Desde hace ya más de una década, la sociedad chilena avanza tímidamente hacia una conciencia ciudadana en torno a la contaminación. Si bien nuestros gobiernos se han mostrado timoratos frente al tema, no podemos negar que de manera lenta, muy lenta, vamos tomando conciencia de que no se debe ni se puede contaminar nuestros ríos, talar nuestros bosques ni llenar las ciudades de gases tóxicos. Se trata, que duda cabe, de una tendencia mundial. La biosfera está en peligro y Chile no puede ser ajeno a los fenómenos globales. No podemos sino alegrarnos de que el tópico medioambiental haya sido puesto en el tapete por gobiernos y organizaciones no gubernamentales.
No obstante, no existe la misma preocupación respecto de la “contaminación mediática” que con sus contenidos tóxicos esta envenenando la “psicosfera” contemporánea. El siglo precedente hizo posible que las técnicas de comunicación transitaran desde la escritura a las imágenes televisivas y digitales: esto es, el siglo XX fue el siglo en que las “psicotécnicas” devinieron “psicotecnologías”. En efecto, las imágenes digitalizadas de las redes televisivas e Internet, organizadas desde cuidadosas estrategias de “marketing” se han convertido en la forma actual, no ya de un “biopoder” como lo pensó Foucault sino más bien de un “psicopoder”.
Este nuevo “psicopoder” ha puesto en jaque a todas las instituciones sociales, muy especialmente a las instituciones escolares y universitarias, en cuanto modelan la expresión del deseo. Asistimos, hoy por hoy, a estrategias que movilizan el deseo en función del consumo a escala planetaria. Las imágenes de la hiperindustria cultural se convierten en contaminantes y tóxicas, de manera mucho más radical y peligrosa que los motores de combustión, cuando se propone a las nuevas generaciones un individualismo hedonista y cínico cuyo horizonte no es otro que la autosatisfacción.
La “contaminación mediática” puede llegar a ser tanto o más peligrosa que las otras formas de polución, pues afecta directamente la “psicosfera”, modelando el imaginario social. Dejar al puro arbitrio del mercado una cuestión tan delicada y que compromete el futuro inmediato de las sociedades del siglo XXI no sólo es una irresponsabilidad sino que, en el límite, una ingenua estupidez.
Quizás haya llegado la hora para que la sociedad chilena revise el creciente protagonismo de los medios con una mirada profundamente democrática, pero al mismo tiempo, haciéndose cargo de la responsabilidad social y cultural que les compete.
Las diversas formas en que los medios degradan aspectos fundamentales de la vida social como el lenguaje, la educación, la política, la religión, el saber y el pensamiento, en fin, los pilares de lo que ha sido la civilización humana, no augura otra cosa que un estado de plebeyización de las masas: la barbarie, antesala de formas inéditas de totalitarismo
miércoles, 5 de marzo de 2008
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