lunes, 3 de marzo de 2008

BARACK OBAMA: UNA CAMPAÑA DEL SIGLO XXI

Introducción

Tal como se ha escrito, Estados Unidos constituye, al mismo tiempo, una democracia y un imperio. Este ha sido el país donde cristalizó la “modernidad” nacida en Europa: el modelo antropológico, cultural, tecnoeconómico y social que hoy se replica en buena parte del orbe. En cuanto democracia, esta nación se ha visto muchas veces convulsionada por demandas populares, como el movimiento pacifista de los sesenta o la lucha por los derechos civiles de las minorías; en cuanto imperio, ha protagonizado los momentos más bochornosos de la humanidad en su propia tierra como en Dallas y alrededor del mundo como en Viet Nam o Chile.

Cada cierto tiempo, pareciera que los pueblos se hastían del frío “cinismo” que caracteriza a los agentes de la “política performativa”. El candidato afroamericano Barack Obama, en este sentido, irrumpe en la política norteamericana con un mensaje cálido y, en apariencia, ingenuo, sin embargo, imprescindible: el mensaje de la “esperanza” y del “sentido”. El mismo que en su momento trasmitieron a su pueblo hombres como Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt y John F. Kennedy.

Aunque sobran las razones para mirar con escepticismo este “cambio” en la sociedad estadounidense, no se puede negar la tremenda valentía del candidato. No podemos olvidar que en la capital del imperio se juegan, finalmente, intereses económicos monstruosos de alcance mundial cuya expresión última es el poderío militar encarnado no sólo en las elites castrenses sino en las oscuras, y a ratos siniestras, redes de la “seguridad nacional”.

En contraste con el perfil basto y agresivo del actual mandatario, el candidato señor Obama ofrece el ideario político y el sentido que fundó su nación, un gobierno que se ocupe del bienestar del pueblo y que conviva en forma pacífica y civilizada con el resto de las naciones. Si el señor Obama logra llegar a la Casa Blanca, se inaugura la posibilidad incierta de que “algo” cambie en la política norteamericana y eso, no es poca cosa

Para sorpresa de muchos, el senador por Illinois Barack Obama ha encabezado una avasalladora campaña presidencial que resulta ejemplar de lo que será, en los años venideros, el quehacer político electoral. Una campaña, por cierto, que tiene la más alta probabilidad de alcanzar su propósito: instalar al primer afroamericano en la Casa Blanca.

Los equipos asesores de la así llamada “clase política”, en el mundo entero, harían muy bien en observar con mucha atención las estrategias comunicacionales que se han puesto en juego para crear este fenómeno socio-comunicacional: la “Obamanía”. Examinemos, aunque sea muy sucintamente, algunos elementos clave de la primera campaña presidencial en tiempos de la hiperindustria cultural.


1.- Una visión: Mensaje y Personaje


Lo primero que llama la atención en el vertiginoso ascenso del candidato Obama, es la naturaleza de su mensaje. Se trata de un discurso que apela en primer lugar a cuestiones de fondo. No estamos ante un candidato más que viene a reducir tal o cual impuesto o a enmendar parcialmente alguna ley, se trata nada menos que de “cambiar la política” ejecutada hasta aquí. La proposición es radical, pues instala al candidato en oposición al desacreditado “establishment” de Washington, así cual David, nuestro héroe candidato pretende enfrentar a Goliat. Lo hace con las únicas armas que posee, el apoyo de su pueblo. Esta invitación al pueblo norteamericano hacia la aventura del “cambio” logra instalar en el imaginario social, colonizado por el consumismo y los medios, dos nociones centrales: “esperanza” y “sentido”. Notemos que la “esperanza” y el “sentido”, son valores positivos que se oponen como es obvio al desencanto hipermoderno y al sinsentido que prevalece en culturas hedonistas. Sin embargo, su eficacia política radica en que dichos conceptos entran en colisión con la estrategia política de la actual administración en Washington, que ha basado su discurso en el “miedo” frente a la amenaza externa.

Hay un hecho no menor que, sin embargo, suele pasarse por alto. Cuando Barack Obama apela a dos grandes valores de raigambre religiosa, delimita un nuevo horizonte en el imaginario social norteamericano. Por decirlo así, actualiza el “mito” fundacional de los Estados Unidos, con toda la carga afectiva que ello implica. Cuando un político logra articular la dimensión “mitopoyética” de su pueblo acrecienta su papel como “estadista”. Lo propio del “estadista” es cristalizar una “visión”, un sentido profundo, de su lugar en la historia.

El mensaje del candidato Obama, es cierto, se ocupa de asuntos tan concretos como el sistema de salud de sus conciudadanos o la presencia militar en Irak, pero nada de ello sería muy efectivo si no encontrase un lugar trascendental en el gran relato, en el sentido último de toda la gesta. Los mensajes de Obama no podrían sino apelar a la “unidad” atemporal que supone la mitología norteamericana, unidad que trasciende el racismo, la diferencia de estratos sociales o de género. Esto se traduce en que Obama es un candidato cuya empatía le gana adeptos entre blancos, negros, asiáticos y latinos. Al igual que un predicador evangélico, el discurso del valiente senador habla desde lo trascendente para ocuparse de lo cotidiano. En cada estado de la Unión Americana, en cada condado, en cada pueblo, se conjuga lo trascendente con lo prosaico, de suerte que todos pueden sentirse concernidos.

Barack Obama, el personaje, posee una serie de atributos nada desdeñables. Se trata de alguien muy culto, profesor universitario, de voz grave y ademanes austeros, no exento de simpatía personal. Un hombre locuaz y seductor en el mejor sentido del término. Comparte con J.F. Kennedy y Martín L. King cierta “aura” carismática que alcanza su cúlmen en las presentaciones personales en actos masivos. El candidato maneja a la perfección las técnicas de locución, su lenguaje es claro y sencillo, con frases simples aunque contundentes. Casi todas sus presentaciones son verdaderos “espectáculos” tapizados de ingenio, humor y mucha emoción. Cualquiera de sus discursos públicos es fácilmente convertido en un “vídeo clip”. En pocas palabras, Barack Obama es un personaje telegénico capaz de seducir a su audiencia, provocando una sensación de proximidad psíquica y social.

Si bien su condición de afroamericano, y el hecho de llamarse Barack Hussein, podrían haberle jugado en contra, no ha ocurrido así. Por el contrario, en un mundo hipermoderno en que el “ethos” de la tolerancia se ha instalado bajo el concepto de la “multiculturalidad” en las sociedades de consumo desarrolladas, lo que era hace décadas una desventaja bien pudiera tener en la actualidad el efecto contrario.

Nótese que en el contexto de una pugna al interior de su partido, Barack Obama no puede capitalizar su condición de senador “Demócrata” en contraste con su contendor “Republicano”; por esto, el proceso comunicacional de construcción de Obama ha seguido el mismo camino que el de las estrellas del espectáculo, esto es, se privilegia al personaje sobre cualquier otro nexo.

Por último, es digno de tenerse en cuenta que todo el discurso de Barack Obama esta teñido por un talante “ético” que rememora los tiempos ya lejanos del puritanismo protestante. Su fuerza radica en la percepción generalizada de que en la capital del país se vive un estado de corrupción y de degradación, donde los negocios y el dinero están por sobre las verdaderas necesidades del pueblo. Obama es la “vox populi” en cuanto denuncia el actual estado de cosas y promete un “cambio” ético en las prioridades de la Casa Blanca. He ahí su “esperanza”, su “sentido” profundo, pero también su inmensa fuerza.


2.- Hiperindustria cultural: Imágenes y redes sociales


Barack Obama es una construcción socio-comunicacional en los tiempos de la hiperindustria cultural. Su “video clip” puesto en “Youtube” ha tenido mas de cuatro millones de visitas en poco más de un mes. Muchas de sus conferencias y presentaciones en público se encuentran grabadas con subtítulos en español en dicho sitio de Internet. Su campaña utiliza profusamente los medios que ofrece la red.

No obstante, sólo una suprema ingenuidad nos podría llevar a la conclusión de que el uso de estas nuevas tecnologías explica el fenómeno de la “Obamanía”. Las tecnologías actúan más como “catalizadores” que como “agentes”. Esto quiere decir que lo fundamental no son las “redes informáticas” en sí mismas sino las “redes sociales” construidas gracias a ellas y catalizadas por éstas. Quiere decir, además, que es un error considerar los dispositivos tecnológicos como una singularidad, pues en definitiva los sitios de Internet sólo recogen fragmentos de flujos televisivos o la voz de alguna emisión radial o las fotografías digitales de la gran prensa. En suma, la construcción socio – comunicacional es, al mismo tiempo, un tejido social y una configuración mediática.

Insistamos, el éxito de Obama no está en los sitios de la Web y ni siquiera en los videos de Youtube sino en las redes sociales creadas a propósito de dichos dispositivos tecnológicos. Las nuevas tecnologías catalizan fenómenos sociales en ciernes que de otro modo se hubiesen visto frustrados como demanda local. Barack Obama habla del “pueblo” (people) y de los trabajadores (workers), esto es, habla en el registro del reformista radical, pero lo hace revestido por el “glamour” de las estrellas mediáticas.

El movimiento social de voluntarios está constituido por comunidades transversales en diversas partes del país, es decir, se trata de agrupaciones voluntarias que trascienden cualquier criterio étnico, etario o socioeconómico. Obama llama a sus filas a “una nación” para que reencuentre su “sentido”, su “esperanza”. Es interesante destacar que el fenómeno Obama pone en el tapete la cuestión de la “esperanza” y el “sentido”, esto no nos parece, en absoluto casual. Todos los estudios sobre las sociedades postindustriales o postmodernas apuntan a un desfondamiento del sentido, a una falta de esperanza. Pues bien, el gesto de Obama no es otro que reconocer en tales cuestiones el problema político axial de las sociedades desarrolladas contemporáneas.

Desde un punto de vista cultural y comunicacional, lo inédito de la campaña de Obama radica en el hecho de que por vez primera el reclamo contestatario, en el contexto de una sociedad de consumo altamente mediatizada, se hace desde los “códigos de equivalencia” del mercado imperante, es decir, desde los lenguajes audiovisuales anclados en la codificación digital. No estamos ante una tradicional “campaña “broadcast” con su retahíla de “spots” y “franjas políticas” sostenidas por partidos institucionalmente reconocidos sino que asistimos a la primera “campaña podcast” sostenida en redes ciudadanas, en principio libres y aleatorias.

Las nuevas tecnologías sirven de plataformas, flexibles y personalizadas, para formas nuevas de ejercer la ciudadanía. Se trata de una mutación antropológico política de primera importancia, no exenta de riesgos. Así, junto a numerosas páginas que celebran al candidato surgen los detractores que acusan al postulante a la Casa Blanca de “Anticristo”, “musulmán”, “falso profeta”, entre muchas otras. Los videos de la red constituyen un rico “corpus” de Clips y Anticlips que incluyen chistes y obscenidades de diverso calibre. Nada de todo esto desautoriza, empero, la idea de que estamos ante la inauguración de una “campaña podcast”.

Desde una perspectiva política, Barack Obama se enmarca dentro de los discursos reformistas como ha habido muchos en Estados Unidos. Pero muy pocos de entre ellos han cautivado a los electores de la manera en que lo ha hecho Obama y, ninguno anterior a él ha tenido posibilidades ciertas de llegar a ser presidente del país más poderoso de la tierra.


3. – Las lecciones de Barack Obama


Se puede afirmar que Barack Obama es el hombre adecuado en el momento adecuado. Sin embargo, esta frase de sentido común no alcanza a explicar mucho sobre lo “adecuado” del hombre y del momento histórico. Es claro que Norteamérica se encuentra en un tiempo determinado por el trauma que significó el 11/9. Por vez primera, millones de estadounidenses supieron que su nación era vulnerable a ataques terroristas.

Esto le ha dado a la cultura cotidiana en los Estados Unidos un matiz “paranoide” que se traduce en crecientes, y a ratos impopulares, medidas policiales y en un clima de miedo generalizado instilado a diario por los medios de comunicación. Así, cada navidad, junto al rostro barbudo de Santa Claus, reaparece el rostro espectral de Osama Bin Laden con algún nuevo mensaje al pueblo norteamericano o a su gobierno. Esta relación de “doble vínculo” con la realidad social que bascula entre la ensoñación opulenta de una sociedad de consumo desarrollada y el Armagedón del terrorismo nuclear, biológico o convencional conduce ineluctablemente al agotamiento. Un pueblo que ha sido sometido a un tratamiento mediático tan duro se convierte en poco tiempo en un pueblo sin ilusiones.

Barack Obama es el único candidato que restituye el protagonismo a la “esperanza”, esto es a un posible “sentido histórico”. Ante un pueblo desencantado, Obama ofrece la posibilidad de redimir a Norteamérica de los excesos neoconservadores que han aumentado la pobreza y disminuido los beneficios entre los más desposeídos. Ante un pueblo sumido en una guerra dolorosa en vidas, costosa, lejana y difícil de justificar, Obama ofrece caminos hacia la paz. En este estricto sentido, el discurso de Obama se ha instalado punto por punto en las antípodas del discurso oficial, capitalizando un abierto descontento hacia la actual administración. Barack Obama ha construido un “verosímil” desde el reformismo radical, aquel, precisamente, que cuestiona los fundamentos mismos de la política en Washington. En los sectores populares la ecuación simple no podría ser más clara: “Bush es la enfermedad, Obama es la cura”

Podríamos aventurar que la campaña de Barack Obama deja varias lecciones. La primera es que la naturaleza de los lazos sociales ya no responde a las claves sociológicas tradicionales, territorio, clase social, raza o edad. Las nuevas tecnologías están reconfigurando la naturaleza, alcance y modalidad de las identidades y lazos sociales. Segundo, la participación ciudadana puede y debe ser repensada ya no desde la territorialidad de las comunidades o vecindarios sino desde el espacio virtual de las redes. Tercero, los discursos político institucionales han sido erosionados por el descrédito de sus agentes, de allí la poca eficacia de los dispositvos oficiales, verticales y jerárquicos (broadcast). Por el contrario, parece imponerse una modalidad horizontal, flexible, de libre creación aunque no espontánea como parece (podcast). Cuarto, los discursos disciplinarios de corte policial funcionan puntualmente ante estímulos concretos (un atentado, un magnicidio), pero pierden su legitimidad con suma rapidez en sociedades de consumo signadas por el hedonismo individualista. Quinto, el imaginario social no puede sostenerse de manera estable sin un marco de referencia ético que trascienda la contingencia. Las nociones de “sentido” y “esperanza” deben ser alimentadas de manera constante para que su lozanía “mitopoyética” perdure en el tiempo.

Barack Obama parece haber entendido muy bien el “zeitgeist” en que le toca actuar, en cuanto el “sentido histórico y ético”, en sociedades democráticas, no puede estar disociado de los sueños y anhelos inscritos como legítimos en la matriz antropológica de un pueblo. Cuando la línea que separaba la esfera pública de la esfera privada se ha desdibujado en las sociedades de consumo, las cuestiones que atañen a la “felicidad” de cada cual se convierten en una prioridad política. Por ello, hablar de paz y esperanza es tan importante como referirse al sistema de salud o a los derechos de la infancia.

Por último, la presencia de Barack Obama nos enseña que los sueños no perecen. En un vídeo reciente que circula en la red podemos ver y escuchar nuevamente a Martin L. King y a John F. Kennedy fundidos con la imagen de Obama. Por paradojal que pudiera parecer, en ciertas circunstancias el tiempo de la historia se cruza con la dimensión atemporal del mito. Así, quienes han creído abolir para siempre un determinado sueño en la historia, descubren que éste regresa inevitable, el mismo y, sin embargo, distinto. Pareciera que Barack Obama habla de sueños que ya fueron proclamados hace décadas. Su voz no hace sino actualizar ecos de otras voces que resuenan en la historia de su nación con un mensaje que es el mismo y distinto.


2 comentarios:

Gumercindo Pinto Devia dijo...

Entre la democracia y el imperio:
Un afroaméricano. OBAMA.

Gumercindo Pinto Devia

El ensayo Barack Obama, una campaña del siglo XXI, del Dr. Álvaro Cuadra, proporciona importantes concepciones y conceptos, que nos hacen observar, reflexionar y analizar los diferentes puntos de observación que se desprenden de las repercusiones políticas, económicas, militares, humanitarias, sociales, entre otras, que tiene la búsqueda del poder, que en este caso posee trascendencia mundial, por el posible efecto cascada que tienen las decisiones del futuro presidente norteamericano, las cuales alcanzan a todos los continentes y en la vigilancia satelítica de los hombres desde el espacio terrestre.

En tiempos de La Hiperindustria cultural podemos apreciar el primer show business, una especie de reality político-empresa, al finalizar la primera década del siglo XXI, donde las diversas estrategias de marketing, de producción off-line y on-line son inéditas.

La información navega por las grandes cadenas periodísticas del mundo, el impacto del resultado tiene repercusiones en todos los países, en las tendencias ideológicas y en la construcción del imaginario. Todo cambio debe poseer una estructura que favorezca la acción, el candidato se apoya en la revolución carismática que provocan sus palabras, desde la imagen, desde la intelectualidad y de las redes sociales, que emergen de su aura.

Los seductores mensajes de Obama sobre la esperanza y del sentido, podrían ocultar los verdaderos tentáculos del imperio del Dios político y militar –esperamos que no-, por tanto, estos designios en nombre de la paz por una parte y por otra, la coraza invisible que posee Estados unidos, deja huellas profundas, en nombre de la famosa seguridad nacional. En tal sentido las decisiones y las consecuencias son catastróficas, podemos graficar a modo de ejemplo, la población civil de Irak, según la fuente AFP del 13 de marzo 2008 expresa:

WASHINGTON.- Un amplio estudio del Pentágono, publicado con discreción, confirmó la inexistencia de vínculos directos entre el ex gobernante iraquí Saddam Hussein y la red Al-Qaeda, pretexto que el presidente estadounidense George W. Bush utilizó para justificar la invasión a Irak. Al decir de Benjamín, para una crítica de la violencia.

La lectura nos dice que Obama es el hombre adecuado en el momento adecuado, a nuestro juicio en tierra inadecuada, que vive en la cultura de la sospecha, del consumo , y de la invasión.

Obama, podría ser el nuevo Mesías que inicie las transformaciones en ese gran país, donde millones de personas, entre ellos los inmigrantes, buscan en la esperanza, en el sueño americano, mejores días para sus vidas y para sus descendencias. En el fondo todos deseamos, en distintas gradualidades, lo mismo, a nuestro vecino mayor y para nuestros sueños académicos de construir una sociedad más justa, democrática, donde estemos integrados los delgados, los intermedios y los más gordos.

P/S:Para reflexionar y prestar atención a esta Hiperindustria política en tiempos de la Hiperindustria cultural. Llama la atención que Obama recaudó 55 millones de dólares en Febrero (total $193 M.), mientras Hillary $35 en el mismo mes.

Jorge García Torrego dijo...

El texto me ha gustado mucho y ha habido momentos en que he creido a pies juntillas, lo que Don Álvaro nos explicama de Obama. Sin embargo, una vez acabado el texto, he empezado a pensar hasta que punto puede un hombre(aunque sea el presidente de EEUU) cambiar las cosas. ¿Cómo puede un hombre cambiar un sistema económico tan agresivo, complejo y fiero? Sinceramente, lamento ser realista, pero creo que faltan muchos Obamas en EEUU para que cambie la cosa...