lunes, 19 de abril de 2010

Chile: Consumo y ciudadanía

El triunfo del señor Sebastián Piñera en Chile bien merece una reflexión desapasionada en torno a las nuevas coordenadas culturales en que se instala el imaginario social en nuestro país. El éxito electoral de la derecha no hace sino exteriorizar un fenómeno que se ha venido gestando desde hace ya muchos años. Nos referimos, por cierto, a la consolidación de un diseño social y cultural que podríamos denominar sociedad de consumidores.

En la actualidad, la cultura en Chile y en gran parte del orbe se caracteriza por ser tecno – urbana-masiva y consumista. Si bien se proclama el “individualismo” a ultranza, lo cierto es que como nunca antes vivimos la era de la híper masividad; al mismo tiempo, se declara a los cuatro vientos la era de la “libertad” de cada cual, habitamos un mundo en que los controles de todo tipo crecen exponencialmente y la fuerza de los medios de comunicación y la publicidad “programan” los gustos y apetitos que orientan la conducta de millones de seres.

Ni el mundo económico es aquel idílico mercado por donde fluyen libremente bienes y servicios presididos por la libre competencia, ni los consumidores son aquellos ilusorios individuos autónomos al arbitrio de su propia libertad. El mundo político no ha corrido mejor suerte, las sociedades burguesas de gran parte del mundo, bajo la hegemonía del neoliberalismo, han renunciado a todos aquellos principios políticos ilustrados que reclamaban en su hora inaugural: la igualdad, la libertad y la fraternidad. La libertad se ha convertido en libertad de comercio, la fraternidad se exhibe en televisión como tele-caridad y la igualdad es, a esta altura, una divisa demagógica más.


Si bien el empeño concertacionista se caracterizó por imprimir al orden político una cierta pátina republicana, lo cierto es que todo ello no fue sino un “pastiche”, carente de contexto y sentido histórico. La verdad es que se pretendió investir de aires democráticos y republicanos a un espacio político tutelado por una constitución antidemocrática fraguada en los años de la dictadura. Por ello, los gestos republicanos aparecieron como un alambicado rito, más próximo al simulacro, cuando no al grotesco, que otra cosa.

La dictadura militar significó, en nuestro país, un quiebre radical de aquella tradición letrada que nos acompañó desde los albores de la república hasta aquel infausto día de septiembre, bajo el que todavía vivimos. Las llamaradas saliendo de La Moneda serían el símbolo más que elocuente Un gobierno de derecha, como el actual, posee la impensada virtud de evidenciar en toda su magnitud y abisal profundidad la impostura pseudo democrática que habitamos. El Chile pospinochetista no es sino la representación política de un libreto que ya fue escrito por la mano militar hace más de tres décadas: allí están las reglas que prescriben cualquier dramaturgia posible, en que se sabe de antemano quienes ganan y quienes pierden.

domingo, 11 de abril de 2010

El precio de la honestidad



Por estos días, la extrema derecha ibérica representada por la Falange Española y Manos Limpias ha asestado un duro golpe al célebre juez Baltasar Garzón. Se trata, por cierto, de una sórdida maquinación fraguada por sus enemigos políticos contra un miembro de la Audiencia Nacional que ha enarbolado la bandera de la justicia universal y los Derechos Humanos en el mundo entero. Entre muchos chilenos, su figura evoca al hombre valiente que fue capaz de emitir una orden de arresto contra el dictador Augusto Pinochet por crímenes contra la humanidad, cosa que nuestros más altos tribunales nunca habían sido capaces de hacer.

El ataque contra el juez Garzón no puede dejar indiferentes a todos quienes en el mundo se han comprometido con los valores democráticos, contra la impunidad, la corrupción y el abuso en cualquier lugar del planeta. La derecha en España, al igual que en Chile, está comprometida en graves crímenes cuyos responsables directos siguen impunes gracias a una Ley de Amnistía. El delito de este juez no ha sido otro que declarar su intención de investigar los crímenes y desapariciones durante la Guerra Civil y los primeros años de la dictadura de Franco.

Resulta paradojal, por no decir vergonzoso, que en un país que se jacta de ser parte de la Unión Europea, la derecha extrema sea capaz de torcer el buen sentido de la justicia. Una acusación de sectores extremistas para inhabilitar al juez Garzón constituye un grotesco sainete - motivado política e ideológicamente - que es cosa ya habitual en las precarias democracias post dictatoriales latinoamericanas, como el caso de Chile o Argentina. Todo lo anterior pone en evidencia la mala nueva de que la extrema derecha europea, y el franquismo en particular, goza todavía de muy buena salud , tal cual como ocurre en nuestros países del sur.

Tal como se ha señalado, el delito no radica en investigar crímenes sino los crímenes en sí mismos. España, como Chile, tiene pleno derecho a conocer su pasado histórico reciente, por doloroso que éste sea. Acallar a los jueces siempre ha sido la estrategia de los poderes fácticos, en Estados Unidos contra Jim Garrison, en Chile contra el juez Guzmán Tapia, en España contra Baltasar Garzón y en muchos países como Italia o Colombia, donde la valentía se ha pagado con la vida.

La injusta acusación de que es objeto Baltasar Garzón, sólo agiganta su estatura moral. La dignidad y el coraje de este juez español, contrasta con la bajeza de los sátrapas y criminales del mundo entero con los que ha debido enfrentarse. La historia ya ha emitido su juicio sobre personajes como Francisco Franco, Augusto Pinochet, Silvio Berlusconi y tantos otros que han hecho del poder un ejercicio de muerte. Hay ocasiones en la historia en que un hombre honesto ha sido capaz de demostrar, contra el sofista, que no siempre la justicia la hace el más fuerte.