viernes, 29 de enero de 2010

Piñera sin anestesia

La noche del 17 de enero, muchos de los entusiastas adherentes de la triunfante candidatura de la derecha, encabezada por el multimillonario empresario Sebastián Piñera, eran trabajadores que ganan el sueldo mínimo de poco más de doscientos dólares mensuales y otros cuantos, simplemente, jóvenes desempleados. Todos ellos, víctimas de una legislación laboral concebida durante la dictadura, cuyo cerebro fue nada menos que José Piñera, hermano del candidato ganador, ex funcionario del régimen de Augusto Pinochet.

La paradoja se hace evidente cuando el actual presidente electo, pasado ya el tiempo de la anestesia demagógica electoralista, plantea entre sus prioridades una reforma laboral que termina con los últimos beneficios para los trabajadores que todavía persisten en la actual legislación como la indemnización por años de servicio. Como era de esperarse, los dirigentes empresariales justifican y aplauden las medidas tendentes a fortalecer el capital en desmedro de los trabajadores.

En el lenguaje de la derecha, términos como “modernización” y “cambio”, significan una acentuación del “modelo chileno”, es decir, un ajuste neoliberal para dinamizar la economía sin mayores trabas. En pocas palabras, la vieja receta de aumentar las ganancias de las grandes empresas, disminuyendo los salarios y los derechos de la gran mayoría de los chilenos. Todo ello con la bendición de grandes burocracias de nivel mundial que expresan los intereses de corporaciones multinacionales. Chile ha sido admitido, recientemente, a la OCDE, el “club de países ricos”, una membresía que ya exige las primeras condiciones. Según los argumentos de un alto funcionario de dicho “club”, los trabajadores de nuestro país tienen una protección tan alta, con un elevado costo en los despidos que se hace difícil contratar. Por lo tanto, se hace imprescindible la “flexibilización laboral”.

Estas son malas noticias para todos los ingenuos que creyeron en los cantos de sirena de la candidatura de derecha y le dieron una mayoría en las últimas elecciones. Pero también son malas nuevas para los miles de trabajadores chilenos que verán, una vez más, postergadas sus aspiraciones de una vida más digna. El actual gobierno de la señora Bachelet, tiene la posibilidad de tomar algunas medidas en el plano legislativo para evitar que los sectores más retrógrados del empresariado impongan sus criterios.

Una última iniciativa gubernamental en torno a la legislación laboral, sería también una de las primeras medidas como coalición opositora. Un indicio claro de que más que una “política de acuerdos” con la derecha, en la hora presente se impone la política de una oposición democrática en defensa de los derechos fundamentales de las mayorías. Si bien es cierto, el margen legal que permite la actual constitución es limitado, el gesto político de la actual mandataria para con los trabajadores chilenos adquiriría una importancia histórica.










jueves, 28 de enero de 2010

Nuevos Tiempos

Konstantinos Kavafis, en un hermoso poema titulado “Los sabios y los hechos que se aproximan”, inspirado en Filóstrato, escribe: “Los hombres conocen los hechos que ocurren al presente/ Los futuros los conocen los dioses, plenos y únicos poseedores de todas las luces/.De los hechos futuros los sabios captan aquellos que se aproximan”. Escrutar el mañana ha sido, desde siempre, la pretensión de adivinos y futurólogos, lo único reservado a los cientistas sociales, empero, es atender a las tendencias soterradas en el presente, verdadero vértice de un cono temporal que inaugura un horizonte de sucesos.

El reciente triunfo de la derecha chilena entraña, por cierto, algunos rasgos que ya conocemos. A diferencia de sus congéneres históricos, nuestra derecha actual está ligada, quiérase o no, a un diseño matriz heredado de una dictadura militar. Puede alegarse que no todos sus personeros aparecen ligados a tan infausto periodo de nuestra historia, podría reclamarse, incluso, que la figura del Presidente electo pertenece más bien al ala liberal de dicho sector, inspirado más en el pragmatismo empresarial de corte cosmopolita que al estilo cruento de Augusto Pinochet. No obstante todo lo anterior, es innegable que el diseño constitucional, político y económico, sigue anclado a aquel triste pasado.

Es cierto que no todos los representantes de la derecha son, de buenas a primeras, unos nostálgicos del dictador. Sin embargo, muchos de sus más conspicuos líderes forjaron su imaginario político entre las antorchas de Chacarillas. Todo ello plantea una serie de interrogantes y dudas acerca del despliegue político estratégico del primer gobierno de la derecha en tiempos democráticos. Si bien durante la campaña electoral se han hecho una serie de promesas de carácter populista, persiste el temor ante temas tan sensibles como la privatización de Codelco o la llamada “flexibilización laboral”.

El nuevo gobierno de la derecha que se instalará en las próximas semanas en nuestro país interrumpe un proceso iniciado en los años noventa e inaugura un vector otro. Tal como han anunciado sus portavoces, se intenta dinamizar el “modelo chileno” instalado en los años ochenta, apostando al crecimiento económico y a la generación de empleos. Con la salvedad de que el mundo de hoy no es el mismo de hace dos décadas, tampoco lo es el país. Hasta el presente, el mentado modelo y su correlato constitucional han producido una sociedad profundamente injusta y desigual, una democracia muy débil.

El próximo gobierno de derecha se ha presentado ante el país como el remedio adecuado a los desaciertos de sus predecesores. Nada indica que un gobierno manejado por empresarios derechistas pudiera, por sí mismo, modificar las cuestiones fundamentales que aquejan al país. Por el contrario, los primeros indicios de estos nuevos tiempos son inquietantes y llenos de incertidumbres, haciendo temer a muchos que la medicina puede resultar peor que la enfermedad. Como ya lo dijo el gran poeta: “El misterioso rumor les llega de los acontecimientos que se aproximan. / Y atienden a él piadosos. Mientras en la calle afuera, nada escuchan los pueblos”.

miércoles, 6 de enero de 2010

Sandro de América

Nadie como Sandro ha sabido cristalizar en sus canciones el alma melodramática de Latinoamérica. Desde Carlitos Gardel, pasando por Lucho Gatica, y hoy Juan Gabriel o Marco Antonio Solis; “Sandro de América” ha sido capaz de expresar un cierto imaginario profundo de la cultura de arrabal. Tangos, boleros, baladas y rancheras han recreado ese mismo talante. América Latina se deleita en las amarguras y tribulaciones del amor contrariado, en las penas del despecho, en las lágrimas de amor desesperado: “¡Dame el amor, dame la vida!”.

Como en la novela rosa, el protagonista es el amor y, ciertamente la mujer. La mujer, humillada en la vida social, lanza su estocada mortal al “macho” con su mejor arma, el deseo y el amor. El mayor exponente mundial de este género es, sin duda, Charles Chaplin quien plasmó su talento en su inolvidable filme “City Lights”, donde “La violetera” resuena contra el silencio, mostrándonos en todo su esplendor los brillos del melodrama

Alimento cotidiano de millones de mujeres sencillas para sus más afiebradas fantasías, el lirismo melodramático ordena y prescribe el mundo emocional latinoamericano. Lo melodramático es, ineluctablemente, cursi y con aromas de pachulí, he ahí su singularidad y su encantamiento. Ella como objeto del deseo alimenta el empalagoso almíbar del melodrama: ““Tus labios de rubí de rojo carmesí…”

El sufrimiento es parte constitutiva del relato melodramático. Tanto en las canciones como en el radioteatro y las telenovelas se apela a situaciones rebuscadas para provocar el llanto: por ello se habla de “picar cebollas”. De algún modo, se regresa a la narrativa infantil de buenos y malos: una angelical muchacha ciega, por ejemplo, es maltratada por su madrastra, como en Cenicienta. Cada canción es un episodio “cebolla”, una situación límite: “Penas y penas y penas hay dentro de mi…”

A diferencia de otras culturas, en que lo melodramático también está presente como “soap opera” o “culebrones”, y en figuras como Sara Montiel cuyo tema “El relicario” es ya inmortal; En nuestras tierras el melodrama constituye un código cultural básico. El melodrama se canta y escenifica con una lágrima en la garganta. Sus motivos recurrentes lindan con el sagrado amor a la madre, la “vieja”, la erótica prostibularia, el “macho herido”, el amor imposible, entre muchos. “Arráncame la vida de un tirón que el corazón ya te lo he dado…”

Hay una concomitancia evidente entre la cultura popular melodramática y las formas políticas populistas latinoamericanas, asentadas, precisamente en dicho imaginario. Todo caudillo latinoamericano es, consciente o no de ello, el protagonista de una “cebolla” historia de amor con las masas plebeyas que le siguen. No podemos olvidar que todo caudillo se identifica con su pueblo desde códigos emocionales preconscientes, allí se verifica la alquimia de su atractivo.

Visto como pura exterioridad, el melodrama es estéticamente “kitsch”. Ello no da cuenta, sin embargo, de la genuina experiencia emocional que supone esta variante estética. Se trata, qué duda cabe, de cuadros emocionales de trazos gruesos y colores primarios, sin matices. El melodrama es la “inteligencia emocional” de las masas en Latinoamérica. Por ello, Sandro es hoy objeto de culto como uno de los mayores exponentes de esta forma de arte.

Sandro, al igual que Gardel y Lucho Gatica, pertenece a toda Latinoamérica, pues los tangos, boleros y rancheras se escuchan en cada casa humilde de este continente, delineando un imaginario que se ha trasmitido de madres a hijos en cada generación. Como un soterrado código emocional y sólo comparable a la religión, el vino del melodrama se bebe en una copa rota que hiere los labios: la “cebolla” es uno de los pilares de nuestra cultura y Sandro de América, ya la ha cantado para siempre. : “Arráncame la vida de un tirón que el corazón ya te lo he dado. Apaga uno por uno sus latidos, pero no me lleves al camino del olvido”