Por estos días se celebra en todo el mundo el Día Internacional del Libro, ocasión propicia para reflexionar, precisamente, sobre esta forma de transmitir la cultura: los libros. Desde todas partes del mundo se escuchan voces que anuncian el ocaso del libro frente a las nuevas tecnologías digitales. Es ya una práctica corriente leer autores en formato PDF que se encuentran en forma gratuita en la red. El movimiento mundial “copyleft” promueve, precisamente, esta multiplicación de lo virtual. Una nueva era se está abriendo paso en todo el planeta.
Digamos de entrada que lo que pareciera estar en crisis es un formato impreso que, hasta hoy, hemos llamado libro. La cuestión es que el mismo texto puesto en formato PDF u otro similar se convierte en un “eBook”, un libro virtual. El soporte digital, como sabemos, aumenta exponencialmente el almacenamiento y permite un tratamiento automatizado e instantáneo de la información. Y como dato anexo, no menor, se trata de una información disponible para todos a un coste mínimo, acaso gratuito.
En las grandes ferias de Europa ya se detecta un desplazamiento de los productos editoriales a formatos digitales, estimándose que en la próxima década éstos superarán las tradicionales páginas en papel. Para advertir de qué se trata esta “revolución virtual”, compárese un artículo publicado en alguna revista de divulgación científica en nuestro país, cuyo tiraje promedio no supera los mil ejemplares, con el mismo artículo puesto en alguna página Web medianamente reconocida, multiplicando por cien el número de lecturas en el plazo de un año.
El libro, objeto emblemático de la era gutenberguiana, tardó tres siglos en convertirse en un objeto relativamente masivo. Esto es, desde la invención de la imprenta hasta la Enciclopedia a fines del siglo XVIII. El “eBook” se ha popularizado, entre universitarios y cibernautas, en poco más de una década. Las nuevas tecnologías han diseminado el saber y la entretención a niveles nunca antes conocidos. Fenómenos como el “periodismo virtual” en todos sus matices, los “blogs”, junto a muchas “bases de datos” y, desde luego, las bibliotecas virtuales están mutando lo que entendemos por cultura.
Para muchos, leer un libro impreso, es una práctica insustituible. Hay en ello algo de cierto, la lectura de un libro es mucho más que la decodificación de signos. El objeto libro es de suyo un dispositivo sensorial que predispone a la lectura. No obstante, las nuevas tecnologías tienden cada vez con mayor perfección a “imitar” el libro impreso, al punto de disponer del dedo índice para ir pasando las páginas, sumando a ello, una serie de ventajas multimediales inimaginables en el formato de papel.
Para América Latina, cuya cultura ha sido configurada en muchos de sus aspectos, según la feliz expresión de Ángel Rama, como una Ciudad Letrada, las mutaciones en curso resultan de la mayor trascendencia. En la actualidad, transitamos desde aquella ‘ciudad letrada’ a una ‘ciudad virtual’. Ciudad letrada: matriz lecto-escritural barroca que resulta ser la impronta política y cultural de nuestras sociedades durante varios siglos, forjando con ello nuestras instituciones tanto coloniales como republicanas y nuestras percepciones más profundas acerca del espacio, el tiempo y, sobre todo acerca de nosotros mismos. Ciudad virtual, incierta y ambivalente, abismo y promesa, vértigo de flujos que desafía nuestra memoria, lenguaje extraño como el de los antiguos Conquistadores, imágenes refulgentes como las espadas y crucifijos de antaño. Ya no son relinchos ni cañones sino tecnoimágenes digitalizadas que destellan en tiempo real sobre plasmas multicolores. Es la nueva Biblioteca de Babel con sus infinitos anaqueles la que nos convoca.
Digamos de entrada que lo que pareciera estar en crisis es un formato impreso que, hasta hoy, hemos llamado libro. La cuestión es que el mismo texto puesto en formato PDF u otro similar se convierte en un “eBook”, un libro virtual. El soporte digital, como sabemos, aumenta exponencialmente el almacenamiento y permite un tratamiento automatizado e instantáneo de la información. Y como dato anexo, no menor, se trata de una información disponible para todos a un coste mínimo, acaso gratuito.
En las grandes ferias de Europa ya se detecta un desplazamiento de los productos editoriales a formatos digitales, estimándose que en la próxima década éstos superarán las tradicionales páginas en papel. Para advertir de qué se trata esta “revolución virtual”, compárese un artículo publicado en alguna revista de divulgación científica en nuestro país, cuyo tiraje promedio no supera los mil ejemplares, con el mismo artículo puesto en alguna página Web medianamente reconocida, multiplicando por cien el número de lecturas en el plazo de un año.
El libro, objeto emblemático de la era gutenberguiana, tardó tres siglos en convertirse en un objeto relativamente masivo. Esto es, desde la invención de la imprenta hasta la Enciclopedia a fines del siglo XVIII. El “eBook” se ha popularizado, entre universitarios y cibernautas, en poco más de una década. Las nuevas tecnologías han diseminado el saber y la entretención a niveles nunca antes conocidos. Fenómenos como el “periodismo virtual” en todos sus matices, los “blogs”, junto a muchas “bases de datos” y, desde luego, las bibliotecas virtuales están mutando lo que entendemos por cultura.
Para muchos, leer un libro impreso, es una práctica insustituible. Hay en ello algo de cierto, la lectura de un libro es mucho más que la decodificación de signos. El objeto libro es de suyo un dispositivo sensorial que predispone a la lectura. No obstante, las nuevas tecnologías tienden cada vez con mayor perfección a “imitar” el libro impreso, al punto de disponer del dedo índice para ir pasando las páginas, sumando a ello, una serie de ventajas multimediales inimaginables en el formato de papel.
Para América Latina, cuya cultura ha sido configurada en muchos de sus aspectos, según la feliz expresión de Ángel Rama, como una Ciudad Letrada, las mutaciones en curso resultan de la mayor trascendencia. En la actualidad, transitamos desde aquella ‘ciudad letrada’ a una ‘ciudad virtual’. Ciudad letrada: matriz lecto-escritural barroca que resulta ser la impronta política y cultural de nuestras sociedades durante varios siglos, forjando con ello nuestras instituciones tanto coloniales como republicanas y nuestras percepciones más profundas acerca del espacio, el tiempo y, sobre todo acerca de nosotros mismos. Ciudad virtual, incierta y ambivalente, abismo y promesa, vértigo de flujos que desafía nuestra memoria, lenguaje extraño como el de los antiguos Conquistadores, imágenes refulgentes como las espadas y crucifijos de antaño. Ya no son relinchos ni cañones sino tecnoimágenes digitalizadas que destellan en tiempo real sobre plasmas multicolores. Es la nueva Biblioteca de Babel con sus infinitos anaqueles la que nos convoca.
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