domingo, 20 de marzo de 2011

Obama en Chile

La visita del presidente de los Estados Unidos a Chile, es, fuera de toda duda, una cuestión importante para nuestro país y para la región. Se trata, después de todo, del primer presidente afro-americano instalado en la primera potencia mundial, premio Nobel de la paz y principal figura de la política mundial. Su visita a los extramuros del Imperio trae consigo todo el fasto mediático de luces y cámaras en directo.

Como resulta evidente, América Latina no constituye, hoy por hoy, un foco de interés particular en la política internacional norteamericana. Bastará recordar la crisis por la que atraviesan varios países petroleros del norte africano y el Golfo Pérsico, o la angustiante crisis que vive por estos días el Japón, para advertir que nuestra importancia relativa a los ojos de Washington es de segundo orden, a lo menos.

Los grandes temas latinoamericanos en la agenda de la Casa Blanca están relacionados con la inmigración ilegal y, desde luego, el tráfico de drogas. Sin embargo, hay una agenda menos pública relacionada con grandes inversiones en aspectos específicos de nuestra economía y, desde luego, en la venta de equipos y armamentos a los ejércitos de la región. La visita de Barack Obama a El Salvador, Brasil y a Chile señala el interés de la actual administración por marcar una presencia en un mercado apetecido por otras poderosas economías.

La visita de Obama es una valiosa oportunidad para poner sobre el tapete la imperiosa necesidad de que Washington entable un nuevo diálogo con sus vecinos del sur. Si bien el brutal garrote de las dictaduras militares va quedando, en apariencia, en el pasado, no es menos cierto que hoy muchos de nuestros países padecen las consecuencias brutales de una economía neoliberal que empobrece a millones de latinoamericanos, sin respeto por el medio ambiente ni por las minorías étnicas. Todavía están frescas en la memoria las bochornosas escenas vividas en Honduras hace algunos años, donde los mecanismos para preservar el respeto de la democracia fracasaron estrepitosamente. Hasta el presente, la realidad de Haití sigue siendo una afrenta a los latinoamericanos, lo mismo que la represión de que han sido objeto los pueblos originarios en el sur de nuestro país.

La presencia del presidente de los Estados Unidos en Chile es una buena oportunidad para hacerle notar a nuestro ilustre visitante que aquí, como en los países árabes, aspiramos al bienestar y a la felicidad de nuestros pueblos, en paz, con justicia y dignidad. Nos interesa, ciertamente, un diálogo respetuoso, franco y fructífero con la Casa Blanca. Dicho diálogo es una tarea pendiente que requiere, en primer lugar, una nueva institucionalidad democrática regional que incluya a todos los gobiernos de America Latina y el Caribe. De otro modo, la visita del presidente Obama a Chile será una amable conversación entre hombres de negocios.

Obama in Chile

Watching America

http://watchingamerica.com/News/93847/obama-in-chile/


By Álvaro Cuadra

Obama’s visit will merely be a friendly conversation between businessmen.

Translated By Robin Salomon

18 March 2011

Edited by Alexander Anderson

Argentina - Argenpress - Original Article (Spanish )

The visit of the U.S. president to Chile is, beyond doubt, an important event for our country and the region. After all, Barack Obama is the first African American president of the world's leading power. He is also a Nobel Peace Prize winner, and is a major figure in world politics. His visit brings with it the spectacle of live media cameras and lights.

It is clear that Latin America is not at present a particular focus of American foreign policy. One need only recall the crisis facing so many oil-rich countries from North Africa to the Persian Gulf, or the desperate crisis in Japan, to conclude that our relative importance in Washington’s eyes is secondary at best.

The larger Latin American issues on the White House's agenda relate to illegal immigration and drug trafficking. However, there is a less public agenda connected with large investments in specific aspects of our economy, and on the sale of equipment and weapons to armies in the region. Obama’s visit to Brazil and Chile underscores his administration's interest in a market coveted by other powerful economies.

It is also a valuable opportunity to bring to the forefront the urgent need for Washington to initiate a new dialogue with its southern neighbors. Although brutal military dictatorships are mainly a thing of the past, it is also true that today many Latin American countries suffer the brutal consequences of a neoliberal economy that impoverishes millions without regard for the environment or for ethnic minorities.

The shameful scenes witnessed in Honduras only a few years ago remain fresh in our minds, when the mechanisms to preserve democracy failed miserably. To this day, the reality of Haiti remains an affront to Latin Americans, as does the suppression of indigenous populations in the south of our country. The U.S. president's visit to Chile presents a good opportunity to point out to our distinguished visitor that, as in Arab countries, we also aspire to the welfare and happiness of our people, with peace, justice and dignity.

We are interested, of course, in a respectful, frank and fruitful dialogue with the White House. This dialogue is a pending task that requires a new regional democratic institution that includes all of the governments of Latin American and the Caribbean. Otherwise, Obama’s visit will merely be a friendly conversation between businessmen.

sábado, 12 de febrero de 2011

Egipto sin Mubarak


La salida de Mubarak del actual escenario político, no sólo egipcio sino de todo el Medio Oriente, inaugura un interesante debate sobre el curso de los acontecimientos. Mientras la multitud celebra la salida del otrora “hombre fuerte” de Egipto por treinta años en la ya histórica plaza Tahrir, un análisis desapasionado de la situación señala con claridad que estamos asistiendo al despliegue de un guión redactado en Washington. Un guión lleno de improvisaciones que, a ratos, parecía una tragedia griega y otras veces una comedia de equivocaciones. De hecho, el director de la CIA había expedido el certificado de defunción del régimen egipcio – públicamente - con veinticuatro horas de antelación, el cual se vio desmentido por un agónico y obstinado Mubarak esa misma tarde.

Lo cierto es que el gobierno de Barack Obama acompañó el proceso de crisis en Egipto desde el primer momento, sea a través de sus aparatos de inteligencia, sea desde el Pentágono, y lo hizo, fundamentalmente, a través del ejército egipcio. Recordemos que el ejército de este país sólo es superado por el ejército israelí en cuanto al monto de ayuda militar, y al igual que sus vecinos posee baterías antimisiles Patriot y ha comenzado la fabricación de tanques Abrams de última generación. En pocas palabras, el ejército egipcio ha sido equipado, entrenado y financiado por los Estados Unidos. Nada tiene, pues, de extraño que hayan sido las fuerzas armadas egipcias las que se hagan cargo del país una vez depuesto Mubarak.

El “American script” constituye el itinerario político garantizado por el Alto Consejo de las Fuerzas Armadas de Egipto, encabezado por el ministro de defensa. Esta fórmula se resume en la manida frase esgrimida por los políticos occidentales respecto del futuro inmediato en el país del Nilo: una transición pacífica y controlada hacia una genuina democracia. Es demasiado prematuro para especular sobre la suerte de muchos personeros del “ancien régime”, incluidos Suleiman y el mismo Mubarak, cómplices tanto en las políticas represivas como en negociados que les enriquecieron.

Para el gobierno de los Estados Unidos, ésta es una inestimable oportunidad para demostrar a todo el mundo árabe que es posible construir una democracia próspera en la región, más allá del evidente fracaso político en Irak y Afganistán. Una empresa nada fácil en un país que no ha conocido instituciones propiamente democráticas por décadas y que ha vivido más bien en un clima de corrupción y pobreza. Con todo, se debe destacar que la sociedad egipcia haya sido capaz de superar sus diferencias y haya actuado como una sola voz en las calles de sus grandes ciudades para exigir reformas y lo haya hecho de manera más o menos pacífica.

Todo esto señala la irrupción de un nuevo espacio político en el país que puesto en perspectiva, es, en efecto, de la mayor trascendencia histórica, pues constituye un punto de inflexión desde varios puntos de vista. Por de pronto, hagamos notar la inusitada importancia adquirida por las redes sociales, especialmente entre los jóvenes egipcios, que si bien no constituyen agentes de cambio en sí mismas, son capaces de “catalizar” fenómenos sociales y políticos. Notemos, de paso, que tales redes anularon la poderosa red estatal de televisión en cuanto al control de la información. En suma el “broadcast” fue derrotado por el “podcast”.

Por el momento, son más las interrogantes que las respuestas. No se sabe hasta dónde se puede desplegar el guión previsto por la Casa Blanca, o el rol que va a jugar el ejército en esta nueva configuración de fuerzas e intereses. Tampoco se puede adelantar el papel que va a asumir el islamismo egipcio en este nuevo cuadro. Por ahora, todas son palabras de buena crianza y muchas expectativas y esperanzas en el seno de la joven sociedad egipcia. En estas circunstancias históricas, la mejor garantía para llevar adelante un proceso democrático auténtico no la constituye el ejército sino un pueblo que ha aprendido que la única manera de promover cambios y defender sus derechos es la movilización social.





sábado, 5 de febrero de 2011

Egipto:El ojo del huracán

El actual reclamo norteamericano por una transición pacífica a la crisis egipcia está lejos de ser un gesto democrático y se inscribe en una nueva estrategia geopolítica para la región. Por de pronto, se ha neutralizado a las fuerzas armadas en dicho país, para evitar incendiar todo el Magreb. La salida será política o no será. Convengamos en que el presidente Mubarak es un cadáver político, pero que todavía puede ser un instrumento útil a los intereses occidentales.

La prestigiosa revista británica The Economist, plantea una interesante idea en torno a los acontecimientos en Egipto, en cuanto la actual crisis en Egipto ofrece una excelente oportunidad para promover reformas en la región, estancada por décadas en regímenes autocráticos. La verdad sea dicha, los niveles de pobreza extrema y la falta de libertades ciudadanas en Egipto y otras naciones de la región, resultarían inaceptables en cualquier país europeo y, ciertamente, en los Estados Unidos. No obstante, digámoslo con ruda franqueza, las grandes potencias occidentales que han enarbolado la bandera de los Derechos Humanos y las reformas políticas en cada oportunidad que les favorece directa o indirectamente, silencian esta protesta si existen intereses económicos o militares de por medio. Tal ha sido el caso con varios regímenes del Oriente Medio, desde Sadam Hussein a Hosni Mubarak. Mientras un mandatario o reyezuelo sea el “hombre fuerte” al servicio de las inversiones extranjeras y dócil a las estrategias de los imperios político-financieros, a nadie parece importar el coste político y humano para pueblos enteros.

Para la Casa Blanca, la cuestión es clara: Se trata de crear las condiciones para una apertura democrática controlada que garantice su presencia hegemónica en la región y muchos de los equilibrios geoestratégicos alcanzados. Así, cualquier transición democrática debe contemplar la ratificación de los tratados de paz con Israel, el libre flujo de mercancías por el canal de Suez y garantías explícitas a las inversiones extranjeras de las grandes corporaciones en dicho territorio. La peor pesadilla sería la irrupción de un nuevo Irán en la región. Los Estados Unidos promoverían, de este modo, elecciones libres en el más breve plazo, mantendrían la cuantiosa ayuda militar y ampliarían el apoyo político a la naciente democracia, convirtiendo a Egipto, como lo ha sido el Chile post dictatorial, en una nación modelo para todo el Magreb.

Tal como ha señalado Hillary Clinton, asistimos a una tormenta perfecta en todo el Oriente Medio. Las nuevas generaciones no están dispuestas a seguir sumidas en la exclusión y la pobreza que alcanza niveles que bordean el 40% en país de alrededor de 80 millones de habitantes. Es claro que se requieren urgentes reformas, pero al mismo tiempo, la ecuación geopolítica es tan compleja que el camino se augura difícil y no todo lo rápido que se espera. Ante una oposición dividida, las elites y el ejército, con el apoyo estadounidense, apuestan a una transición programada, lo cual significa ganar tiempo y calmar a las masas con placebos, preparando el terreno para un eventual recambio democrático en septiembre del año en curso.

Si bien Egipto es, por estos días, el ojo del huracán, lo cierto es que el reclamo del pueblo egipcio expresa un estado anímico compartido por la mayoría de los pueblos de la zona. Por tanto, no es impensable un efecto de contagio que ponga en jaque a varias autocracias de la región. Por ello, el desenlace de la actual crisis es crucial, en la medida que de ella surja un modelo de sociedad tal que conjugue las justas aspiraciones de los pueblos a una vida digna y los intereses estratégicos de las potencias involucradas.

Las autoridades iraníes insisten en que estamos ante una nueva “conciencia islámica”, no obstante, pareciera que el reclamo se aproxima más a fundamentos sociales y económicos. Lo que se está reclamando es más la frustración de una mayoría tan indignada como menesterosa frente los beneficios de una modernidad globalizada que un retorno teocrático al estilo de Irán. En este sentido, el “peligro islámico” parece más una coartada de las elites gobernantes que una realidad política tangible.

Cualquiera sea el curso de los acontecimientos, es indudable que este corresponde, en rigor, al pueblo soberano de Egipto, más allá de los poderosos intereses en juego y del poder mediático, diplomático y político de las potencias occidentales. La situación actual puede ser descrita como la de un mandatario aferrándose al poder contra la voluntad mayoritaria de su pueblo, pero también, como la voluntad de las potencias occidentales, Estados Unidos en primer lugar, de aferrarse al poder que han detentado en la región por décadas. Washington sabe perfectamente que cualquier desequilibrio derivado de la actual crisis en las tierras del Nilo puede tener consecuencias catastróficas en su mapa geopolítico, o como suelen decir en Washington, un riesgo inaceptable para su seguridad nacional.