sábado, 11 de octubre de 2008

BARACK OBAMA: PRESIDENTE

Hasta hace pocos meses, muchos miraban con escepticismo un posible triunfo de Obama en las elecciones internas del partido demócrata ante la tenaz oposición de la senadora Hillary Clinton. Y muchos más creían prácticamente imposible que el valiente senador afroamericano tuviese una posibilidad cierta de llegar a la Casa Blanca. Los hechos y los sondeos de opinión, hoy, demuestran lo contrario.

El senador por Illinois, Barack Obama se erige como el candidato con las mayores posibilidades de alcanzar la presidencia de los Estados Unidos, en noviembre próximo. Este triunfo se explica por varios factores, entre los cuales ya hemos destacado su peculiar campaña electoral que ha abandonado el verticalismo “broadcast” para instalarse en la horizontalidad “podcast”. Este fenómeno inédito en el ámbito de la comunicación política viene acompañado por un sólido discurso filosófico-moral arraigado en la tradición norteamericana que sustituye a las “ideologías” con inusitada eficiencia en una sociedad que reclama un cambio frente a las políticas excluyentes basadas en el miedo, propias de la administración Bush. El resultado está a la vista: un movimiento social multicultural por el cambio, catalizado por las nuevas tecnologías que atraviesa la Unión Americana de costa a costa.

La actual crisis financiera mundial, y la subsecuente inestabilidad de los mercados, no ha hecho sino fortalecer la candidatura de talante reformista del senador Obama, desdibujando las pretensiones de su oponente como mero continuismo de la actual administración. Sin embargo, se trata de un arma de doble filo, pues en definitiva el gobierno actual lega a los demócratas un país al borde de la recesión, con un abultado déficit fiscal derivado de una guerra impopular y difícil de justificar.

Las grandes tareas de la administración Obama se pueden resumir en cuatro grandes cuestiones. Primero, estabilizar y reimpulsar la economía estadounidense mediante la regulación de los mercados y la inversión pública en proyectos de alta tecnología, reformulando los fundamentos mismos del capitalismo. Segundo, propender a un nuevo orden político mundial que instale a los Estados Unidos como un actor preponderante, en cuanto una potencia democrática capaz de asegurar la paz mundial. Tercero, construir en su país un nuevo “contrato social” que asegure las oportunidades y la prosperidad a sectores pauperizados y excluidos. Cuarto, enfrentar con decisión los desafíos medioambientales y culturales que afligen a la humanidad toda.

Al igual que Franklin D. Roosvelt, el futuro presidente Barack Obama recibe una nación sumida en la más grave crisis económica-financiera de los últimos ochenta años, con el agravante de que esta vez se trata de una catástrofe que por su naturaleza global no se puede resolver en los límites de las políticas domésticas. En este sentido, el desafío para la próxima administración es mayúsculo: nada menos que poner los cimientos del mundo del siglo XXI. Los problemas que enfrenta actualmente Estados Unidos exigen, como nunca antes, actualizar aquella frase “Think Big”. En pocas palabras, si los norteamericanos pretenden seguir siendo la primera potencia del mundo en este siglo deberán dar un gran salto tecno-económico, político, social y cultural; es decir, ser capaces de estar a la altura de los padres fundadores y protagonizar una Revolución Americana 2.0.


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