “We are the ones”.

Habrá que esperar el desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, todo indica que estamos a las puertas del cambio más notable en la política estadounidense de las últimas décadas.

jueves, 17 de abril de 2008

EL GRITO DEL ULTIMO HOMBRE: UN GRAFFITI

" Seamos realistas, pidamos lo imposible"

Hace ya cuatro décadas, en mayo de 1968, se verificó un acontecimiento singular. No se trataba de una “revolución” en su sentido clásico. Los discursos y las demandas planteadas, en primer lugar, por estudiantes, estaban más próximas al surrealismo que al marxismo ortodoxo que prevalecía en aquellos años. En este sentido, la revuelta del mayo francés fue un fenómeno que escapó a la racionalidad social y política inmanente a la “Guerra Fría”. Podríamos aventurar que el mayo francés fue un “exceso” y en tanto tal incomprensible en su momento.

Como toda revuelta, el mayo francés clausura un momento histórico anterior a él e inaugura un mundo otro. A nuestro entender, asistimos al grito del último hombre ante el advenimiento de los rinocerontes, tal como imaginó Ionesco. Mayo de 1968 marca el ocaso de cierta tradición académica burguesa de talante filosófico humanista e ilustrada. Paradojalmente, esta clausura histórico - cultural no significó el advenimiento de una sociedad libertaria basada en la autogestión. Por el contrario, de ambos lados del muro que dividía Europa la reacción no se hizo esperar: finalmente, los rinocerontes heredarían la tierra entera.

En el llamado “Mundo Libre” los sucesos de mayo de 1968 constituyeron el punto de arranque para una sociedad performativa que encuentra hoy su fundamento en la reestructuración del capital a escala global. En el llamado “Socialismo Real” los sucesos de mayo 1968 constituyeron el punto de afirmación de la doctrina oficial frente a los “excesos”, tanto a nivel nacional a través de la equívoca actuación del Partido Comunista Francés, como a nivel internacional aplastando la “Primavera de Praga”. En aquel mundo bipolar, el mayo francés constituyó un “exabrupto” incomprensible y por lo mismo, condenable.

Los estudiantes de La Sorbonne que levantaban barricadas en las calles de París no nos legaron catecismos, parábolas ni manuales ideológicos. El grito de esta última generación de hombres, en el sentido fuerte de “sujetos” del humanismo, no se profirió a través de “libros”; los libros ya habían sido escritos y divulgados desde hace décadas, Sartre, Castoriadis, Lefebvre, por no mencionar a André Breton o a Rimbaud. El grito del último hombre tomó el tinte lúdico heredado de las vanguardias y de la publicidad propia de una sociedad de consumo, fue a su manera un grito vanguardista y pop: los “graffiti”.

La palabra graffiti es de origen italiano y se la define como una pintura o dibujo anónimo de contenido crítico, humorístico o grosero escrito en paredes o muros de lugares públicos. Hagamos notar que se trata de un medio de comunicación parásito emparentado con el “cartel” y las eslóganes publicitarios, aunque también con los rayados de letrinas.

El graffiti irrumpe en el espacio público como un signo “fuera de lugar”, una voz que no sirve al capital ni a una ideología reconocible. Como el “piropo” y la grosería, el graffiti crece anónimo en una sociedad de masas, el graffiti es plebeyo y al mismo tiempo deletéreo y burlón. No obstante, el graffiti comunica y da testimonio de un imaginario.

Intentaremos reconstruir, aunque sea muy someramente, aquel anónimo imaginario de sus protagonistas, aquel que desató una revuelta que convulsionó a un país y se escuchó en el mundo entero. Organizaremos, pues, nuestra exposición como un breve comentario a algunos de aquellos graffitis cuyos ecos todavía resuenan como un grito y una carcajada del último hombre.

“Cambiar la vida. Transformar la sociedad”

Mirado en perspectiva, el surrealismo recoge un espíritu epocal y lo transforma, casi como una reacción contra el dadaísmo, en una doctrina y un método. En este sentido, la herencia surrealista alcanza como un patrimonio común a todos los planos expresivos del arte hasta nuestros días. Muchos de los preceptos planteados por Jarry, así como las agudas intuiciones de Apollinaire y Vaché, para no mencionar la iconoclastia y la rebeldía de los dadaístas, se encontrarán incorporados como parte constitutiva de la nueva doctrina que los va a enriquecer otorgándoles un marco conceptual de referencia en el psicoanálisis.

Si bien la palabra surrealismo se asocia de inmediato a la estética, debemos aclarar que se trata de una visión que, en rigor, excede con mucho el dominio artístico, en su sentido tradicional. Cuando los surrealistas hablan de poesía, se refieren a una cierta actividad del espíritu, esto permite que sea posible un poeta que no haya escrito jamás un verso. En un panfleto de 1925 se lee: “Nada tenemos que ver con la literatura.... El surrealismo no es un medio de expresión nuevo o más fácil, ni tampoco una metafísica de la poesía. Es un medio de liberación total del espíritu y de todo lo que se le parece” Las metas de la actividad surrealista pueden entenderse en dos sentidos que coexisten en Breton; por una parte se aspira a la redención social del hombre, pero al mismo tiempo, a su liberación moral. Transformar el mundo, según el imperativo revolucionario marxista; pero Changer la vie como reclamó Rimbaud; he ahí la verdadera mot d’ordre surrealista. Pocas veces el espíritu humano ha alcanzado tales cumbres en su reclamo de libertad total y plena. Por ello Walter Benjamin llega a decir: “Pero la verdadera superación creadora de la iluminación religiosa no está, desde luego, en los estupefacientes. Está en una iluminación profana de inspiración materialista, antropológica, de la que el haschisch, el opio u otra droga no son más que escuela primaria”

Para realizar tan portentosa tarea, Breton propone un método, la exploración sistemática del inconciente. La liberación que se busca está en reconciliar al hombre diurno con aquel que habita en los sueños. Es en el sueño donde está l’inconnu, le merveilleux; más allá de la lógica y la razón. Es evidente que Breton aplica en el surrealismo muchos de los conocimientos desarrollados por el psicoanálisis de Sigmund Freud en las primeras décadas del siglo XX.
No cabe duda que Breton y el surrealismo constituyen una de las claves para comprender el carácter de la revuelta del 68. Se trató, qué duda cabe, de una generación lúcida, cuyo reclamo excedía todas las posibilidades de un mundo marcado por la racionalidad moderna. En este sentido, esta generación de jóvenes franceses comparte con toda la contracultura psicodélica un vocación antimoderna de filiación anarquista en que, como sostuvo Bakunin, la pasión de la destrucción es al mismo tiempo una alegría creadora.

“¡Viva la Comuna¡”

Paris fue la capital donde se escribió la prehistoria moderna durante el siglo XIX. Sin embargo, se suele olvidar que Paris fue también el lugar donde el espacio urbano escenificó la confrontación social. Bastará recordar esa otra calendariedad para advertir que Paris fue a su modo la “capital revolucionaria” del siglo XIX: Insurrección y combates de barricadas de 1830 – 1848; la Haussmanisación de Paris como embellecimiento estratégico (1860 – 1870) y, desde luego, La Comuna en 1871.

Si los historiadores reconocen un nexo entre la Revolución Francesa de 1789 y La Comuna de 1871, lo mismo habría que hacer entre La Comuna de 1871 y Mayo de 1968. En ambos momentos históricos, la inspiración anarquista se ha hecho explícita. La polémica figura de Proudhon, entre otras, atraviesa ambos sucesos. Recordemos que la conocida obra de Marx, “La miseria de la filosofía” no fue sino una respuesta dialéctica a las tesis proudhonianas. De hecho Marx, afirmó que Proudhon no comprendió nunca la “dialéctica científica” y, por lo tanto, no pudo ir nunca más allá de la “sofística”.

Las revueltas de mayo de 1968 reclaman su parentesco con La Comuna, los jóvenes estudiantes se sienten herederos de aquella tradición proudhoniana no marxista, aunque antiburguesa. Su oposición al marxismo ya institucionalizado a nivel mundial va a recrear las barricadas en las calles de Paris, convirtiendo los adoquines en proyectiles y las palabras en dardos. Los áulicos espacios de la Sorbonne y las calles aledañas volvieron a ser el espacio de una confrontación radical, convirtiendo a Paris, una vez más y por un instante en la historia, en la capital revolucionaria del mundo.

Ni sofística ni dialéctica: la revuelta y el graffiti se instituyeron más bien en la violencia extática y lúdica. El graffiti es, de algún modo, registro y memoria del deseo exaltado, más próximo al gesto dadaísta que a cualquier método científico, instante mas nunca plan quinquenal. El graffiti es pasión cristalizada y en tanto tal perecedera. No obstante, es también la única forma posible de registrar el éxtasis de la libertad suma y plena. Por esto, al volver sobre los graffitis de aquel tiempo nos conmueve su convulsiva belleza.

“¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación!”

Durante los años sesenta, aquello que Adorno llamó la “industria cultural” alcanzaba su apogeo con el auge de las cadenas televisivas, la irrupción del color, el videotape y la transmisión por satélite. Fue la era de los transistores y la aparición de una industria japonesa, cada vez más sofisticada y competitiva, en el mercado mundial.

Así, cine, radio, prensa y televisión configuraron una época de las comunicaciones que venía gestándose desde los albores del siglo XX. Podríamos afirmar que el siglo pasado vio nacer sociedades “mediáticas”, aunque no todavía “mediatizadas” plenamente por la hiperindustria cultural digitalizada y en red como en el siglo XXI.

Cuando los estudiantes de mayo 1968 se oponen a la “telecomunicación” lo hacen en un paisaje “broadcast”, esto es, en una configuración socio-comunicacional monopólica. En efecto, lejos de la actual “personalización” de los “usuarios” y de sus gustos al estilo “podcast”, lo normal en los sesenta era la difusión de mensajes dirigidos por grandes cadenas estatales o entidades periodísticas que monopolizaban la palabra. Las opciones reales de personalizar los gustos eran muy restringidas, el disco de vinilo y el espectro local de radioemisoras o estaciones de televisión. Es interesante hacer notar que detrás del grito libertario de los estudiantes franceses late la noción de individuo.

Podríamos aventurar que al oponer “comunicación” a “telecomunicación”, se reclama un espacio íntimo y personal que ha sido arrebatado por instancias de poder. La vieja oposición “Individuo” versus “Estado” no está lejos del imaginario que animó la insurrección de mayo. Ciertamente, los jóvenes en sus barricadas no tenían en mente la posibilidad tecnológica de satisfacer la demanda individualista bajo la forma de una sociedad de consumo, se trataba más bien del imaginario libertario, la restitución de un sujeto pleno o, como solía decirse en aquella época, “no alienado”.

Aunque el grito de los sesenta aparece como algo ingénuo y empalagoso frente a la mirada cínica y performativa de los tiempos hipermodernos, no es menos cierto que el ámbito comunicacional con su modalidad “broadcast” significó un momento de control social intenso y explícito que lindaba con la manipulación y que explica en gran medida el malestar cultural y la resistencia que generó entre la juventud.

En términos globales, todas las sociedades burguesas, tanto como los socialismos reales, hicieron de las comunicaciones un ámbito estratégico de la “Guerra Fría”: desde el Pravda al New York Times, desde El Mercurio al Granma. Al convertir las comunicaciones en un dispositivo bélico y de estricto control social, emerge un paisaje que hoy no dudaríamos en calificar de malsano y totalitario.

Pues bien, es ante ese escenario que los jóvenes de La Sorbonne o Nanterre se levantan para pedir la restitución de la “comunicación”, precisamente la negación de ese oprobiosa realidad.

“Mis deseos son la realidad”

Como resulta evidente, el reclamo de un espacio para el individuo se opone a la noción de “clase” que proclamaba el marxismo militante. De allí que el gesto de Marx hacia Proudhon se volviera a reeditar, los estudiantes no podían ser sino una caterva de “pequeños burgueses”, término que en la época era la peor descalificación que pudiera sufrir un revolucionario.

A lo anterior se agrega una fuerte dosis de subjetividad en el reclamo de los estudiantes. Conceptos claves del momento fueron “deseo” e “imaginación”, ambos muy reñidos con el diccionario marxista al uso. Es cierto que Breton había legitimado tales palabras en el ámbito poético, pero no olvidemos que finalmente el vate del surrealismo había derivado a claras posiciones antiestalinistas e incluso trotskistas.

El deseo en el imaginario de la revuelta, es puesto como vocación de cambio, como herramienta emancipatoria ya no sólo social y política sino moral. El deseo es la herramienta que denuncia y se opone al capital. No obstante, la sociedad capitalista de Europa Occidental ya había iniciado su camino por un sendero que replicaba el diseño socio-cultural norteamericano. Junto a Japón y tras la derrota del nazismo, Europa comienza a construir “sociedades de consumo”, el mismo modelo que seguirán más tarde países tan diversos como Corea del Sur, Chile o Singapur.

Las sociedades de consumo constituyen la forma en que el capital administra el deseo, o dicho de otro modo, es la forma contemporánea en que una forma de relación económica se trasviste en “capitalismo libidinal”. Es interesante acotar que las actuales estrategias de “marketing” asimilan los estilemas de los graffiti y de las vanguardias, aunque invirtiendo su sentido. Ya no se trata de desautomatizar la percepción como apertura hacia la emancipación, muy por el contrario, se trata de proponer dichos estilemas para domesticar a las masas en el consumo suntuario.

Una de las paradojas de mayo de 1968 es que, quizás, haya sido la última oportunidad en que palabras como “deseo”, “imaginación”, e incluso “libertad” todavía poseían algún sentido. En la actualidad, en tiempos hipermodernos, dichos términos constituyen el vocabulario básico de cualquier publicista y están diseminados en camisetas, spots publicitarios o en algún “gag” de MTV.

A pesar del tiempo transcurrido, aquellos graffitis han sobrevivido. Ya no se nos ofrecen como “fórmulas de sentido” político o moral, sino más bien como “efectos estéticos”. El mundo se ha convertido, como lo presintió el fascismo en una “gran clase media” sumida en el narcisismo de masas. En la hora de los rinocerontes, desaparece la noción de “clase” y con ella toda forma de conflicto social al estilo del siglo XX.

“La vida está en otra parte”

El mayo francés, resulta ser un momento emblemático de la llamada sensibilidad contracultural de los sesenta: la psicodelia. Esta contracultura tuvo su epicentro en diversas universidades del mundo y representó, en alguna medida, la masificación de los hallazgos de las vanguardias. Al igual que Breton y el grupo surrealista, los jóvenes estudiantes del 68 hacen suyas las palabras de Marx y Rimbaud, “Transformar el mundo y Cambiar la vida”, dos enunciados que la historia había desmentido hasta ese instante. Las revoluciones marxistas ortodoxas, con su tinte burocrático y estalinista eran, desde una perspectiva surrealista, prosaicas “crisis ministeriales” frente a los cambios que se reclamaban. Por su parte, las sociedades burguesas sumidas en la “Guerra Fría” habían disuelto el potencial libidinal de sus sociedades en la impostura del consumo.

El mayo francés fue a su modo una cumbre espiritual, un reclamo radical y sin concesiones por el derecho a la felicidad aquí y ahora. Comparable en su vehemencia y desesperación a ciertos paisajes propuestos por el existencialismo, el anarquismo del siglo XIX y las vanguardias estéticas tras el ocaso de la belle époque. Un grito conmovedor que todavía nos convoca, un grito silencioso que deambula con aquellos soixante-huitards, misfits (inadaptados) que como nuevos y anónimos flanneurs recorren hoy la ciudad. Sobrevivientes de otro tiempo, portadores de una oscura verdad que hace más de un siglo ya proclamó la poesía: La vida está en otra parte.