Konstantinos Kavafis, en un hermoso poema titulado “Los sabios y los hechos que se aproximan”, inspirado en Filóstrato, escribe: “Los hombres conocen los hechos que ocurren al presente/ Los futuros los conocen los dioses, plenos y únicos poseedores de todas las luces/.De los hechos futuros los sabios captan aquellos que se aproximan”. Escrutar el mañana ha sido, desde siempre, la pretensión de adivinos y futurólogos, lo único reservado a los cientistas sociales, empero, es atender a las tendencias soterradas en el presente, verdadero vértice de un cono temporal que inaugura un horizonte de sucesos.
El reciente triunfo de la derecha chilena entraña, por cierto, algunos rasgos que ya conocemos. A diferencia de sus congéneres históricos, nuestra derecha actual está ligada, quiérase o no, a un diseño matriz heredado de una dictadura militar. Puede alegarse que no todos sus personeros aparecen ligados a tan infausto periodo de nuestra historia, podría reclamarse, incluso, que la figura del Presidente electo pertenece más bien al ala liberal de dicho sector, inspirado más en el pragmatismo empresarial de corte cosmopolita que al estilo cruento de Augusto Pinochet. No obstante todo lo anterior, es innegable que el diseño constitucional, político y económico, sigue anclado a aquel triste pasado.
Es cierto que no todos los representantes de la derecha son, de buenas a primeras, unos nostálgicos del dictador. Sin embargo, muchos de sus más conspicuos líderes forjaron su imaginario político entre las antorchas de Chacarillas. Todo ello plantea una serie de interrogantes y dudas acerca del despliegue político estratégico del primer gobierno de la derecha en tiempos democráticos. Si bien durante la campaña electoral se han hecho una serie de promesas de carácter populista, persiste el temor ante temas tan sensibles como la privatización de Codelco o la llamada “flexibilización laboral”.
El nuevo gobierno de la derecha que se instalará en las próximas semanas en nuestro país interrumpe un proceso iniciado en los años noventa e inaugura un vector otro. Tal como han anunciado sus portavoces, se intenta dinamizar el “modelo chileno” instalado en los años ochenta, apostando al crecimiento económico y a la generación de empleos. Con la salvedad de que el mundo de hoy no es el mismo de hace dos décadas, tampoco lo es el país. Hasta el presente, el mentado modelo y su correlato constitucional han producido una sociedad profundamente injusta y desigual, una democracia muy débil.
El próximo gobierno de derecha se ha presentado ante el país como el remedio adecuado a los desaciertos de sus predecesores. Nada indica que un gobierno manejado por empresarios derechistas pudiera, por sí mismo, modificar las cuestiones fundamentales que aquejan al país. Por el contrario, los primeros indicios de estos nuevos tiempos son inquietantes y llenos de incertidumbres, haciendo temer a muchos que la medicina puede resultar peor que la enfermedad. Como ya lo dijo el gran poeta: “El misterioso rumor les llega de los acontecimientos que se aproximan. / Y atienden a él piadosos. Mientras en la calle afuera, nada escuchan los pueblos”.
El reciente triunfo de la derecha chilena entraña, por cierto, algunos rasgos que ya conocemos. A diferencia de sus congéneres históricos, nuestra derecha actual está ligada, quiérase o no, a un diseño matriz heredado de una dictadura militar. Puede alegarse que no todos sus personeros aparecen ligados a tan infausto periodo de nuestra historia, podría reclamarse, incluso, que la figura del Presidente electo pertenece más bien al ala liberal de dicho sector, inspirado más en el pragmatismo empresarial de corte cosmopolita que al estilo cruento de Augusto Pinochet. No obstante todo lo anterior, es innegable que el diseño constitucional, político y económico, sigue anclado a aquel triste pasado.
Es cierto que no todos los representantes de la derecha son, de buenas a primeras, unos nostálgicos del dictador. Sin embargo, muchos de sus más conspicuos líderes forjaron su imaginario político entre las antorchas de Chacarillas. Todo ello plantea una serie de interrogantes y dudas acerca del despliegue político estratégico del primer gobierno de la derecha en tiempos democráticos. Si bien durante la campaña electoral se han hecho una serie de promesas de carácter populista, persiste el temor ante temas tan sensibles como la privatización de Codelco o la llamada “flexibilización laboral”.
El nuevo gobierno de la derecha que se instalará en las próximas semanas en nuestro país interrumpe un proceso iniciado en los años noventa e inaugura un vector otro. Tal como han anunciado sus portavoces, se intenta dinamizar el “modelo chileno” instalado en los años ochenta, apostando al crecimiento económico y a la generación de empleos. Con la salvedad de que el mundo de hoy no es el mismo de hace dos décadas, tampoco lo es el país. Hasta el presente, el mentado modelo y su correlato constitucional han producido una sociedad profundamente injusta y desigual, una democracia muy débil.
El próximo gobierno de derecha se ha presentado ante el país como el remedio adecuado a los desaciertos de sus predecesores. Nada indica que un gobierno manejado por empresarios derechistas pudiera, por sí mismo, modificar las cuestiones fundamentales que aquejan al país. Por el contrario, los primeros indicios de estos nuevos tiempos son inquietantes y llenos de incertidumbres, haciendo temer a muchos que la medicina puede resultar peor que la enfermedad. Como ya lo dijo el gran poeta: “El misterioso rumor les llega de los acontecimientos que se aproximan. / Y atienden a él piadosos. Mientras en la calle afuera, nada escuchan los pueblos”.
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