1.-Los modelos comunicacionales
Una de las paradojas teóricas de nuestro tiempo, radica en el hecho de que junto a las grandes mutaciones tecnocientíficas que redefinen el fenómeno de la comunicación, los modelos que pretenden explicarlo son de inspiración logocéntrico y literaria. Este déficit teórico ha sido advertido por autores como Jameson[1], por ejemplo. Es claro que este desajuste es un peso a la hora de pensar lo comunicacional, pues como muy bien nos lo recuerda Vilches: “El nuevo orden social y cultural que ha comenzado a instalarse en el siglo XXI obligará a revisar las teorías de la recepción y de la mediación que ponen el acento en conceptos como identidad cultural, resistencia de los espectadores, hibridación cultural, etc. La nueva realidad de migraciones de las empresas de telecomunicaciones hacen cada vez más difícil sostener los discursos de integración de las audiencias con su realidad nacional y cultural”[2]
El fenómeno comunicacional ya no resulta aprehensible desde los modelos al uso, pues éstos, como todo constructo teórico es un producto histórico. De hecho, la noción misma de “modelo”[3]es histórica en cuanto ha sido definida en diversos momentos del desarrollo epistemológico de las ciencias sociales. Hoy se entiende por modelo, toda estructura funcionalmente semejante e isomorfa respecto del fenómeno estudiado: habría que decir entonces que los modelos actuales ya no son funcionalmente semejantes ni isomorfos respecto del fenómeno comunicacional tal como se verifica hoy.
De un modo u otro, hoy se anuncia el advenimiento de una nueva civilización cuyas vigas maestras no son sino la comunicación y el consumo.[4] Lo comunicacional emerge así como uno de los ejes en cualquier consideración en torno a la sociedad y la cultura, lo que se ha traducido en las ciencias humanas en el llamado “giro lingüístico”. Así, la lingüística se convirtió en ciencia pionera de la antropología primero y de todas las ciencias sociales, más tarde[5]. Sin embargo, tal preeminencia de lo comunicacional ha sido, en rigor, una preeminencia logocéntrica. Este diagnóstico se hace evidente en la tradición francesa, donde se verifica una estrecha relación de los aportes estructuralistas y la lingüística de Ferdinand de Saussure. Lo mismo, empero, puede detectarse en los desarrollos de Austin[6] en la llamada filosofía del lenguaje, y los aportes ulteriores, pone de manifiesto su raigambre pragmática lingüística en la taxonomía de los speech acts[7] La langue y la parole han sido las categorías fundamentales de cualquier reflexión en torno a la comunicación humana.
Tomaremos como modelos de referencia dos aportes teórico comunicacionales relativamente recientes, a saber: el llamado modelo lingüístico de Roman Jakobson[8] y la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermas.[9] Ambos modelos señalan lo que a nuestro entender han sido los vectores para pensar la comunicación: Los modelos psicogenéticos y las teorías comunicativas sociogenéticas.
Nuestra hipótesis de trabajo se instala en un nuevo vector para pensar el fenómeno comunicacional: una teoría comunicacional en red de índole tecnogenética. Con ello queremos subrayar el papel constitutivo de la tekhné en la fenomenología comunicacional. Sostenemos que la actual convergencia tecnocientífica, tanto logística como de transmisión, ha transformado no sólo los códigos y lenguajes de la comunicación sino el fenómeno mismo de la comunicación, en su dimensión psíquica y social.
Se impone una advertencia: no nos anima ninguna tentación “mediológica”[10], ni mucho menos un paradigma sistémico performativo. Desde un punto de vista teórico, nuestro horizonte es menos ambicioso, queremos describir el papel cada vez más preponderante de las tecnologías en el ámbito comunicacional, al punto de transformar las dimensiones propiamente psicogenéticas del fenómeno así como las prácticas e interacciones sociales asociadas a él.
2.- Comunicación y memoria: el usuario
En el modelo comunicacional de Jakobson, la noción de “memoria” aparece de modo tácito asociado al código lingüístico[11] Se trata, por cierto de una memoria inmanente al hablante, es decir, al psiquismo humano. Tanto es así que la “langue” se define en la lingüística descriptiva como de naturaleza psíquica, mientras que el habla se entiende como de naturaleza psicofísica. La memoria a la que remite Jakobson es, en última instancia, una memoria psíquica.
Hagamos notar que la oposición entre “paradigma” y “sintagma” remite a una concepción mecánica en cuanto un “archivo” o “kardex” clasificatorio permitiría la selección y elaboración de secuencias lineales o cadenas que se despliegan temporalmente. Ha sido esta concepción la que de un modo u otro ha inspirado los desarrollos posteriores en las nuevas teorías o gramáticas textuales hasta el presente. Si bien constituyó un invaluable punto de partida, en la actualidad resulta más que problemático pensar los “hipermedios” desde esta matriz.
En el modelo comunicacional de Habermas, hay por lo menos tres condiciones de posibilidad para la comunicación, estas son: el lebenswelt o mundo de la vida, la cultura toda y el lenguaje. De algún modo, se extiende la noción básica de código, ya no basta el saber de diccionario, es decir el conjunto de competencias lingüísticas sino que es imprescindible considerar el saber enciclopédico, esto es, las competencias histórico culturales que hacen posible la interacción. El portador de este saber es, desde luego, un “actor social” capaz de ejecutar actos comunicativos. Este actor social es pues el portador de una memoria lingüística y cultural, una memoria psíquica que se expresa socialmente mediante un tramado de acciones comunicativas cuyo fundamento se encuentra en el habla. La memoria psíquica se actualiza como habla, es decir como realidad psicofísica que redunda en actos de habla. Estos actos bien pueden ser de carácter dramatúrgico, normativo o conversacional, según sea el nivel de referencialidad al que remitan. Así, las acciones dramatúrgicas remiten al mundo subjetivo, las acciones normativas al mundo social y las conversaciones al mundo objetivo.
La memoria en el modelo comunicacional de Habermas posee dos dimensiones: por una parte, es memoria psíquica inmanente al lenguaje y por otra, es cultura, es decir “registro”: psíquica y social al mismo tiempo. La comunicación en este modelo se concibe como un juego constante de actos de habla. Así entonces, lo social queda definido como todo acto mediado por el lenguaje. El lenguaje, a su vez, es memoria psíquica y condición de cualquier forma de memoria social.
Sea que concibamos al “emisor” como origen y fuente de carácter humano o como “actor” en un tramado de juegos de lenguaje, la memoria aparece como una facultad humana inmanente al psiquismo. Tal concepción aparece problemática a la hora de pensar la comunicación en red.
Lo primero que llama la atención es la mutación que sufre el supuesto sujeto de la comunicación que ha devenido, hoy por hoy, “usuario”. Esta noción sólo es concebible como una función de sistema red, es decir, parte constitutiva de una red de flujos interactivos y multidireccionales.[12] Usuario quiere decir “ser parte activa de” la red, sea como emisor, sea como receptor, sea como actor o como mero espectador. Como nuevos Ulises del siglo XXI, los “internautas” navegan por este océano virtual, siendo red, un modo oblicuo de decir: siendo, “nadie”.
Cualquier modelo comunicacional en red debe hacerse cargo del usuario-nodo, portador no sólo de una memoria psíquica y social sino que de una tecno – memoria propia de su entorno. Esta nueva mnemotecnología existe hace más de medio siglo y se llama, en concreto, disco duro y ha modificado radicalmente la logística de las comunicaciones, es decir su capacidad de almacenamiento, mediante los así llamados ”sistemas retencionales terciarios”. Cada disco de una PC es el reservorio tecnológico de una memoria potencial extendida al conjunto de usuarios a nivel planetario. Es evidente que no todas las memorias son de libre acceso, no obstante, el conjunto de datos almacenados en cada disco es, en rigor, una memoria red que puede actualizarse en algún momento. Existe, no obstante, una red especializada en la función logística, son aquellos nodos que ofrecen diversas Bases de Datos, sea bajo la forma de bibliotecas virtuales u otras.
El usuario, en cuanto dispositivo funcional del sistema red no sólo lo es en cuanto nodo interactivo en una red de telecomunicaciones sino también en cuanto reserva de datos. Esta realidad se ha tornado más evidente con la irrupción de los llamados blogs. Así, la noción de usuario es el eje de cualquier examen informático o telecomunicacional
La “memoria local” (A’), contenida en un equipo-usuario (A) resulta ser un sistema retencional terciario de dos dimensiones: un código base (código binario) y un repertorio de lenguajes que incluye escritura alfanumérica, imágenes fijas, imágenes en movimiento y sonido. Las posibilidades de lenguaje están condicionadas por la “inteligencia” del equipo, mientras que las posibilidades de comunicación están condicionadas por la calidad de la conexión a la red de telecomunicaciones. Hagamos notar que si bien la “inteligencia” del equipo es propia del PC, ésta es patrimonio de la red en cuanto ella hace posible los “lenguajes de equivalencia”, es decir la transmisibilidad (emisión/recepción) y traducibilidad de los mensajes. En pocas palabras, la “memoria local” no es sino una manifestación de la memoria red, desde todo punto de vista ésta ha sido concebida como un “caso” de la memoria red. Por ello, un Modelo Comunicacional en Red, sólo es concebible como una totalidad multipolar de nodos integrados entre los cuales se verifican los flujos mensaje, como paquetes de información, según los códigos y lenguajes patrimonio de la red.
3.- Referencialidad: contextos y transcontextos
En el modelo lingüístico de Jakobson, se entiende el contexto comunicacional como el asunto, tema del que trata un mensaje dado[13]. Se asocia a la función referencial en cuanto uso denotativo y cognitivo del lenguaje. Todo mensaje porta, por tanto su referencia. El referente es el objeto extralingüístico que se quiere designar. Es claro que la asociación entre significado y referencia es bastante opaca, al punto de que algunos autores redefinen la referencia como un “contenido cultural”.[14]
El modelo de la acción comunicativa, discrimina con mayor sutileza los diversos niveles de referencia posibles. En este punto el modelo apela a las tesis de Kart Popper y Jarvie, proponiendo tres mundos de referencia: el mundo subjetivo, el mundo social y el mundo objetivo. De manera tal que los distintos actos de habla van a actualizar, estatuyendo su validez. Por ejemplo, los “actos de habla representativos”, aquellos susceptibles de ser verdaderos o falsos, adquieren legitimidad en el mundo objetivo, estatuyendo su pretensión de validez en la “verdad”, es decir en la conformidad o disconformidad de un enunciado respecto a la referencia.
Las nuevas condiciones creadas por un nuevo sistema mnemotécnico en red ponen en cuestión la noción misma de referencialidad. Basta pensar en entidades virtuales metafísicamente substantivadas, sea que los llamemos simulacros o realidades virtuales[15] En el contexto histórico y cultural de la hiperreproducibilidad digital y, por ende, de una hiperindustrialización de la cultura, la videomorfización ha hecho posible la irrupción de imágenes anopticas y arreferenciales que, no obstante, constituyen contenidos culturales hipermasivos. La noción de referencialidad o contexto es desplazada por la noción de “transcontextos virtuales”, esto es: constructos digitales que operan como dispositivos en el espacio comunicacional. Al igual que el arte de las vanguardias, la virtualidad emancipa al signo del lastre referencial, sin embargo, tal emancipación no constituye la abolición de los contenidos culturales.
La cultura en red que adviene con el presente siglo ya no establece una relación entre una serie sígnica y una serie fáctica admitida como real. Estaríamos más bien ante una serie sígnica relativamente autónoma respecto de cualquier realidad. Los transcontextos virtuales se instalan más allá del devenir, entendido como calendariedad y cardinalidad: estamos ante un espacio ahistórico y desterritorializado. El actual estadio de nuestro desarrollo cultural escinde la serie sígnica, es decir el universo de los discursos, de la serie fáctica, entendida como devenir.
La desestabilización de los sistemas retencionales tiene como consecuencia una mutación en nuestra relación con los signos, una alteración de nuestra concepción básica del espacio y del tiempo y una crisis profunda de nuestra noción de representación. En suma, asistimos a la más radical revolución de nuestro régimen de significación, tanto en su dimensión económico-cultural como en los modos de significación.[16]
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Este fenómeno tiene impensadas consecuencias en el mundo contemporáneo. Pensemos, por ejemplo, en los verosímiles hipermediáticos que construyen héroes y villanos alrededor del mundo, justificando o condenando guerras por doquier. Pareciera que habitamos, ineluctablemente, realidades transcontextuales, sin poder inteligir jamás contextos. Esta desrealización de lo real opera a diferentes niveles y escalas, desde la intimidad de la vida cotidiana, programada por la publicidad, hasta nuestros comportamientos y concepciones frente a fenómenos planetarios, programado por una hiperindustria cultural. Esta suerte de neocolonialismo mediático representa una regresión política y moral de la humanidad, cuyo amenazante horizonte no podría ser sino la desestabilización de lo que hemos llamado cultura, acaso la antesala a la barbarie.
4.- Complejidad, convergencia e interdisciplinariedad
Al considerar el protagonismo de las comunicaciones, tanto en el campo teórico de las ciencias sociales como en el decurso histórico de la llamada “sociedad de la información”, tanto mayor parece el desafío por revisar algunos modelos y conceptos cristalizados por la tradición académica hasta hoy.
Los modelos vigentes hoy en los estudios comunicacionales muestran sus deficiencias al ser contrastados con una serie de fenómenos inéditos que irrumpen gracias a un acelerado sistema mnemotecnológico de base tecnocientífica inherente al tardocapitalismo mundializado.
En la era de una hiperindustrialización de la cultura, en que la hiperreproducibilidad digital se ha tornado en una práctica social generalizada, los fenómenos comunicacionales adquieren un nivel de complejidad y alcance inimaginable hace algunas décadas.
Las nociones básicas como “usuario” o “hipermedia”, son apenas los primeros términos de un léxico que se incorpora día a día al uso cotidiano. La cuestión central es, pues, hacer de dicha terminología un reticulado categorial que nos permita pensar el fenómeno comunicacional en el presente siglo.
Durante el siglo XX, algunos pensadores heterodoxos ya abrieron caminos. En efecto, se ha producido una aproximación entre ciertos estudios teóricos del signo y los creadores de la tecnología digital. Como muy certeramente nos advierte Landow: “Cuando los diseñadores de programas informáticos examinan las páginas de Glas o de Of Grammatology (De la gramatología), se encuentran con un Derrida digitalizado e hipertextual; y, cuando los teóricos literarios hojean Literary Machines, se encuentran con un Nelson posestructuralista o desconstruccionista. Estos encuentros chocantes pueden darse porque durante las últimas décadas han ido convergiendo dos campos del saber, aparentemente sin conexión alguna: la teoría de la literatura y el hipertexto informático. Las declaraciones de los teóricos en literatura y del hipertexto han ido convergiendo en un grado notable. Trabajando a menudo, aunque no siempre, en completo desconocimiento unos de otros, los pensadores de ambos campos nos dan indicaciones que nos guían, en medio de los importantes cambios que están ocurriendo, hasta el episteme contemporáneo. Me atrevería a decir que se está produciendo un cambio de paradigma en los escritos de Jacques Derrida y de Theodor Nelson, y los de Roland Barthes y de Andries van Dam. Supongo que al menos un nombre de cada pareja le resultará desconocido al lector. Los que trabajan en el campo de los ordenadores conocerán bien las ideas de Nelson y de van Dam; y los que se dedican a la teoría cultural estarán familiarizados con las ideas de Derrida y de Barthes Los cuatro, como otros muchos especialistas en hipertexto y teoría cultural, postulan que deben abandonarse los actuales sistemas conceptuales basados en nociones como centro, margen, jerarquía y linealidad y sustituirlos por otras de multilinealidad, nodos, nexos y redes”[17]
La convergencia entre los enfoques psicogenéticos, sociogenéticos y tecnogenéticos da cuenta del papel constitutivo de la tekhné, ya no como una mera reificación sino como sustrato de la conciencia contemporánea. De este modo, el espacio fenoménico de la comunicación se abre a la complejidad antropológica que trae consigo la era digital.
Los nuevos horizontes de comprensión de lo comunicacional no sólo se abren a la multiplicidad de culturas sino a las inteligencias no humanas. Estos horizontes plantean nuevas exigencias a la imaginación teórica, acaso una nueva episteme. Las teorías y modelos comunicacionales en la era digital no podrían ser sino teorías y modelos convergentes e interdisciplinarios, otra manera de nombrar la complejidad.
[1]En el momento histórico en que se produce la irrupción de lo mediático, es justamente el momento en que lo literario, el logocentrismo, se convierte en el paradigma teórico e ideológico dominante en los estudios socio – comunicacionales. Enfrentamos, pues, un déficit teórico – conceptual para dar cuenta de esta nueva cultura que emerge. En este contexto, adquieren inusitada relevancia las categorías, todavía precarias y generales, como por ejemplo: videósfera, flujos, virtualización entre muchas otras, que desde su opacidad remiten a un proceso de construcción metalingüística que recién comienza.
Cuadra, A. De la ciudad letrada a la ciudad virtual. Santiago. LOM. 2004: 76
Véase, F. Jameson. “El surrealismo si inconsciente”. Teoría de la postmodernidad. Madrid. Ed. Trotta. 1996: p.97 y ss.
[2] Vilches, L. La migración digital. Barcelona. Gedisa. 2001: 29
[3] Tanto la noción de modelo que propone Julia Kristeva como tarea a realizar por la semiótica, como la de simulacro de la que habla Roland Barthes, nos lleva a plantearnos esta ciencia desde el punto de vista de su formalización. Según estos semiólogos, esta nueva ciencia se encargaría de elaborar constructos, sistemas formales cuya estructura mantendría un isomorfismo con el sistema que se está estudiando. Este simulacro o modelo representaría un nivel de axiomatización de los diversos sistemas significativos. Así, el nivel de formalización sería un nivel semiótico. Dos advertencias: en primer lugar, se trata de una definición estructuralista, una de las posibles, no la única. En segundo lugar, el concepto mismo de modelos escinde la realidad y su representación; podríamos resumir este punto de vista con el aforismo: el mapa nunca es el territorio. Todo modelo es una representación de fenómenos. Para una discusión más amplia del concepto de “modelo” en semiología, véase especialmente:
D. Apresián. 1975La lingüística estructural soviética. Akal, Madrid
Kristeva, Julia. 1985. Semiótica (tomo I), Ed. Fundamentos, Madrid.
Eco, Umberto. 1981. Tratado de semiótica general. Ed. Lumen, Barcelona.
Barthes, Roland. 1971. Elementos de semiología. A. Corazón, Madrid.
[4] Vattimo, G. Postmoderno: ¿una sociedad transparente?. La sociedad transparente Barcelona. Paidós. 1990
[5] Para un análisis muy interesante de la relación entre ciencias sociales y la importancia de la lingüística como ciencia pionera, véase a Claude Lévi-Strauss. 1958. Langage et parenté en Anthropologie Structurale, Ed. Plon, Paris.
[6] Las ideas de J. Austin aparecen expuestas en el libro póstumo, compilado en 1962 por J.O. Urmson. How to Do Things with Words. O.U.P., Oxford. Hay una excelente traducción al español de Carrió y Rabossi. 1971. Palabras y Acciones. Cómo hacer cosas con palabras. Paidos Editorial, Buenos Aires.
[7] Searle, John. 1969. Speech Acts. An Essay in the Philosophy of Language. C.U.P., New York
[8] Jakobson, Roman. 1975. Ensayos de Lingüística General. Seix Barral, Barcelona.
[9] Habermas, Jürgen. 1989. Teoría de la Acción Comunicativa. Ed. Taurus, Buenos Aires. Para los efectos de nuestra exposición utilizamos fundamentalmente los interludios I y II. Interludio Primero: acción social actividad teleológica y comunicación, Tomo I, pp. 351-419. Interludio Segundo: sistema y mundo de la vida, Tomo II, pp. 161-261.
[10] Hacemos referencia, desde luego, a la “mediología”, expuesta en la conocida obra:
Debray, Régis. Introducción a la mediología. Barcelona. Paidós. 2001
[11] De hecho. Para Ferdinand de Saussure, la lengua funcionaría sobre dos ejes: Un eje de selección y un eje de combinación. El eje de selección pone a disposición del hablante un repertorio de unidades combinables; por esto también se le llama reserva, memoria o paradigma. El paradigma es una memoria asociativa en que se articulan oposiciones de modo contrastivo. Se trata, ciertamente, de relacione in absentia. Un hablante elige los términos que utiliza contrastando unos con otros; así, construye un sintagma. El sintagma es la combinación concreta de signos; es la actualización que establezca relaciones de contigüidad in praesentia.
[12] Pensarnos una “función del sistema” como la extensión de la noción de hiperindustrialización de la cultura a todos y cada uno de los individuos-nodos que la alimentamos cotidianamente en cuanto modo de vida, consumo y deseo, en suma, como modo de ser.
[13] El lingüista estadounidense Dell Hymes, ha introducido una modificación al modelo de Jakobson. El punto de Hymes es que la noción de contexto se refiere tanto al tema o asunto tratado por un mensaje como a la situación o circunstancia concreta en que se da el mensaje. Así, Hymes propone una séptima función del lenguaje que él llama función situacional, y que se refiere al cuándo y dónde se efectúa la comunicación. El mismo Hymes sugiere una serie de preguntas para esclarecer un proceso de comunicación. De esta manera, el modelo de Jakobson se torna mucho más operacional.
[14] Estamos pensando, ciertamente, en Eco cuando señala: “Por tanto, si bien el referente puede ser el objeto nombrado o designado por una expresión, cuando se usa el lenguaje para mencionar estados del mundo, hay que suponer, por otra parte, que en principio, una expresión no designa un objeto, sino que transmite un CONTENIDO CULTURAL”
Eco, Umberto. Tratado de semiótica general. Barcelona.1977: 121
[15] Jean Baudrillard. Cultura y simulacro. Barcelona. Editorial Kairós, 2001 (6ºEdición).
[16] Para una discusión más detallada de este punto, véase:
Cuadra, A. Hiperindusria Cultura.. Santiago. Arcis. 2007 (en imprenta)
Versión resumida e-book: www.labrechadigital.org
[17] Landow, G. Hipertexto. Buenos Aires. Paidós. 1995: 13-49.
viernes, 4 de abril de 2008
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