El actual reclamo norteamericano por una transición pacífica a la crisis egipcia está lejos de ser un gesto democrático y se inscribe en una nueva estrategia geopolítica para la región. Por de pronto, se ha neutralizado a las fuerzas armadas en dicho país, para evitar incendiar todo el Magreb. La salida será política o no será. Convengamos en que el presidente Mubarak es un cadáver político, pero que todavía puede ser un instrumento útil a los intereses occidentales.
La prestigiosa revista británica The Economist, plantea una interesante idea en torno a los acontecimientos en Egipto, en cuanto la actual crisis en Egipto ofrece una excelente oportunidad para promover reformas en la región, estancada por décadas en regímenes autocráticos. La verdad sea dicha, los niveles de pobreza extrema y la falta de libertades ciudadanas en Egipto y otras naciones de la región, resultarían inaceptables en cualquier país europeo y, ciertamente, en los Estados Unidos. No obstante, digámoslo con ruda franqueza, las grandes potencias occidentales que han enarbolado la bandera de los Derechos Humanos y las reformas políticas en cada oportunidad que les favorece directa o indirectamente, silencian esta protesta si existen intereses económicos o militares de por medio. Tal ha sido el caso con varios regímenes del Oriente Medio, desde Sadam Hussein a Hosni Mubarak. Mientras un mandatario o reyezuelo sea el “hombre fuerte” al servicio de las inversiones extranjeras y dócil a las estrategias de los imperios político-financieros, a nadie parece importar el coste político y humano para pueblos enteros.
Para la Casa Blanca, la cuestión es clara: Se trata de crear las condiciones para una apertura democrática controlada que garantice su presencia hegemónica en la región y muchos de los equilibrios geoestratégicos alcanzados. Así, cualquier transición democrática debe contemplar la ratificación de los tratados de paz con Israel, el libre flujo de mercancías por el canal de Suez y garantías explícitas a las inversiones extranjeras de las grandes corporaciones en dicho territorio. La peor pesadilla sería la irrupción de un nuevo Irán en la región. Los Estados Unidos promoverían, de este modo, elecciones libres en el más breve plazo, mantendrían la cuantiosa ayuda militar y ampliarían el apoyo político a la naciente democracia, convirtiendo a Egipto, como lo ha sido el Chile post dictatorial, en una nación modelo para todo el Magreb.
Tal como ha señalado Hillary Clinton, asistimos a una tormenta perfecta en todo el Oriente Medio. Las nuevas generaciones no están dispuestas a seguir sumidas en la exclusión y la pobreza que alcanza niveles que bordean el 40% en país de alrededor de 80 millones de habitantes. Es claro que se requieren urgentes reformas, pero al mismo tiempo, la ecuación geopolítica es tan compleja que el camino se augura difícil y no todo lo rápido que se espera. Ante una oposición dividida, las elites y el ejército, con el apoyo estadounidense, apuestan a una transición programada, lo cual significa ganar tiempo y calmar a las masas con placebos, preparando el terreno para un eventual recambio democrático en septiembre del año en curso.
Si bien Egipto es, por estos días, el ojo del huracán, lo cierto es que el reclamo del pueblo egipcio expresa un estado anímico compartido por la mayoría de los pueblos de la zona. Por tanto, no es impensable un efecto de contagio que ponga en jaque a varias autocracias de la región. Por ello, el desenlace de la actual crisis es crucial, en la medida que de ella surja un modelo de sociedad tal que conjugue las justas aspiraciones de los pueblos a una vida digna y los intereses estratégicos de las potencias involucradas.
Las autoridades iraníes insisten en que estamos ante una nueva “conciencia islámica”, no obstante, pareciera que el reclamo se aproxima más a fundamentos sociales y económicos. Lo que se está reclamando es más la frustración de una mayoría tan indignada como menesterosa frente los beneficios de una modernidad globalizada que un retorno teocrático al estilo de Irán. En este sentido, el “peligro islámico” parece más una coartada de las elites gobernantes que una realidad política tangible.
Cualquiera sea el curso de los acontecimientos, es indudable que este corresponde, en rigor, al pueblo soberano de Egipto, más allá de los poderosos intereses en juego y del poder mediático, diplomático y político de las potencias occidentales. La situación actual puede ser descrita como la de un mandatario aferrándose al poder contra la voluntad mayoritaria de su pueblo, pero también, como la voluntad de las potencias occidentales, Estados Unidos en primer lugar, de aferrarse al poder que han detentado en la región por décadas. Washington sabe perfectamente que cualquier desequilibrio derivado de la actual crisis en las tierras del Nilo puede tener consecuencias catastróficas en su mapa geopolítico, o como suelen decir en Washington, un riesgo inaceptable para su seguridad nacional.
La prestigiosa revista británica The Economist, plantea una interesante idea en torno a los acontecimientos en Egipto, en cuanto la actual crisis en Egipto ofrece una excelente oportunidad para promover reformas en la región, estancada por décadas en regímenes autocráticos. La verdad sea dicha, los niveles de pobreza extrema y la falta de libertades ciudadanas en Egipto y otras naciones de la región, resultarían inaceptables en cualquier país europeo y, ciertamente, en los Estados Unidos. No obstante, digámoslo con ruda franqueza, las grandes potencias occidentales que han enarbolado la bandera de los Derechos Humanos y las reformas políticas en cada oportunidad que les favorece directa o indirectamente, silencian esta protesta si existen intereses económicos o militares de por medio. Tal ha sido el caso con varios regímenes del Oriente Medio, desde Sadam Hussein a Hosni Mubarak. Mientras un mandatario o reyezuelo sea el “hombre fuerte” al servicio de las inversiones extranjeras y dócil a las estrategias de los imperios político-financieros, a nadie parece importar el coste político y humano para pueblos enteros.
Para la Casa Blanca, la cuestión es clara: Se trata de crear las condiciones para una apertura democrática controlada que garantice su presencia hegemónica en la región y muchos de los equilibrios geoestratégicos alcanzados. Así, cualquier transición democrática debe contemplar la ratificación de los tratados de paz con Israel, el libre flujo de mercancías por el canal de Suez y garantías explícitas a las inversiones extranjeras de las grandes corporaciones en dicho territorio. La peor pesadilla sería la irrupción de un nuevo Irán en la región. Los Estados Unidos promoverían, de este modo, elecciones libres en el más breve plazo, mantendrían la cuantiosa ayuda militar y ampliarían el apoyo político a la naciente democracia, convirtiendo a Egipto, como lo ha sido el Chile post dictatorial, en una nación modelo para todo el Magreb.
Tal como ha señalado Hillary Clinton, asistimos a una tormenta perfecta en todo el Oriente Medio. Las nuevas generaciones no están dispuestas a seguir sumidas en la exclusión y la pobreza que alcanza niveles que bordean el 40% en país de alrededor de 80 millones de habitantes. Es claro que se requieren urgentes reformas, pero al mismo tiempo, la ecuación geopolítica es tan compleja que el camino se augura difícil y no todo lo rápido que se espera. Ante una oposición dividida, las elites y el ejército, con el apoyo estadounidense, apuestan a una transición programada, lo cual significa ganar tiempo y calmar a las masas con placebos, preparando el terreno para un eventual recambio democrático en septiembre del año en curso.
Si bien Egipto es, por estos días, el ojo del huracán, lo cierto es que el reclamo del pueblo egipcio expresa un estado anímico compartido por la mayoría de los pueblos de la zona. Por tanto, no es impensable un efecto de contagio que ponga en jaque a varias autocracias de la región. Por ello, el desenlace de la actual crisis es crucial, en la medida que de ella surja un modelo de sociedad tal que conjugue las justas aspiraciones de los pueblos a una vida digna y los intereses estratégicos de las potencias involucradas.
Las autoridades iraníes insisten en que estamos ante una nueva “conciencia islámica”, no obstante, pareciera que el reclamo se aproxima más a fundamentos sociales y económicos. Lo que se está reclamando es más la frustración de una mayoría tan indignada como menesterosa frente los beneficios de una modernidad globalizada que un retorno teocrático al estilo de Irán. En este sentido, el “peligro islámico” parece más una coartada de las elites gobernantes que una realidad política tangible.
Cualquiera sea el curso de los acontecimientos, es indudable que este corresponde, en rigor, al pueblo soberano de Egipto, más allá de los poderosos intereses en juego y del poder mediático, diplomático y político de las potencias occidentales. La situación actual puede ser descrita como la de un mandatario aferrándose al poder contra la voluntad mayoritaria de su pueblo, pero también, como la voluntad de las potencias occidentales, Estados Unidos en primer lugar, de aferrarse al poder que han detentado en la región por décadas. Washington sabe perfectamente que cualquier desequilibrio derivado de la actual crisis en las tierras del Nilo puede tener consecuencias catastróficas en su mapa geopolítico, o como suelen decir en Washington, un riesgo inaceptable para su seguridad nacional.
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