domingo, 28 de noviembre de 2010

Mendigo

Uno de los síntomas más singulares de los tiempos que corren es la condición de “espectáculo” que ha adquirido el quehacer público. Todos los acontecimientos políticos, sociales y culturales son representados para los públicos en un relato cotidiano a través de la televisión y los medios. Cada individuo es susceptible de ser convertido en un “actor”, en el gran teatro del mundo. Este rasgo de nuestra cultura actual es lo que algunos han llamado “mediatización”.

Esta semana hemos sido testigos de la irrupción de un “mendigo” en medio de una reunión de autoridades y empresarios, Enade 2010. Se trataba, por cierto, de un “falso mendigo”, representado por un actor profesional contratado para la ocasión por el equipo de Mideplan encabezado por el ministro señor Felipe Kast. El propósito declarado de esta “puesta en escena” fue llamar la atención hacia los sectores sociales más desfavorecidos de la sociedad chilena. Más allá de las buenas intenciones del señor ministro, conviene detenerse en esta representación, en cuanto ella delata un imaginario, esto es, cómo nuestras autoridades y nuestros empresarios “se representan” la marginalidad y la pobreza.

En estricto rigor, la presencia del actor se enmarca en lo que hoy se entiende como una “performance”. Un “falso mendigo” nos interpela como espectadores de su condición. Se trata de una “falsificación”, se trata de una representación “aséptica”, sin el hedor ni el riesgo inherente a los mendigos de la calle. Se trata, en suma, de la “pobreza estetizada”, con los rasgos pintorescos de un relato melodramático. Lo estético garantiza que tan inusual canapé no cause indigestión a los señores empresarios. El actor es el “signo” de un mendigo: maquillaje, vestimenta, palabras y ademanes. El actor es un “como si”, se tratase de un menesteroso de la vida real.

Los medios de comunicación construyen un imaginario en que todo lo humano se transforma en superficie sin profundidad. El relato mediático del mundo es un espectáculo, sea que se trate de la más cruenta guerra o de la pobreza en otras latitudes. Hemos llegado al punto en que las hambrunas se nos ofrecen en HD en el cómodo living de los hogares de aquellos más privilegiados, anestesiando toda responsabilidad, todo compromiso. La catástrofe y la miseria se han convertido en un tópico más que alimenta las pantallas televisivas, ocultando no sólo la materialidad de las relaciones sociales sino la dimensión ética y espiritual inmanente al dolor de nuestros semejantes.

El “falso mendigo” es un “signo” que carece, no obstante, de espesor. Hay algo que no puede representar. Un mendigo de verdad es una persona cuya impronta es la pobreza, la marginación, en una palabra: el sufrimiento. El actor puede mostrarnos la apariencia de los marginados, más nunca la experiencia del dolor. Hagamos notar que es en la intensidad de esta experiencia donde se juega, precisamente, la espiritualidad que reclaman todas las religiones.



miércoles, 17 de noviembre de 2010

¿Una Nueva Derecha en Chile?

Debemos alegrarnos de que connotados líderes del actual gobierno hayan planteado la necesidad de una “nueva derecha” en Chile. La declaración ha sido proferida por un ministro, un senador y nada menos que por el propio Presidente de la República. La estatura de los personajes no deja dudas sobre la importancia que tal sector atribuye al asunto. Pareciera que el ejercicio del poder confronta al conglomerado de derecha con una serie de tensiones que lo llevan a un reclamo tan radical, solo comparable a la “renovación de la izquierda” tras el regreso a la democracia. La renovación, una suerte de refundación de ideas y perspectivas, es siempre encomiable, venga de donde venga.. El reclamo de renovación denuncia una situación de estancamiento y extemporaneidad respecto de los cambios acontecidos en el mundo y propone, justamente, superar dicha situación; por ello toda renovación promete brisas de primavera.

Una “nueva derecha” en Chile nos trae, de inmediato, a la memoria aquel Manifiesto de la “Nouvelle Droite” escrito en Francia en el año 2000 por Benoist y Champetier, aunque sospechamos que se trata más bien de un alcance de nombre, pues dicho texto es tan contrario al ideario marxista como a las ideas liberales. La “nueva derecha” que proclaman nuestras figuras criollas es, de algún modo, la versión local de un discurso conservador, una derecha con empanadas y vino tinto, algo así como el tránsito de la “vía chilena al socialismo” al “chilean way”.

Hay muchas razones para mostrarse más bien escéptico y pesimista ante la buena nueva de una renovación de la derecha. Por de pronto, el hecho indesmentible de que el actual gobierno del sector sigue fiel a la herencia autoritaria consagrada en la carta constitucional, administrando con “eficiencia” no sólo el ordenamiento económico prescrito por la constitución de Pinochet sino además, aplicando todas y cada una de las disposiciones represivas contenidas en dicho cuerpo legal. A esto se agrega el hecho, no menor, de que todavía, muchos de sus personeros tuvieron una activa participación en los oprobiosos días de la dictadura militar. De suerte que, junto a una discrepancia lógica frente a los argumentos de una supuesta “nueva derecha”, surge la falta de credibilidad en quienes sostienen ese punto de vista.

En pocas, palabras, plantear una “nueva derecha” cuando toda la institucionalidad sigue anclada en el pasado dictatorial, y quienes lo plantean son los mismos que protagonizaron aquellos años de autoritarismo es, por decir lo menos, demagógico. No obstante, admitamos que la actual situación política del país incomoda, en alguna medida, a “algunos” sectores de derecha que anhelan un retorno más decidido a los principios demo-liberales como un modo más “eficiente” de administrar el capital.

Como se sabe, el pensamiento de derechas no es un todo homogéneo y reconoce, por lo menos, tres fuentes históricas, a saber: el fundamentalismo católico, el nacionalismo y una forma sui generis de liberalismo. De tal manera que el reclamo de una “nueva derecha” no significa lo mismo para todos sus adherentes. En el imaginario fundamentalista, la renovación toma tintes valóricos y populistas, mientras que para los neoliberales se trata más bien de una inflexión tecno-económica, una “derecha 2.0”. Por último, el ideario nacionalista está técnicamente excluido del paisaje derechista actual y se mantiene fiel a la “obra” y la figura del dictador Augusto Pinochet.

La derecha chilena está muy lejos de protagonizar aquello que en lenguaje marxista se conoce como una “revolución democrático-burguesa”. La realidad chilena actual no reúne las condiciones de posibilidad históricas en lo económico ni en lo político para esperar un salto cualitativo de la derecha. Plantearse una “nueva derecha” en un país latinoamericano de segundo orden que todavía no se repone de una cruenta dictadura y en un mundo que no acaba de salir de una crisis mayúscula del capitalismo global pareciera más bien un chiste de mal gusto o, repitámoslo, simple demagogia.