1.- Madame Bovary
La reciente contienda electoral en Pennsylvania ha entregado indicios elocuentes de que la cuestión del candidato ya ha sido políticamente resuelta y el ganador es el senador por Illinois, Barack Obama. Si bien la candidatura Clinton obtuvo una ventaja de diez puntos, este éxito aparece como magro, efímero e intrascendente en el escenario nacional y mundial. Esto lo saben muy bien los “grandes inversores”, cuyos fondos van cada vez más a las arcas de Obama.
La señora Clinton exhibía, al comienzo de la campaña, su condición de ex Primera Dama como un “plus” difícil de superar. Barack Obama aparecía como el indispensable “hombre de paja” para justificar elecciones primarias al interior del Partido Demócrata. Sin embargo, en el curso de la campaña, Obama ha sido capaz de generar una dinámica social que convirtió la figura de la candidata en una suerte de Madame Bovary revestida de un glamour nostálgico, un “cliché” de clase media. Lo que constituyó, en efecto, una ventaja en las condiciones iniciales se ha devaluado al punto de convertirse en una anécdota. Esto ha quedado en evidencia al escuchar ambos discursos tras las elecciones primarias en Pennsylvania. El senador Obama congratula protocolarmente a su contendora, pero, instala el discurso en la Política con mayúscula, y en ese plano, ella queda “fuera de juego”, y en ese sentido, la ignora.
Los problemas que enfrenta Estados Unidos en la actualidad, tanto a nivel interno como a nivel internacional, son de proporciones gigantescas. Desde la recesión económica al calentamiento global, pasando por la guerra de Irak, la cuestión energética y un descontento social en ciernes. Se trata, sin duda, de cuestiones de fondo que no se resuelven con provincianos discursos reformistas o encendidas proclamas patrióticas al estilo “Rambo”.
Digámoslo con crudeza, tras el ocaso de los socialismos reales y la reestructuración del capital a escala global, Estados Unidos no ha logrado encontrar su lugar en el nuevo mundo y en la historia contemporánea. Para ello se requiere de manera urgente reconfigurar su “ajuste interno” entre los espectaculares avances tecnoeconómicos y el añejo orden político, social y cultural. Estados Unidos necesita imperiosamente un “New Deal” que recomponga su emplazamiento histórico y geoestrátégico como primera potencia postindustrial del siglo XXI. En pocas palabras: una próxima Revolución Americana.
2.- La tierra prometida
Barack Obama es el único candidato que ha planteado su campaña en tales términos. Cada uno de sus discursos apunta al horizonte del cambio y la esperanza, conectando su presente histórico con un “presente alterno”. Por ello su figura emerge ligada, ineluctablemente, a la de sus predecesores que forjaron la visión de una nación más próspera y justa: John F. Kennedy y Martin L. King. Barack Obama es el portavoz de aquel sueño que proclamara el Pastor antes de su asesinato, el advenimiento de “la tierra prometida” en suelo americano.
Si renunciamos a pensar la historia como una secuencia lineal que avanza inexorable, podemos entender cómo otros momentos de la historia norteamericana se dan cita en la actualidad en la figura de Barack Obama. Tales “presentes alternos” resultan ser aquellos episodios históricos en que las demandas democráticas han alcanzado su momento cumbre. De algún modo, la figura de Obama construida desde una maciza estrategia comunicacional que va desde la televisión a las páginas de Internet, ha catalizado movimientos sociales que estaban en estado latente en la sociedad estadounidense. Una masa creciente de inmigrantes, trabajadores pobres y otros ciudadanos que se sienten discriminados a través de todo el país se reconocen en la visión de este valiente senador afroamericano.
Barack Obama pone en el tapete la otra cara de los Estados Unidos, muy lejana de la imagen glamorosa que transmite la televisión al mundo entero. El país de Obama, es el país de las grandes masas urbanas con duras jornadas de trabajo que deben lidiar a diario con los altos precios de alimentos y combustibles, con los altos intereses bancarios para sus hipotecas y con un sistema de salud y educación que los excluye. El reclamo del candidato Obama no apunta tan sólo a la actual administración, va más allá: Algo anda muy mal en la sociedad norteamericana.
Ese “algo” que anda muy mal es el “desajuste” profundo entre los logros tecnoeconómicos exhibidos por los neoconservadores, pero que no se ha traducido en logros sociales para gran parte de la población. La prosperidad mantenida por gobiernos neoconservadores ha encontrado su fundamento en una liberalización extrema del comercio mundial basada en las nuevas tecnologías. Este “modo informacional de desarrollo” ha dado lugar a un capitalismo financiero de especulación a escala global, precario e inestable. En este escenario no sólo se juega el destino actual de los Estados Unidos sino el de la mayoría de las naciones del orbe, antes “subdesarrolladas”, hoy “dependientes en red”.
3.- De Youtube a la filosofía moral
Al igual que F.D.Roosevelt, el candidato Barack Obama debe enfrentar un país sumido en desafíos económicos, sociales y culturales portentosos, no sólo a escala doméstica sino a escala mundial.
La candidatura de Barack Obama se ha mostrado eficiente en dos ejes comunicacionales que la articulan. En primer lugar, el uso inteligente de las nuevas tecnologías de información y comunicación, en particular, televisión e Internet. Youtube muestra el grado de eficiencia que se puede alcanzar catalizando por esta vía una campaña “podcast” que se opone al modelo verticalista anclado en partidos institucionales de estilo “broadcast”. En segundo lugar, la instalación de una agenda temática cuyo vector no es otro que “la ética” de la cuestión pública. El candidato Obama estructura su discurso a la nación americana desde lo ético, aquello que la tradición anglosajona entiende como una “filosofía moral”.
Al revisar los discursos del candidato senador Obama, observamos que éstos hablan desde una cierta “filosofía moral”, lo que está en cuestión son las actuaciones de los diversos agentes de la “res publica”. No nos estamos refiriendo, por cierto, a algunos “pintorescos escandalillos” de farándula que espantan a los más puritanos; se trata más bien de las conductas políticas en Washington respecto de los graves problemas que aquejan a millones de norteamericanos. Esto puede ser entendido desde la legitimación gubernamental de formas de tortura en los interrogatorios a prisioneros extranjeros o la violación de la privacidad de los ciudadanos hasta la oposición a los tratados sobre preservación medioambiental.
No podemos dejar de advertir que en una sociedad colonizada por el “cinismo performativo”, la filosofía moral restituye un marco de referencia a los reclamos reformistas y, en este estricto sentido, resulta ser un arma política formidable. Si el uso intenso de las nuevas tecnologías cataliza movimientos sociales y culturales a través de todo el país, los fundamentos de una filosofía moral le otorgan un sentido trascendente a la acción.
4.- “We are the ones “
Las interrogantes son muchas, éstas van desde la propia capacidad del capital para restituir un sentido histórico, y por ende un lugar a los Estados Unidos en un mundo global, hasta las dificultades propias de un proyecto reformista radical en una sociedad burguesa desarrollada. Como sea, Youtube como agente tecnológico y social al servicio de una cierta “filosofía moral” de la cosa pública encuentran su síntesis en la candidatura de Barack Obama, constituyendo una campaña del siglo XXI que prefigura una próxima Revolución Americana.
Desde hace un tiempo, hemos venido sosteniendo la tesis de que Barack Obama protagoniza la campaña presidencial más singular de las últimas décadas. De hecho, advertimos en ella elementos tecnológicos y discursivos que la hacen única. En oposición a las campañas verticales e institucionalizadas a través de cadenas de televisión y partidos políticos o “campañas broadcast”, vemos en esta Obamanía una campaña horizontal, ciudadana de nuevo cuño a la que hemos llamado “campaña podcast”. Junto a lo anterior, los discursos del candidato Obama apelan como marco de referencia a lo ético, es decir, a una “filosofía moral”. Esta modalidad política que se funda en lo valórico se opone a la política entendida como “performativa y pragmática” de acuerdo a la visión neoconservadora.
Si bien, en política nada está asegurado, podríamos aventurar que la candidatura de Barack Obama ha opacado aquella de su contrincante, al punto de hacerla tambalear. Si examinamos el curso de las campañas los últimos meses, es la senadora Clinton la que a debido resistir a las presiones para que renuncie, es ella quien ha estado indefectiblemente a la defensiva, aún cuando ha tenido triunfos parciales.
De todo lo anterior, resulta plausible la hipótesis de que el senador por Illinois encarna un anhelo profundo de un amplio sector de estadounidenses. Por la radicalidad de su pensamiento, por lo novedoso de su modalidad tecnológica y social, no dudamos en calificarla de una campaña del siglo XXI. Ahora bien, por el contenido profundo del planteamiento de Obama, estrechamente unido al sueño de JFK y MLK, hemos calificado el horizonte político del señor Barack Obama como la próxima Revolución Americana. Es decir, un cambio de fondo a nivel social y cultural en el seno de la sociedad norteamericana.
Es claro que la “Revolución Americana” se concibe en el seno de una sociedad burguesa desarrollada y en este sentido, debemos entenderla como una profunda renovación democrática que recomponga las relaciones al interior de dicha sociedad. Al candidato Obama le asiste la convicción profunda de que, por increíble que parezca, “Sí se puede”. No se trata de un sueño por alcanzar la “tierra prometida” como proclamó el célebre Pastor Martin Luther King, se trata de una posibilidad cierta para esta generación: “We are the ones”.
Habrá que esperar el desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, todo indica que estamos a las puertas del cambio más notable en la política estadounidense de las últimas décadas.
viernes, 25 de abril de 2008
jueves, 17 de abril de 2008
EL GRITO DEL ULTIMO HOMBRE: UN GRAFFITI
" Seamos realistas, pidamos lo imposible"
Hace ya cuatro décadas, en mayo de 1968, se verificó un acontecimiento singular. No se trataba de una “revolución” en su sentido clásico. Los discursos y las demandas planteadas, en primer lugar, por estudiantes, estaban más próximas al surrealismo que al marxismo ortodoxo que prevalecía en aquellos años. En este sentido, la revuelta del mayo francés fue un fenómeno que escapó a la racionalidad social y política inmanente a la “Guerra Fría”. Podríamos aventurar que el mayo francés fue un “exceso” y en tanto tal incomprensible en su momento.
Como toda revuelta, el mayo francés clausura un momento histórico anterior a él e inaugura un mundo otro. A nuestro entender, asistimos al grito del último hombre ante el advenimiento de los rinocerontes, tal como imaginó Ionesco. Mayo de 1968 marca el ocaso de cierta tradición académica burguesa de talante filosófico humanista e ilustrada. Paradojalmente, esta clausura histórico - cultural no significó el advenimiento de una sociedad libertaria basada en la autogestión. Por el contrario, de ambos lados del muro que dividía Europa la reacción no se hizo esperar: finalmente, los rinocerontes heredarían la tierra entera.
En el llamado “Mundo Libre” los sucesos de mayo de 1968 constituyeron el punto de arranque para una sociedad performativa que encuentra hoy su fundamento en la reestructuración del capital a escala global. En el llamado “Socialismo Real” los sucesos de mayo 1968 constituyeron el punto de afirmación de la doctrina oficial frente a los “excesos”, tanto a nivel nacional a través de la equívoca actuación del Partido Comunista Francés, como a nivel internacional aplastando la “Primavera de Praga”. En aquel mundo bipolar, el mayo francés constituyó un “exabrupto” incomprensible y por lo mismo, condenable.
Los estudiantes de La Sorbonne que levantaban barricadas en las calles de París no nos legaron catecismos, parábolas ni manuales ideológicos. El grito de esta última generación de hombres, en el sentido fuerte de “sujetos” del humanismo, no se profirió a través de “libros”; los libros ya habían sido escritos y divulgados desde hace décadas, Sartre, Castoriadis, Lefebvre, por no mencionar a André Breton o a Rimbaud. El grito del último hombre tomó el tinte lúdico heredado de las vanguardias y de la publicidad propia de una sociedad de consumo, fue a su manera un grito vanguardista y pop: los “graffiti”.
La palabra graffiti es de origen italiano y se la define como una pintura o dibujo anónimo de contenido crítico, humorístico o grosero escrito en paredes o muros de lugares públicos. Hagamos notar que se trata de un medio de comunicación parásito emparentado con el “cartel” y las eslóganes publicitarios, aunque también con los rayados de letrinas.
El graffiti irrumpe en el espacio público como un signo “fuera de lugar”, una voz que no sirve al capital ni a una ideología reconocible. Como el “piropo” y la grosería, el graffiti crece anónimo en una sociedad de masas, el graffiti es plebeyo y al mismo tiempo deletéreo y burlón. No obstante, el graffiti comunica y da testimonio de un imaginario.
Intentaremos reconstruir, aunque sea muy someramente, aquel anónimo imaginario de sus protagonistas, aquel que desató una revuelta que convulsionó a un país y se escuchó en el mundo entero. Organizaremos, pues, nuestra exposición como un breve comentario a algunos de aquellos graffitis cuyos ecos todavía resuenan como un grito y una carcajada del último hombre.
“Cambiar la vida. Transformar la sociedad”
Mirado en perspectiva, el surrealismo recoge un espíritu epocal y lo transforma, casi como una reacción contra el dadaísmo, en una doctrina y un método. En este sentido, la herencia surrealista alcanza como un patrimonio común a todos los planos expresivos del arte hasta nuestros días. Muchos de los preceptos planteados por Jarry, así como las agudas intuiciones de Apollinaire y Vaché, para no mencionar la iconoclastia y la rebeldía de los dadaístas, se encontrarán incorporados como parte constitutiva de la nueva doctrina que los va a enriquecer otorgándoles un marco conceptual de referencia en el psicoanálisis.
Si bien la palabra surrealismo se asocia de inmediato a la estética, debemos aclarar que se trata de una visión que, en rigor, excede con mucho el dominio artístico, en su sentido tradicional. Cuando los surrealistas hablan de poesía, se refieren a una cierta actividad del espíritu, esto permite que sea posible un poeta que no haya escrito jamás un verso. En un panfleto de 1925 se lee: “Nada tenemos que ver con la literatura.... El surrealismo no es un medio de expresión nuevo o más fácil, ni tampoco una metafísica de la poesía. Es un medio de liberación total del espíritu y de todo lo que se le parece” Las metas de la actividad surrealista pueden entenderse en dos sentidos que coexisten en Breton; por una parte se aspira a la redención social del hombre, pero al mismo tiempo, a su liberación moral. Transformar el mundo, según el imperativo revolucionario marxista; pero Changer la vie como reclamó Rimbaud; he ahí la verdadera mot d’ordre surrealista. Pocas veces el espíritu humano ha alcanzado tales cumbres en su reclamo de libertad total y plena. Por ello Walter Benjamin llega a decir: “Pero la verdadera superación creadora de la iluminación religiosa no está, desde luego, en los estupefacientes. Está en una iluminación profana de inspiración materialista, antropológica, de la que el haschisch, el opio u otra droga no son más que escuela primaria”
Para realizar tan portentosa tarea, Breton propone un método, la exploración sistemática del inconciente. La liberación que se busca está en reconciliar al hombre diurno con aquel que habita en los sueños. Es en el sueño donde está l’inconnu, le merveilleux; más allá de la lógica y la razón. Es evidente que Breton aplica en el surrealismo muchos de los conocimientos desarrollados por el psicoanálisis de Sigmund Freud en las primeras décadas del siglo XX.
No cabe duda que Breton y el surrealismo constituyen una de las claves para comprender el carácter de la revuelta del 68. Se trató, qué duda cabe, de una generación lúcida, cuyo reclamo excedía todas las posibilidades de un mundo marcado por la racionalidad moderna. En este sentido, esta generación de jóvenes franceses comparte con toda la contracultura psicodélica un vocación antimoderna de filiación anarquista en que, como sostuvo Bakunin, la pasión de la destrucción es al mismo tiempo una alegría creadora.
“¡Viva la Comuna¡”
Paris fue la capital donde se escribió la prehistoria moderna durante el siglo XIX. Sin embargo, se suele olvidar que Paris fue también el lugar donde el espacio urbano escenificó la confrontación social. Bastará recordar esa otra calendariedad para advertir que Paris fue a su modo la “capital revolucionaria” del siglo XIX: Insurrección y combates de barricadas de 1830 – 1848; la Haussmanisación de Paris como embellecimiento estratégico (1860 – 1870) y, desde luego, La Comuna en 1871.
Si los historiadores reconocen un nexo entre la Revolución Francesa de 1789 y La Comuna de 1871, lo mismo habría que hacer entre La Comuna de 1871 y Mayo de 1968. En ambos momentos históricos, la inspiración anarquista se ha hecho explícita. La polémica figura de Proudhon, entre otras, atraviesa ambos sucesos. Recordemos que la conocida obra de Marx, “La miseria de la filosofía” no fue sino una respuesta dialéctica a las tesis proudhonianas. De hecho Marx, afirmó que Proudhon no comprendió nunca la “dialéctica científica” y, por lo tanto, no pudo ir nunca más allá de la “sofística”.
Las revueltas de mayo de 1968 reclaman su parentesco con La Comuna, los jóvenes estudiantes se sienten herederos de aquella tradición proudhoniana no marxista, aunque antiburguesa. Su oposición al marxismo ya institucionalizado a nivel mundial va a recrear las barricadas en las calles de Paris, convirtiendo los adoquines en proyectiles y las palabras en dardos. Los áulicos espacios de la Sorbonne y las calles aledañas volvieron a ser el espacio de una confrontación radical, convirtiendo a Paris, una vez más y por un instante en la historia, en la capital revolucionaria del mundo.
Ni sofística ni dialéctica: la revuelta y el graffiti se instituyeron más bien en la violencia extática y lúdica. El graffiti es, de algún modo, registro y memoria del deseo exaltado, más próximo al gesto dadaísta que a cualquier método científico, instante mas nunca plan quinquenal. El graffiti es pasión cristalizada y en tanto tal perecedera. No obstante, es también la única forma posible de registrar el éxtasis de la libertad suma y plena. Por esto, al volver sobre los graffitis de aquel tiempo nos conmueve su convulsiva belleza.
“¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación!”
Durante los años sesenta, aquello que Adorno llamó la “industria cultural” alcanzaba su apogeo con el auge de las cadenas televisivas, la irrupción del color, el videotape y la transmisión por satélite. Fue la era de los transistores y la aparición de una industria japonesa, cada vez más sofisticada y competitiva, en el mercado mundial.
Así, cine, radio, prensa y televisión configuraron una época de las comunicaciones que venía gestándose desde los albores del siglo XX. Podríamos afirmar que el siglo pasado vio nacer sociedades “mediáticas”, aunque no todavía “mediatizadas” plenamente por la hiperindustria cultural digitalizada y en red como en el siglo XXI.
Cuando los estudiantes de mayo 1968 se oponen a la “telecomunicación” lo hacen en un paisaje “broadcast”, esto es, en una configuración socio-comunicacional monopólica. En efecto, lejos de la actual “personalización” de los “usuarios” y de sus gustos al estilo “podcast”, lo normal en los sesenta era la difusión de mensajes dirigidos por grandes cadenas estatales o entidades periodísticas que monopolizaban la palabra. Las opciones reales de personalizar los gustos eran muy restringidas, el disco de vinilo y el espectro local de radioemisoras o estaciones de televisión. Es interesante hacer notar que detrás del grito libertario de los estudiantes franceses late la noción de individuo.
Podríamos aventurar que al oponer “comunicación” a “telecomunicación”, se reclama un espacio íntimo y personal que ha sido arrebatado por instancias de poder. La vieja oposición “Individuo” versus “Estado” no está lejos del imaginario que animó la insurrección de mayo. Ciertamente, los jóvenes en sus barricadas no tenían en mente la posibilidad tecnológica de satisfacer la demanda individualista bajo la forma de una sociedad de consumo, se trataba más bien del imaginario libertario, la restitución de un sujeto pleno o, como solía decirse en aquella época, “no alienado”.
Aunque el grito de los sesenta aparece como algo ingénuo y empalagoso frente a la mirada cínica y performativa de los tiempos hipermodernos, no es menos cierto que el ámbito comunicacional con su modalidad “broadcast” significó un momento de control social intenso y explícito que lindaba con la manipulación y que explica en gran medida el malestar cultural y la resistencia que generó entre la juventud.
En términos globales, todas las sociedades burguesas, tanto como los socialismos reales, hicieron de las comunicaciones un ámbito estratégico de la “Guerra Fría”: desde el Pravda al New York Times, desde El Mercurio al Granma. Al convertir las comunicaciones en un dispositivo bélico y de estricto control social, emerge un paisaje que hoy no dudaríamos en calificar de malsano y totalitario.
Pues bien, es ante ese escenario que los jóvenes de La Sorbonne o Nanterre se levantan para pedir la restitución de la “comunicación”, precisamente la negación de ese oprobiosa realidad.
“Mis deseos son la realidad”
Como resulta evidente, el reclamo de un espacio para el individuo se opone a la noción de “clase” que proclamaba el marxismo militante. De allí que el gesto de Marx hacia Proudhon se volviera a reeditar, los estudiantes no podían ser sino una caterva de “pequeños burgueses”, término que en la época era la peor descalificación que pudiera sufrir un revolucionario.
A lo anterior se agrega una fuerte dosis de subjetividad en el reclamo de los estudiantes. Conceptos claves del momento fueron “deseo” e “imaginación”, ambos muy reñidos con el diccionario marxista al uso. Es cierto que Breton había legitimado tales palabras en el ámbito poético, pero no olvidemos que finalmente el vate del surrealismo había derivado a claras posiciones antiestalinistas e incluso trotskistas.
El deseo en el imaginario de la revuelta, es puesto como vocación de cambio, como herramienta emancipatoria ya no sólo social y política sino moral. El deseo es la herramienta que denuncia y se opone al capital. No obstante, la sociedad capitalista de Europa Occidental ya había iniciado su camino por un sendero que replicaba el diseño socio-cultural norteamericano. Junto a Japón y tras la derrota del nazismo, Europa comienza a construir “sociedades de consumo”, el mismo modelo que seguirán más tarde países tan diversos como Corea del Sur, Chile o Singapur.
Las sociedades de consumo constituyen la forma en que el capital administra el deseo, o dicho de otro modo, es la forma contemporánea en que una forma de relación económica se trasviste en “capitalismo libidinal”. Es interesante acotar que las actuales estrategias de “marketing” asimilan los estilemas de los graffiti y de las vanguardias, aunque invirtiendo su sentido. Ya no se trata de desautomatizar la percepción como apertura hacia la emancipación, muy por el contrario, se trata de proponer dichos estilemas para domesticar a las masas en el consumo suntuario.
Una de las paradojas de mayo de 1968 es que, quizás, haya sido la última oportunidad en que palabras como “deseo”, “imaginación”, e incluso “libertad” todavía poseían algún sentido. En la actualidad, en tiempos hipermodernos, dichos términos constituyen el vocabulario básico de cualquier publicista y están diseminados en camisetas, spots publicitarios o en algún “gag” de MTV.
A pesar del tiempo transcurrido, aquellos graffitis han sobrevivido. Ya no se nos ofrecen como “fórmulas de sentido” político o moral, sino más bien como “efectos estéticos”. El mundo se ha convertido, como lo presintió el fascismo en una “gran clase media” sumida en el narcisismo de masas. En la hora de los rinocerontes, desaparece la noción de “clase” y con ella toda forma de conflicto social al estilo del siglo XX.
“La vida está en otra parte”
El mayo francés, resulta ser un momento emblemático de la llamada sensibilidad contracultural de los sesenta: la psicodelia. Esta contracultura tuvo su epicentro en diversas universidades del mundo y representó, en alguna medida, la masificación de los hallazgos de las vanguardias. Al igual que Breton y el grupo surrealista, los jóvenes estudiantes del 68 hacen suyas las palabras de Marx y Rimbaud, “Transformar el mundo y Cambiar la vida”, dos enunciados que la historia había desmentido hasta ese instante. Las revoluciones marxistas ortodoxas, con su tinte burocrático y estalinista eran, desde una perspectiva surrealista, prosaicas “crisis ministeriales” frente a los cambios que se reclamaban. Por su parte, las sociedades burguesas sumidas en la “Guerra Fría” habían disuelto el potencial libidinal de sus sociedades en la impostura del consumo.
El mayo francés fue a su modo una cumbre espiritual, un reclamo radical y sin concesiones por el derecho a la felicidad aquí y ahora. Comparable en su vehemencia y desesperación a ciertos paisajes propuestos por el existencialismo, el anarquismo del siglo XIX y las vanguardias estéticas tras el ocaso de la belle époque. Un grito conmovedor que todavía nos convoca, un grito silencioso que deambula con aquellos soixante-huitards, misfits (inadaptados) que como nuevos y anónimos flanneurs recorren hoy la ciudad. Sobrevivientes de otro tiempo, portadores de una oscura verdad que hace más de un siglo ya proclamó la poesía: La vida está en otra parte.
Hace ya cuatro décadas, en mayo de 1968, se verificó un acontecimiento singular. No se trataba de una “revolución” en su sentido clásico. Los discursos y las demandas planteadas, en primer lugar, por estudiantes, estaban más próximas al surrealismo que al marxismo ortodoxo que prevalecía en aquellos años. En este sentido, la revuelta del mayo francés fue un fenómeno que escapó a la racionalidad social y política inmanente a la “Guerra Fría”. Podríamos aventurar que el mayo francés fue un “exceso” y en tanto tal incomprensible en su momento.
Como toda revuelta, el mayo francés clausura un momento histórico anterior a él e inaugura un mundo otro. A nuestro entender, asistimos al grito del último hombre ante el advenimiento de los rinocerontes, tal como imaginó Ionesco. Mayo de 1968 marca el ocaso de cierta tradición académica burguesa de talante filosófico humanista e ilustrada. Paradojalmente, esta clausura histórico - cultural no significó el advenimiento de una sociedad libertaria basada en la autogestión. Por el contrario, de ambos lados del muro que dividía Europa la reacción no se hizo esperar: finalmente, los rinocerontes heredarían la tierra entera.
En el llamado “Mundo Libre” los sucesos de mayo de 1968 constituyeron el punto de arranque para una sociedad performativa que encuentra hoy su fundamento en la reestructuración del capital a escala global. En el llamado “Socialismo Real” los sucesos de mayo 1968 constituyeron el punto de afirmación de la doctrina oficial frente a los “excesos”, tanto a nivel nacional a través de la equívoca actuación del Partido Comunista Francés, como a nivel internacional aplastando la “Primavera de Praga”. En aquel mundo bipolar, el mayo francés constituyó un “exabrupto” incomprensible y por lo mismo, condenable.
Los estudiantes de La Sorbonne que levantaban barricadas en las calles de París no nos legaron catecismos, parábolas ni manuales ideológicos. El grito de esta última generación de hombres, en el sentido fuerte de “sujetos” del humanismo, no se profirió a través de “libros”; los libros ya habían sido escritos y divulgados desde hace décadas, Sartre, Castoriadis, Lefebvre, por no mencionar a André Breton o a Rimbaud. El grito del último hombre tomó el tinte lúdico heredado de las vanguardias y de la publicidad propia de una sociedad de consumo, fue a su manera un grito vanguardista y pop: los “graffiti”.
La palabra graffiti es de origen italiano y se la define como una pintura o dibujo anónimo de contenido crítico, humorístico o grosero escrito en paredes o muros de lugares públicos. Hagamos notar que se trata de un medio de comunicación parásito emparentado con el “cartel” y las eslóganes publicitarios, aunque también con los rayados de letrinas.
El graffiti irrumpe en el espacio público como un signo “fuera de lugar”, una voz que no sirve al capital ni a una ideología reconocible. Como el “piropo” y la grosería, el graffiti crece anónimo en una sociedad de masas, el graffiti es plebeyo y al mismo tiempo deletéreo y burlón. No obstante, el graffiti comunica y da testimonio de un imaginario.
Intentaremos reconstruir, aunque sea muy someramente, aquel anónimo imaginario de sus protagonistas, aquel que desató una revuelta que convulsionó a un país y se escuchó en el mundo entero. Organizaremos, pues, nuestra exposición como un breve comentario a algunos de aquellos graffitis cuyos ecos todavía resuenan como un grito y una carcajada del último hombre.
“Cambiar la vida. Transformar la sociedad”
Mirado en perspectiva, el surrealismo recoge un espíritu epocal y lo transforma, casi como una reacción contra el dadaísmo, en una doctrina y un método. En este sentido, la herencia surrealista alcanza como un patrimonio común a todos los planos expresivos del arte hasta nuestros días. Muchos de los preceptos planteados por Jarry, así como las agudas intuiciones de Apollinaire y Vaché, para no mencionar la iconoclastia y la rebeldía de los dadaístas, se encontrarán incorporados como parte constitutiva de la nueva doctrina que los va a enriquecer otorgándoles un marco conceptual de referencia en el psicoanálisis.
Si bien la palabra surrealismo se asocia de inmediato a la estética, debemos aclarar que se trata de una visión que, en rigor, excede con mucho el dominio artístico, en su sentido tradicional. Cuando los surrealistas hablan de poesía, se refieren a una cierta actividad del espíritu, esto permite que sea posible un poeta que no haya escrito jamás un verso. En un panfleto de 1925 se lee: “Nada tenemos que ver con la literatura.... El surrealismo no es un medio de expresión nuevo o más fácil, ni tampoco una metafísica de la poesía. Es un medio de liberación total del espíritu y de todo lo que se le parece” Las metas de la actividad surrealista pueden entenderse en dos sentidos que coexisten en Breton; por una parte se aspira a la redención social del hombre, pero al mismo tiempo, a su liberación moral. Transformar el mundo, según el imperativo revolucionario marxista; pero Changer la vie como reclamó Rimbaud; he ahí la verdadera mot d’ordre surrealista. Pocas veces el espíritu humano ha alcanzado tales cumbres en su reclamo de libertad total y plena. Por ello Walter Benjamin llega a decir: “Pero la verdadera superación creadora de la iluminación religiosa no está, desde luego, en los estupefacientes. Está en una iluminación profana de inspiración materialista, antropológica, de la que el haschisch, el opio u otra droga no son más que escuela primaria”
Para realizar tan portentosa tarea, Breton propone un método, la exploración sistemática del inconciente. La liberación que se busca está en reconciliar al hombre diurno con aquel que habita en los sueños. Es en el sueño donde está l’inconnu, le merveilleux; más allá de la lógica y la razón. Es evidente que Breton aplica en el surrealismo muchos de los conocimientos desarrollados por el psicoanálisis de Sigmund Freud en las primeras décadas del siglo XX.
No cabe duda que Breton y el surrealismo constituyen una de las claves para comprender el carácter de la revuelta del 68. Se trató, qué duda cabe, de una generación lúcida, cuyo reclamo excedía todas las posibilidades de un mundo marcado por la racionalidad moderna. En este sentido, esta generación de jóvenes franceses comparte con toda la contracultura psicodélica un vocación antimoderna de filiación anarquista en que, como sostuvo Bakunin, la pasión de la destrucción es al mismo tiempo una alegría creadora.
“¡Viva la Comuna¡”
Paris fue la capital donde se escribió la prehistoria moderna durante el siglo XIX. Sin embargo, se suele olvidar que Paris fue también el lugar donde el espacio urbano escenificó la confrontación social. Bastará recordar esa otra calendariedad para advertir que Paris fue a su modo la “capital revolucionaria” del siglo XIX: Insurrección y combates de barricadas de 1830 – 1848; la Haussmanisación de Paris como embellecimiento estratégico (1860 – 1870) y, desde luego, La Comuna en 1871.
Si los historiadores reconocen un nexo entre la Revolución Francesa de 1789 y La Comuna de 1871, lo mismo habría que hacer entre La Comuna de 1871 y Mayo de 1968. En ambos momentos históricos, la inspiración anarquista se ha hecho explícita. La polémica figura de Proudhon, entre otras, atraviesa ambos sucesos. Recordemos que la conocida obra de Marx, “La miseria de la filosofía” no fue sino una respuesta dialéctica a las tesis proudhonianas. De hecho Marx, afirmó que Proudhon no comprendió nunca la “dialéctica científica” y, por lo tanto, no pudo ir nunca más allá de la “sofística”.
Las revueltas de mayo de 1968 reclaman su parentesco con La Comuna, los jóvenes estudiantes se sienten herederos de aquella tradición proudhoniana no marxista, aunque antiburguesa. Su oposición al marxismo ya institucionalizado a nivel mundial va a recrear las barricadas en las calles de Paris, convirtiendo los adoquines en proyectiles y las palabras en dardos. Los áulicos espacios de la Sorbonne y las calles aledañas volvieron a ser el espacio de una confrontación radical, convirtiendo a Paris, una vez más y por un instante en la historia, en la capital revolucionaria del mundo.
Ni sofística ni dialéctica: la revuelta y el graffiti se instituyeron más bien en la violencia extática y lúdica. El graffiti es, de algún modo, registro y memoria del deseo exaltado, más próximo al gesto dadaísta que a cualquier método científico, instante mas nunca plan quinquenal. El graffiti es pasión cristalizada y en tanto tal perecedera. No obstante, es también la única forma posible de registrar el éxtasis de la libertad suma y plena. Por esto, al volver sobre los graffitis de aquel tiempo nos conmueve su convulsiva belleza.
“¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación!”
Durante los años sesenta, aquello que Adorno llamó la “industria cultural” alcanzaba su apogeo con el auge de las cadenas televisivas, la irrupción del color, el videotape y la transmisión por satélite. Fue la era de los transistores y la aparición de una industria japonesa, cada vez más sofisticada y competitiva, en el mercado mundial.
Así, cine, radio, prensa y televisión configuraron una época de las comunicaciones que venía gestándose desde los albores del siglo XX. Podríamos afirmar que el siglo pasado vio nacer sociedades “mediáticas”, aunque no todavía “mediatizadas” plenamente por la hiperindustria cultural digitalizada y en red como en el siglo XXI.
Cuando los estudiantes de mayo 1968 se oponen a la “telecomunicación” lo hacen en un paisaje “broadcast”, esto es, en una configuración socio-comunicacional monopólica. En efecto, lejos de la actual “personalización” de los “usuarios” y de sus gustos al estilo “podcast”, lo normal en los sesenta era la difusión de mensajes dirigidos por grandes cadenas estatales o entidades periodísticas que monopolizaban la palabra. Las opciones reales de personalizar los gustos eran muy restringidas, el disco de vinilo y el espectro local de radioemisoras o estaciones de televisión. Es interesante hacer notar que detrás del grito libertario de los estudiantes franceses late la noción de individuo.
Podríamos aventurar que al oponer “comunicación” a “telecomunicación”, se reclama un espacio íntimo y personal que ha sido arrebatado por instancias de poder. La vieja oposición “Individuo” versus “Estado” no está lejos del imaginario que animó la insurrección de mayo. Ciertamente, los jóvenes en sus barricadas no tenían en mente la posibilidad tecnológica de satisfacer la demanda individualista bajo la forma de una sociedad de consumo, se trataba más bien del imaginario libertario, la restitución de un sujeto pleno o, como solía decirse en aquella época, “no alienado”.
Aunque el grito de los sesenta aparece como algo ingénuo y empalagoso frente a la mirada cínica y performativa de los tiempos hipermodernos, no es menos cierto que el ámbito comunicacional con su modalidad “broadcast” significó un momento de control social intenso y explícito que lindaba con la manipulación y que explica en gran medida el malestar cultural y la resistencia que generó entre la juventud.
En términos globales, todas las sociedades burguesas, tanto como los socialismos reales, hicieron de las comunicaciones un ámbito estratégico de la “Guerra Fría”: desde el Pravda al New York Times, desde El Mercurio al Granma. Al convertir las comunicaciones en un dispositivo bélico y de estricto control social, emerge un paisaje que hoy no dudaríamos en calificar de malsano y totalitario.
Pues bien, es ante ese escenario que los jóvenes de La Sorbonne o Nanterre se levantan para pedir la restitución de la “comunicación”, precisamente la negación de ese oprobiosa realidad.
“Mis deseos son la realidad”
Como resulta evidente, el reclamo de un espacio para el individuo se opone a la noción de “clase” que proclamaba el marxismo militante. De allí que el gesto de Marx hacia Proudhon se volviera a reeditar, los estudiantes no podían ser sino una caterva de “pequeños burgueses”, término que en la época era la peor descalificación que pudiera sufrir un revolucionario.
A lo anterior se agrega una fuerte dosis de subjetividad en el reclamo de los estudiantes. Conceptos claves del momento fueron “deseo” e “imaginación”, ambos muy reñidos con el diccionario marxista al uso. Es cierto que Breton había legitimado tales palabras en el ámbito poético, pero no olvidemos que finalmente el vate del surrealismo había derivado a claras posiciones antiestalinistas e incluso trotskistas.
El deseo en el imaginario de la revuelta, es puesto como vocación de cambio, como herramienta emancipatoria ya no sólo social y política sino moral. El deseo es la herramienta que denuncia y se opone al capital. No obstante, la sociedad capitalista de Europa Occidental ya había iniciado su camino por un sendero que replicaba el diseño socio-cultural norteamericano. Junto a Japón y tras la derrota del nazismo, Europa comienza a construir “sociedades de consumo”, el mismo modelo que seguirán más tarde países tan diversos como Corea del Sur, Chile o Singapur.
Las sociedades de consumo constituyen la forma en que el capital administra el deseo, o dicho de otro modo, es la forma contemporánea en que una forma de relación económica se trasviste en “capitalismo libidinal”. Es interesante acotar que las actuales estrategias de “marketing” asimilan los estilemas de los graffiti y de las vanguardias, aunque invirtiendo su sentido. Ya no se trata de desautomatizar la percepción como apertura hacia la emancipación, muy por el contrario, se trata de proponer dichos estilemas para domesticar a las masas en el consumo suntuario.
Una de las paradojas de mayo de 1968 es que, quizás, haya sido la última oportunidad en que palabras como “deseo”, “imaginación”, e incluso “libertad” todavía poseían algún sentido. En la actualidad, en tiempos hipermodernos, dichos términos constituyen el vocabulario básico de cualquier publicista y están diseminados en camisetas, spots publicitarios o en algún “gag” de MTV.
A pesar del tiempo transcurrido, aquellos graffitis han sobrevivido. Ya no se nos ofrecen como “fórmulas de sentido” político o moral, sino más bien como “efectos estéticos”. El mundo se ha convertido, como lo presintió el fascismo en una “gran clase media” sumida en el narcisismo de masas. En la hora de los rinocerontes, desaparece la noción de “clase” y con ella toda forma de conflicto social al estilo del siglo XX.
“La vida está en otra parte”
El mayo francés, resulta ser un momento emblemático de la llamada sensibilidad contracultural de los sesenta: la psicodelia. Esta contracultura tuvo su epicentro en diversas universidades del mundo y representó, en alguna medida, la masificación de los hallazgos de las vanguardias. Al igual que Breton y el grupo surrealista, los jóvenes estudiantes del 68 hacen suyas las palabras de Marx y Rimbaud, “Transformar el mundo y Cambiar la vida”, dos enunciados que la historia había desmentido hasta ese instante. Las revoluciones marxistas ortodoxas, con su tinte burocrático y estalinista eran, desde una perspectiva surrealista, prosaicas “crisis ministeriales” frente a los cambios que se reclamaban. Por su parte, las sociedades burguesas sumidas en la “Guerra Fría” habían disuelto el potencial libidinal de sus sociedades en la impostura del consumo.
El mayo francés fue a su modo una cumbre espiritual, un reclamo radical y sin concesiones por el derecho a la felicidad aquí y ahora. Comparable en su vehemencia y desesperación a ciertos paisajes propuestos por el existencialismo, el anarquismo del siglo XIX y las vanguardias estéticas tras el ocaso de la belle époque. Un grito conmovedor que todavía nos convoca, un grito silencioso que deambula con aquellos soixante-huitards, misfits (inadaptados) que como nuevos y anónimos flanneurs recorren hoy la ciudad. Sobrevivientes de otro tiempo, portadores de una oscura verdad que hace más de un siglo ya proclamó la poesía: La vida está en otra parte.
viernes, 4 de abril de 2008
LOS MODELOS COMUNICACIONALES EN LA ERA DIGITAL
1.-Los modelos comunicacionales
Una de las paradojas teóricas de nuestro tiempo, radica en el hecho de que junto a las grandes mutaciones tecnocientíficas que redefinen el fenómeno de la comunicación, los modelos que pretenden explicarlo son de inspiración logocéntrico y literaria. Este déficit teórico ha sido advertido por autores como Jameson[1], por ejemplo. Es claro que este desajuste es un peso a la hora de pensar lo comunicacional, pues como muy bien nos lo recuerda Vilches: “El nuevo orden social y cultural que ha comenzado a instalarse en el siglo XXI obligará a revisar las teorías de la recepción y de la mediación que ponen el acento en conceptos como identidad cultural, resistencia de los espectadores, hibridación cultural, etc. La nueva realidad de migraciones de las empresas de telecomunicaciones hacen cada vez más difícil sostener los discursos de integración de las audiencias con su realidad nacional y cultural”[2]
El fenómeno comunicacional ya no resulta aprehensible desde los modelos al uso, pues éstos, como todo constructo teórico es un producto histórico. De hecho, la noción misma de “modelo”[3]es histórica en cuanto ha sido definida en diversos momentos del desarrollo epistemológico de las ciencias sociales. Hoy se entiende por modelo, toda estructura funcionalmente semejante e isomorfa respecto del fenómeno estudiado: habría que decir entonces que los modelos actuales ya no son funcionalmente semejantes ni isomorfos respecto del fenómeno comunicacional tal como se verifica hoy.
De un modo u otro, hoy se anuncia el advenimiento de una nueva civilización cuyas vigas maestras no son sino la comunicación y el consumo.[4] Lo comunicacional emerge así como uno de los ejes en cualquier consideración en torno a la sociedad y la cultura, lo que se ha traducido en las ciencias humanas en el llamado “giro lingüístico”. Así, la lingüística se convirtió en ciencia pionera de la antropología primero y de todas las ciencias sociales, más tarde[5]. Sin embargo, tal preeminencia de lo comunicacional ha sido, en rigor, una preeminencia logocéntrica. Este diagnóstico se hace evidente en la tradición francesa, donde se verifica una estrecha relación de los aportes estructuralistas y la lingüística de Ferdinand de Saussure. Lo mismo, empero, puede detectarse en los desarrollos de Austin[6] en la llamada filosofía del lenguaje, y los aportes ulteriores, pone de manifiesto su raigambre pragmática lingüística en la taxonomía de los speech acts[7] La langue y la parole han sido las categorías fundamentales de cualquier reflexión en torno a la comunicación humana.
Tomaremos como modelos de referencia dos aportes teórico comunicacionales relativamente recientes, a saber: el llamado modelo lingüístico de Roman Jakobson[8] y la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermas.[9] Ambos modelos señalan lo que a nuestro entender han sido los vectores para pensar la comunicación: Los modelos psicogenéticos y las teorías comunicativas sociogenéticas.
Nuestra hipótesis de trabajo se instala en un nuevo vector para pensar el fenómeno comunicacional: una teoría comunicacional en red de índole tecnogenética. Con ello queremos subrayar el papel constitutivo de la tekhné en la fenomenología comunicacional. Sostenemos que la actual convergencia tecnocientífica, tanto logística como de transmisión, ha transformado no sólo los códigos y lenguajes de la comunicación sino el fenómeno mismo de la comunicación, en su dimensión psíquica y social.
Se impone una advertencia: no nos anima ninguna tentación “mediológica”[10], ni mucho menos un paradigma sistémico performativo. Desde un punto de vista teórico, nuestro horizonte es menos ambicioso, queremos describir el papel cada vez más preponderante de las tecnologías en el ámbito comunicacional, al punto de transformar las dimensiones propiamente psicogenéticas del fenómeno así como las prácticas e interacciones sociales asociadas a él.
2.- Comunicación y memoria: el usuario
En el modelo comunicacional de Jakobson, la noción de “memoria” aparece de modo tácito asociado al código lingüístico[11] Se trata, por cierto de una memoria inmanente al hablante, es decir, al psiquismo humano. Tanto es así que la “langue” se define en la lingüística descriptiva como de naturaleza psíquica, mientras que el habla se entiende como de naturaleza psicofísica. La memoria a la que remite Jakobson es, en última instancia, una memoria psíquica.
Hagamos notar que la oposición entre “paradigma” y “sintagma” remite a una concepción mecánica en cuanto un “archivo” o “kardex” clasificatorio permitiría la selección y elaboración de secuencias lineales o cadenas que se despliegan temporalmente. Ha sido esta concepción la que de un modo u otro ha inspirado los desarrollos posteriores en las nuevas teorías o gramáticas textuales hasta el presente. Si bien constituyó un invaluable punto de partida, en la actualidad resulta más que problemático pensar los “hipermedios” desde esta matriz.
En el modelo comunicacional de Habermas, hay por lo menos tres condiciones de posibilidad para la comunicación, estas son: el lebenswelt o mundo de la vida, la cultura toda y el lenguaje. De algún modo, se extiende la noción básica de código, ya no basta el saber de diccionario, es decir el conjunto de competencias lingüísticas sino que es imprescindible considerar el saber enciclopédico, esto es, las competencias histórico culturales que hacen posible la interacción. El portador de este saber es, desde luego, un “actor social” capaz de ejecutar actos comunicativos. Este actor social es pues el portador de una memoria lingüística y cultural, una memoria psíquica que se expresa socialmente mediante un tramado de acciones comunicativas cuyo fundamento se encuentra en el habla. La memoria psíquica se actualiza como habla, es decir como realidad psicofísica que redunda en actos de habla. Estos actos bien pueden ser de carácter dramatúrgico, normativo o conversacional, según sea el nivel de referencialidad al que remitan. Así, las acciones dramatúrgicas remiten al mundo subjetivo, las acciones normativas al mundo social y las conversaciones al mundo objetivo.
La memoria en el modelo comunicacional de Habermas posee dos dimensiones: por una parte, es memoria psíquica inmanente al lenguaje y por otra, es cultura, es decir “registro”: psíquica y social al mismo tiempo. La comunicación en este modelo se concibe como un juego constante de actos de habla. Así entonces, lo social queda definido como todo acto mediado por el lenguaje. El lenguaje, a su vez, es memoria psíquica y condición de cualquier forma de memoria social.
Sea que concibamos al “emisor” como origen y fuente de carácter humano o como “actor” en un tramado de juegos de lenguaje, la memoria aparece como una facultad humana inmanente al psiquismo. Tal concepción aparece problemática a la hora de pensar la comunicación en red.
Lo primero que llama la atención es la mutación que sufre el supuesto sujeto de la comunicación que ha devenido, hoy por hoy, “usuario”. Esta noción sólo es concebible como una función de sistema red, es decir, parte constitutiva de una red de flujos interactivos y multidireccionales.[12] Usuario quiere decir “ser parte activa de” la red, sea como emisor, sea como receptor, sea como actor o como mero espectador. Como nuevos Ulises del siglo XXI, los “internautas” navegan por este océano virtual, siendo red, un modo oblicuo de decir: siendo, “nadie”.
Cualquier modelo comunicacional en red debe hacerse cargo del usuario-nodo, portador no sólo de una memoria psíquica y social sino que de una tecno – memoria propia de su entorno. Esta nueva mnemotecnología existe hace más de medio siglo y se llama, en concreto, disco duro y ha modificado radicalmente la logística de las comunicaciones, es decir su capacidad de almacenamiento, mediante los así llamados ”sistemas retencionales terciarios”. Cada disco de una PC es el reservorio tecnológico de una memoria potencial extendida al conjunto de usuarios a nivel planetario. Es evidente que no todas las memorias son de libre acceso, no obstante, el conjunto de datos almacenados en cada disco es, en rigor, una memoria red que puede actualizarse en algún momento. Existe, no obstante, una red especializada en la función logística, son aquellos nodos que ofrecen diversas Bases de Datos, sea bajo la forma de bibliotecas virtuales u otras.
El usuario, en cuanto dispositivo funcional del sistema red no sólo lo es en cuanto nodo interactivo en una red de telecomunicaciones sino también en cuanto reserva de datos. Esta realidad se ha tornado más evidente con la irrupción de los llamados blogs. Así, la noción de usuario es el eje de cualquier examen informático o telecomunicacional
La “memoria local” (A’), contenida en un equipo-usuario (A) resulta ser un sistema retencional terciario de dos dimensiones: un código base (código binario) y un repertorio de lenguajes que incluye escritura alfanumérica, imágenes fijas, imágenes en movimiento y sonido. Las posibilidades de lenguaje están condicionadas por la “inteligencia” del equipo, mientras que las posibilidades de comunicación están condicionadas por la calidad de la conexión a la red de telecomunicaciones. Hagamos notar que si bien la “inteligencia” del equipo es propia del PC, ésta es patrimonio de la red en cuanto ella hace posible los “lenguajes de equivalencia”, es decir la transmisibilidad (emisión/recepción) y traducibilidad de los mensajes. En pocas palabras, la “memoria local” no es sino una manifestación de la memoria red, desde todo punto de vista ésta ha sido concebida como un “caso” de la memoria red. Por ello, un Modelo Comunicacional en Red, sólo es concebible como una totalidad multipolar de nodos integrados entre los cuales se verifican los flujos mensaje, como paquetes de información, según los códigos y lenguajes patrimonio de la red.
3.- Referencialidad: contextos y transcontextos
En el modelo lingüístico de Jakobson, se entiende el contexto comunicacional como el asunto, tema del que trata un mensaje dado[13]. Se asocia a la función referencial en cuanto uso denotativo y cognitivo del lenguaje. Todo mensaje porta, por tanto su referencia. El referente es el objeto extralingüístico que se quiere designar. Es claro que la asociación entre significado y referencia es bastante opaca, al punto de que algunos autores redefinen la referencia como un “contenido cultural”.[14]
El modelo de la acción comunicativa, discrimina con mayor sutileza los diversos niveles de referencia posibles. En este punto el modelo apela a las tesis de Kart Popper y Jarvie, proponiendo tres mundos de referencia: el mundo subjetivo, el mundo social y el mundo objetivo. De manera tal que los distintos actos de habla van a actualizar, estatuyendo su validez. Por ejemplo, los “actos de habla representativos”, aquellos susceptibles de ser verdaderos o falsos, adquieren legitimidad en el mundo objetivo, estatuyendo su pretensión de validez en la “verdad”, es decir en la conformidad o disconformidad de un enunciado respecto a la referencia.
Las nuevas condiciones creadas por un nuevo sistema mnemotécnico en red ponen en cuestión la noción misma de referencialidad. Basta pensar en entidades virtuales metafísicamente substantivadas, sea que los llamemos simulacros o realidades virtuales[15] En el contexto histórico y cultural de la hiperreproducibilidad digital y, por ende, de una hiperindustrialización de la cultura, la videomorfización ha hecho posible la irrupción de imágenes anopticas y arreferenciales que, no obstante, constituyen contenidos culturales hipermasivos. La noción de referencialidad o contexto es desplazada por la noción de “transcontextos virtuales”, esto es: constructos digitales que operan como dispositivos en el espacio comunicacional. Al igual que el arte de las vanguardias, la virtualidad emancipa al signo del lastre referencial, sin embargo, tal emancipación no constituye la abolición de los contenidos culturales.
La cultura en red que adviene con el presente siglo ya no establece una relación entre una serie sígnica y una serie fáctica admitida como real. Estaríamos más bien ante una serie sígnica relativamente autónoma respecto de cualquier realidad. Los transcontextos virtuales se instalan más allá del devenir, entendido como calendariedad y cardinalidad: estamos ante un espacio ahistórico y desterritorializado. El actual estadio de nuestro desarrollo cultural escinde la serie sígnica, es decir el universo de los discursos, de la serie fáctica, entendida como devenir.
La desestabilización de los sistemas retencionales tiene como consecuencia una mutación en nuestra relación con los signos, una alteración de nuestra concepción básica del espacio y del tiempo y una crisis profunda de nuestra noción de representación. En suma, asistimos a la más radical revolución de nuestro régimen de significación, tanto en su dimensión económico-cultural como en los modos de significación.[16]
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Este fenómeno tiene impensadas consecuencias en el mundo contemporáneo. Pensemos, por ejemplo, en los verosímiles hipermediáticos que construyen héroes y villanos alrededor del mundo, justificando o condenando guerras por doquier. Pareciera que habitamos, ineluctablemente, realidades transcontextuales, sin poder inteligir jamás contextos. Esta desrealización de lo real opera a diferentes niveles y escalas, desde la intimidad de la vida cotidiana, programada por la publicidad, hasta nuestros comportamientos y concepciones frente a fenómenos planetarios, programado por una hiperindustria cultural. Esta suerte de neocolonialismo mediático representa una regresión política y moral de la humanidad, cuyo amenazante horizonte no podría ser sino la desestabilización de lo que hemos llamado cultura, acaso la antesala a la barbarie.
4.- Complejidad, convergencia e interdisciplinariedad
Al considerar el protagonismo de las comunicaciones, tanto en el campo teórico de las ciencias sociales como en el decurso histórico de la llamada “sociedad de la información”, tanto mayor parece el desafío por revisar algunos modelos y conceptos cristalizados por la tradición académica hasta hoy.
Los modelos vigentes hoy en los estudios comunicacionales muestran sus deficiencias al ser contrastados con una serie de fenómenos inéditos que irrumpen gracias a un acelerado sistema mnemotecnológico de base tecnocientífica inherente al tardocapitalismo mundializado.
En la era de una hiperindustrialización de la cultura, en que la hiperreproducibilidad digital se ha tornado en una práctica social generalizada, los fenómenos comunicacionales adquieren un nivel de complejidad y alcance inimaginable hace algunas décadas.
Las nociones básicas como “usuario” o “hipermedia”, son apenas los primeros términos de un léxico que se incorpora día a día al uso cotidiano. La cuestión central es, pues, hacer de dicha terminología un reticulado categorial que nos permita pensar el fenómeno comunicacional en el presente siglo.
Durante el siglo XX, algunos pensadores heterodoxos ya abrieron caminos. En efecto, se ha producido una aproximación entre ciertos estudios teóricos del signo y los creadores de la tecnología digital. Como muy certeramente nos advierte Landow: “Cuando los diseñadores de programas informáticos examinan las páginas de Glas o de Of Grammatology (De la gramatología), se encuentran con un Derrida digitalizado e hipertextual; y, cuando los teóricos literarios hojean Literary Machines, se encuentran con un Nelson posestructuralista o desconstruccionista. Estos encuentros chocantes pueden darse porque durante las últimas décadas han ido convergiendo dos campos del saber, aparentemente sin conexión alguna: la teoría de la literatura y el hipertexto informático. Las declaraciones de los teóricos en literatura y del hipertexto han ido convergiendo en un grado notable. Trabajando a menudo, aunque no siempre, en completo desconocimiento unos de otros, los pensadores de ambos campos nos dan indicaciones que nos guían, en medio de los importantes cambios que están ocurriendo, hasta el episteme contemporáneo. Me atrevería a decir que se está produciendo un cambio de paradigma en los escritos de Jacques Derrida y de Theodor Nelson, y los de Roland Barthes y de Andries van Dam. Supongo que al menos un nombre de cada pareja le resultará desconocido al lector. Los que trabajan en el campo de los ordenadores conocerán bien las ideas de Nelson y de van Dam; y los que se dedican a la teoría cultural estarán familiarizados con las ideas de Derrida y de Barthes Los cuatro, como otros muchos especialistas en hipertexto y teoría cultural, postulan que deben abandonarse los actuales sistemas conceptuales basados en nociones como centro, margen, jerarquía y linealidad y sustituirlos por otras de multilinealidad, nodos, nexos y redes”[17]
La convergencia entre los enfoques psicogenéticos, sociogenéticos y tecnogenéticos da cuenta del papel constitutivo de la tekhné, ya no como una mera reificación sino como sustrato de la conciencia contemporánea. De este modo, el espacio fenoménico de la comunicación se abre a la complejidad antropológica que trae consigo la era digital.
Los nuevos horizontes de comprensión de lo comunicacional no sólo se abren a la multiplicidad de culturas sino a las inteligencias no humanas. Estos horizontes plantean nuevas exigencias a la imaginación teórica, acaso una nueva episteme. Las teorías y modelos comunicacionales en la era digital no podrían ser sino teorías y modelos convergentes e interdisciplinarios, otra manera de nombrar la complejidad.
[1]En el momento histórico en que se produce la irrupción de lo mediático, es justamente el momento en que lo literario, el logocentrismo, se convierte en el paradigma teórico e ideológico dominante en los estudios socio – comunicacionales. Enfrentamos, pues, un déficit teórico – conceptual para dar cuenta de esta nueva cultura que emerge. En este contexto, adquieren inusitada relevancia las categorías, todavía precarias y generales, como por ejemplo: videósfera, flujos, virtualización entre muchas otras, que desde su opacidad remiten a un proceso de construcción metalingüística que recién comienza.
Cuadra, A. De la ciudad letrada a la ciudad virtual. Santiago. LOM. 2004: 76
Véase, F. Jameson. “El surrealismo si inconsciente”. Teoría de la postmodernidad. Madrid. Ed. Trotta. 1996: p.97 y ss.
[2] Vilches, L. La migración digital. Barcelona. Gedisa. 2001: 29
[3] Tanto la noción de modelo que propone Julia Kristeva como tarea a realizar por la semiótica, como la de simulacro de la que habla Roland Barthes, nos lleva a plantearnos esta ciencia desde el punto de vista de su formalización. Según estos semiólogos, esta nueva ciencia se encargaría de elaborar constructos, sistemas formales cuya estructura mantendría un isomorfismo con el sistema que se está estudiando. Este simulacro o modelo representaría un nivel de axiomatización de los diversos sistemas significativos. Así, el nivel de formalización sería un nivel semiótico. Dos advertencias: en primer lugar, se trata de una definición estructuralista, una de las posibles, no la única. En segundo lugar, el concepto mismo de modelos escinde la realidad y su representación; podríamos resumir este punto de vista con el aforismo: el mapa nunca es el territorio. Todo modelo es una representación de fenómenos. Para una discusión más amplia del concepto de “modelo” en semiología, véase especialmente:
D. Apresián. 1975La lingüística estructural soviética. Akal, Madrid
Kristeva, Julia. 1985. Semiótica (tomo I), Ed. Fundamentos, Madrid.
Eco, Umberto. 1981. Tratado de semiótica general. Ed. Lumen, Barcelona.
Barthes, Roland. 1971. Elementos de semiología. A. Corazón, Madrid.
[4] Vattimo, G. Postmoderno: ¿una sociedad transparente?. La sociedad transparente Barcelona. Paidós. 1990
[5] Para un análisis muy interesante de la relación entre ciencias sociales y la importancia de la lingüística como ciencia pionera, véase a Claude Lévi-Strauss. 1958. Langage et parenté en Anthropologie Structurale, Ed. Plon, Paris.
[6] Las ideas de J. Austin aparecen expuestas en el libro póstumo, compilado en 1962 por J.O. Urmson. How to Do Things with Words. O.U.P., Oxford. Hay una excelente traducción al español de Carrió y Rabossi. 1971. Palabras y Acciones. Cómo hacer cosas con palabras. Paidos Editorial, Buenos Aires.
[7] Searle, John. 1969. Speech Acts. An Essay in the Philosophy of Language. C.U.P., New York
[8] Jakobson, Roman. 1975. Ensayos de Lingüística General. Seix Barral, Barcelona.
[9] Habermas, Jürgen. 1989. Teoría de la Acción Comunicativa. Ed. Taurus, Buenos Aires. Para los efectos de nuestra exposición utilizamos fundamentalmente los interludios I y II. Interludio Primero: acción social actividad teleológica y comunicación, Tomo I, pp. 351-419. Interludio Segundo: sistema y mundo de la vida, Tomo II, pp. 161-261.
[10] Hacemos referencia, desde luego, a la “mediología”, expuesta en la conocida obra:
Debray, Régis. Introducción a la mediología. Barcelona. Paidós. 2001
[11] De hecho. Para Ferdinand de Saussure, la lengua funcionaría sobre dos ejes: Un eje de selección y un eje de combinación. El eje de selección pone a disposición del hablante un repertorio de unidades combinables; por esto también se le llama reserva, memoria o paradigma. El paradigma es una memoria asociativa en que se articulan oposiciones de modo contrastivo. Se trata, ciertamente, de relacione in absentia. Un hablante elige los términos que utiliza contrastando unos con otros; así, construye un sintagma. El sintagma es la combinación concreta de signos; es la actualización que establezca relaciones de contigüidad in praesentia.
[12] Pensarnos una “función del sistema” como la extensión de la noción de hiperindustrialización de la cultura a todos y cada uno de los individuos-nodos que la alimentamos cotidianamente en cuanto modo de vida, consumo y deseo, en suma, como modo de ser.
[13] El lingüista estadounidense Dell Hymes, ha introducido una modificación al modelo de Jakobson. El punto de Hymes es que la noción de contexto se refiere tanto al tema o asunto tratado por un mensaje como a la situación o circunstancia concreta en que se da el mensaje. Así, Hymes propone una séptima función del lenguaje que él llama función situacional, y que se refiere al cuándo y dónde se efectúa la comunicación. El mismo Hymes sugiere una serie de preguntas para esclarecer un proceso de comunicación. De esta manera, el modelo de Jakobson se torna mucho más operacional.
[14] Estamos pensando, ciertamente, en Eco cuando señala: “Por tanto, si bien el referente puede ser el objeto nombrado o designado por una expresión, cuando se usa el lenguaje para mencionar estados del mundo, hay que suponer, por otra parte, que en principio, una expresión no designa un objeto, sino que transmite un CONTENIDO CULTURAL”
Eco, Umberto. Tratado de semiótica general. Barcelona.1977: 121
[15] Jean Baudrillard. Cultura y simulacro. Barcelona. Editorial Kairós, 2001 (6ºEdición).
[16] Para una discusión más detallada de este punto, véase:
Cuadra, A. Hiperindusria Cultura.. Santiago. Arcis. 2007 (en imprenta)
Versión resumida e-book: www.labrechadigital.org
[17] Landow, G. Hipertexto. Buenos Aires. Paidós. 1995: 13-49.
Una de las paradojas teóricas de nuestro tiempo, radica en el hecho de que junto a las grandes mutaciones tecnocientíficas que redefinen el fenómeno de la comunicación, los modelos que pretenden explicarlo son de inspiración logocéntrico y literaria. Este déficit teórico ha sido advertido por autores como Jameson[1], por ejemplo. Es claro que este desajuste es un peso a la hora de pensar lo comunicacional, pues como muy bien nos lo recuerda Vilches: “El nuevo orden social y cultural que ha comenzado a instalarse en el siglo XXI obligará a revisar las teorías de la recepción y de la mediación que ponen el acento en conceptos como identidad cultural, resistencia de los espectadores, hibridación cultural, etc. La nueva realidad de migraciones de las empresas de telecomunicaciones hacen cada vez más difícil sostener los discursos de integración de las audiencias con su realidad nacional y cultural”[2]
El fenómeno comunicacional ya no resulta aprehensible desde los modelos al uso, pues éstos, como todo constructo teórico es un producto histórico. De hecho, la noción misma de “modelo”[3]es histórica en cuanto ha sido definida en diversos momentos del desarrollo epistemológico de las ciencias sociales. Hoy se entiende por modelo, toda estructura funcionalmente semejante e isomorfa respecto del fenómeno estudiado: habría que decir entonces que los modelos actuales ya no son funcionalmente semejantes ni isomorfos respecto del fenómeno comunicacional tal como se verifica hoy.
De un modo u otro, hoy se anuncia el advenimiento de una nueva civilización cuyas vigas maestras no son sino la comunicación y el consumo.[4] Lo comunicacional emerge así como uno de los ejes en cualquier consideración en torno a la sociedad y la cultura, lo que se ha traducido en las ciencias humanas en el llamado “giro lingüístico”. Así, la lingüística se convirtió en ciencia pionera de la antropología primero y de todas las ciencias sociales, más tarde[5]. Sin embargo, tal preeminencia de lo comunicacional ha sido, en rigor, una preeminencia logocéntrica. Este diagnóstico se hace evidente en la tradición francesa, donde se verifica una estrecha relación de los aportes estructuralistas y la lingüística de Ferdinand de Saussure. Lo mismo, empero, puede detectarse en los desarrollos de Austin[6] en la llamada filosofía del lenguaje, y los aportes ulteriores, pone de manifiesto su raigambre pragmática lingüística en la taxonomía de los speech acts[7] La langue y la parole han sido las categorías fundamentales de cualquier reflexión en torno a la comunicación humana.
Tomaremos como modelos de referencia dos aportes teórico comunicacionales relativamente recientes, a saber: el llamado modelo lingüístico de Roman Jakobson[8] y la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermas.[9] Ambos modelos señalan lo que a nuestro entender han sido los vectores para pensar la comunicación: Los modelos psicogenéticos y las teorías comunicativas sociogenéticas.
Nuestra hipótesis de trabajo se instala en un nuevo vector para pensar el fenómeno comunicacional: una teoría comunicacional en red de índole tecnogenética. Con ello queremos subrayar el papel constitutivo de la tekhné en la fenomenología comunicacional. Sostenemos que la actual convergencia tecnocientífica, tanto logística como de transmisión, ha transformado no sólo los códigos y lenguajes de la comunicación sino el fenómeno mismo de la comunicación, en su dimensión psíquica y social.
Se impone una advertencia: no nos anima ninguna tentación “mediológica”[10], ni mucho menos un paradigma sistémico performativo. Desde un punto de vista teórico, nuestro horizonte es menos ambicioso, queremos describir el papel cada vez más preponderante de las tecnologías en el ámbito comunicacional, al punto de transformar las dimensiones propiamente psicogenéticas del fenómeno así como las prácticas e interacciones sociales asociadas a él.
2.- Comunicación y memoria: el usuario
En el modelo comunicacional de Jakobson, la noción de “memoria” aparece de modo tácito asociado al código lingüístico[11] Se trata, por cierto de una memoria inmanente al hablante, es decir, al psiquismo humano. Tanto es así que la “langue” se define en la lingüística descriptiva como de naturaleza psíquica, mientras que el habla se entiende como de naturaleza psicofísica. La memoria a la que remite Jakobson es, en última instancia, una memoria psíquica.
Hagamos notar que la oposición entre “paradigma” y “sintagma” remite a una concepción mecánica en cuanto un “archivo” o “kardex” clasificatorio permitiría la selección y elaboración de secuencias lineales o cadenas que se despliegan temporalmente. Ha sido esta concepción la que de un modo u otro ha inspirado los desarrollos posteriores en las nuevas teorías o gramáticas textuales hasta el presente. Si bien constituyó un invaluable punto de partida, en la actualidad resulta más que problemático pensar los “hipermedios” desde esta matriz.
En el modelo comunicacional de Habermas, hay por lo menos tres condiciones de posibilidad para la comunicación, estas son: el lebenswelt o mundo de la vida, la cultura toda y el lenguaje. De algún modo, se extiende la noción básica de código, ya no basta el saber de diccionario, es decir el conjunto de competencias lingüísticas sino que es imprescindible considerar el saber enciclopédico, esto es, las competencias histórico culturales que hacen posible la interacción. El portador de este saber es, desde luego, un “actor social” capaz de ejecutar actos comunicativos. Este actor social es pues el portador de una memoria lingüística y cultural, una memoria psíquica que se expresa socialmente mediante un tramado de acciones comunicativas cuyo fundamento se encuentra en el habla. La memoria psíquica se actualiza como habla, es decir como realidad psicofísica que redunda en actos de habla. Estos actos bien pueden ser de carácter dramatúrgico, normativo o conversacional, según sea el nivel de referencialidad al que remitan. Así, las acciones dramatúrgicas remiten al mundo subjetivo, las acciones normativas al mundo social y las conversaciones al mundo objetivo.
La memoria en el modelo comunicacional de Habermas posee dos dimensiones: por una parte, es memoria psíquica inmanente al lenguaje y por otra, es cultura, es decir “registro”: psíquica y social al mismo tiempo. La comunicación en este modelo se concibe como un juego constante de actos de habla. Así entonces, lo social queda definido como todo acto mediado por el lenguaje. El lenguaje, a su vez, es memoria psíquica y condición de cualquier forma de memoria social.
Sea que concibamos al “emisor” como origen y fuente de carácter humano o como “actor” en un tramado de juegos de lenguaje, la memoria aparece como una facultad humana inmanente al psiquismo. Tal concepción aparece problemática a la hora de pensar la comunicación en red.
Lo primero que llama la atención es la mutación que sufre el supuesto sujeto de la comunicación que ha devenido, hoy por hoy, “usuario”. Esta noción sólo es concebible como una función de sistema red, es decir, parte constitutiva de una red de flujos interactivos y multidireccionales.[12] Usuario quiere decir “ser parte activa de” la red, sea como emisor, sea como receptor, sea como actor o como mero espectador. Como nuevos Ulises del siglo XXI, los “internautas” navegan por este océano virtual, siendo red, un modo oblicuo de decir: siendo, “nadie”.
Cualquier modelo comunicacional en red debe hacerse cargo del usuario-nodo, portador no sólo de una memoria psíquica y social sino que de una tecno – memoria propia de su entorno. Esta nueva mnemotecnología existe hace más de medio siglo y se llama, en concreto, disco duro y ha modificado radicalmente la logística de las comunicaciones, es decir su capacidad de almacenamiento, mediante los así llamados ”sistemas retencionales terciarios”. Cada disco de una PC es el reservorio tecnológico de una memoria potencial extendida al conjunto de usuarios a nivel planetario. Es evidente que no todas las memorias son de libre acceso, no obstante, el conjunto de datos almacenados en cada disco es, en rigor, una memoria red que puede actualizarse en algún momento. Existe, no obstante, una red especializada en la función logística, son aquellos nodos que ofrecen diversas Bases de Datos, sea bajo la forma de bibliotecas virtuales u otras.
El usuario, en cuanto dispositivo funcional del sistema red no sólo lo es en cuanto nodo interactivo en una red de telecomunicaciones sino también en cuanto reserva de datos. Esta realidad se ha tornado más evidente con la irrupción de los llamados blogs. Así, la noción de usuario es el eje de cualquier examen informático o telecomunicacional
La “memoria local” (A’), contenida en un equipo-usuario (A) resulta ser un sistema retencional terciario de dos dimensiones: un código base (código binario) y un repertorio de lenguajes que incluye escritura alfanumérica, imágenes fijas, imágenes en movimiento y sonido. Las posibilidades de lenguaje están condicionadas por la “inteligencia” del equipo, mientras que las posibilidades de comunicación están condicionadas por la calidad de la conexión a la red de telecomunicaciones. Hagamos notar que si bien la “inteligencia” del equipo es propia del PC, ésta es patrimonio de la red en cuanto ella hace posible los “lenguajes de equivalencia”, es decir la transmisibilidad (emisión/recepción) y traducibilidad de los mensajes. En pocas palabras, la “memoria local” no es sino una manifestación de la memoria red, desde todo punto de vista ésta ha sido concebida como un “caso” de la memoria red. Por ello, un Modelo Comunicacional en Red, sólo es concebible como una totalidad multipolar de nodos integrados entre los cuales se verifican los flujos mensaje, como paquetes de información, según los códigos y lenguajes patrimonio de la red.
3.- Referencialidad: contextos y transcontextos
En el modelo lingüístico de Jakobson, se entiende el contexto comunicacional como el asunto, tema del que trata un mensaje dado[13]. Se asocia a la función referencial en cuanto uso denotativo y cognitivo del lenguaje. Todo mensaje porta, por tanto su referencia. El referente es el objeto extralingüístico que se quiere designar. Es claro que la asociación entre significado y referencia es bastante opaca, al punto de que algunos autores redefinen la referencia como un “contenido cultural”.[14]
El modelo de la acción comunicativa, discrimina con mayor sutileza los diversos niveles de referencia posibles. En este punto el modelo apela a las tesis de Kart Popper y Jarvie, proponiendo tres mundos de referencia: el mundo subjetivo, el mundo social y el mundo objetivo. De manera tal que los distintos actos de habla van a actualizar, estatuyendo su validez. Por ejemplo, los “actos de habla representativos”, aquellos susceptibles de ser verdaderos o falsos, adquieren legitimidad en el mundo objetivo, estatuyendo su pretensión de validez en la “verdad”, es decir en la conformidad o disconformidad de un enunciado respecto a la referencia.
Las nuevas condiciones creadas por un nuevo sistema mnemotécnico en red ponen en cuestión la noción misma de referencialidad. Basta pensar en entidades virtuales metafísicamente substantivadas, sea que los llamemos simulacros o realidades virtuales[15] En el contexto histórico y cultural de la hiperreproducibilidad digital y, por ende, de una hiperindustrialización de la cultura, la videomorfización ha hecho posible la irrupción de imágenes anopticas y arreferenciales que, no obstante, constituyen contenidos culturales hipermasivos. La noción de referencialidad o contexto es desplazada por la noción de “transcontextos virtuales”, esto es: constructos digitales que operan como dispositivos en el espacio comunicacional. Al igual que el arte de las vanguardias, la virtualidad emancipa al signo del lastre referencial, sin embargo, tal emancipación no constituye la abolición de los contenidos culturales.
La cultura en red que adviene con el presente siglo ya no establece una relación entre una serie sígnica y una serie fáctica admitida como real. Estaríamos más bien ante una serie sígnica relativamente autónoma respecto de cualquier realidad. Los transcontextos virtuales se instalan más allá del devenir, entendido como calendariedad y cardinalidad: estamos ante un espacio ahistórico y desterritorializado. El actual estadio de nuestro desarrollo cultural escinde la serie sígnica, es decir el universo de los discursos, de la serie fáctica, entendida como devenir.
La desestabilización de los sistemas retencionales tiene como consecuencia una mutación en nuestra relación con los signos, una alteración de nuestra concepción básica del espacio y del tiempo y una crisis profunda de nuestra noción de representación. En suma, asistimos a la más radical revolución de nuestro régimen de significación, tanto en su dimensión económico-cultural como en los modos de significación.[16]
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Este fenómeno tiene impensadas consecuencias en el mundo contemporáneo. Pensemos, por ejemplo, en los verosímiles hipermediáticos que construyen héroes y villanos alrededor del mundo, justificando o condenando guerras por doquier. Pareciera que habitamos, ineluctablemente, realidades transcontextuales, sin poder inteligir jamás contextos. Esta desrealización de lo real opera a diferentes niveles y escalas, desde la intimidad de la vida cotidiana, programada por la publicidad, hasta nuestros comportamientos y concepciones frente a fenómenos planetarios, programado por una hiperindustria cultural. Esta suerte de neocolonialismo mediático representa una regresión política y moral de la humanidad, cuyo amenazante horizonte no podría ser sino la desestabilización de lo que hemos llamado cultura, acaso la antesala a la barbarie.
4.- Complejidad, convergencia e interdisciplinariedad
Al considerar el protagonismo de las comunicaciones, tanto en el campo teórico de las ciencias sociales como en el decurso histórico de la llamada “sociedad de la información”, tanto mayor parece el desafío por revisar algunos modelos y conceptos cristalizados por la tradición académica hasta hoy.
Los modelos vigentes hoy en los estudios comunicacionales muestran sus deficiencias al ser contrastados con una serie de fenómenos inéditos que irrumpen gracias a un acelerado sistema mnemotecnológico de base tecnocientífica inherente al tardocapitalismo mundializado.
En la era de una hiperindustrialización de la cultura, en que la hiperreproducibilidad digital se ha tornado en una práctica social generalizada, los fenómenos comunicacionales adquieren un nivel de complejidad y alcance inimaginable hace algunas décadas.
Las nociones básicas como “usuario” o “hipermedia”, son apenas los primeros términos de un léxico que se incorpora día a día al uso cotidiano. La cuestión central es, pues, hacer de dicha terminología un reticulado categorial que nos permita pensar el fenómeno comunicacional en el presente siglo.
Durante el siglo XX, algunos pensadores heterodoxos ya abrieron caminos. En efecto, se ha producido una aproximación entre ciertos estudios teóricos del signo y los creadores de la tecnología digital. Como muy certeramente nos advierte Landow: “Cuando los diseñadores de programas informáticos examinan las páginas de Glas o de Of Grammatology (De la gramatología), se encuentran con un Derrida digitalizado e hipertextual; y, cuando los teóricos literarios hojean Literary Machines, se encuentran con un Nelson posestructuralista o desconstruccionista. Estos encuentros chocantes pueden darse porque durante las últimas décadas han ido convergiendo dos campos del saber, aparentemente sin conexión alguna: la teoría de la literatura y el hipertexto informático. Las declaraciones de los teóricos en literatura y del hipertexto han ido convergiendo en un grado notable. Trabajando a menudo, aunque no siempre, en completo desconocimiento unos de otros, los pensadores de ambos campos nos dan indicaciones que nos guían, en medio de los importantes cambios que están ocurriendo, hasta el episteme contemporáneo. Me atrevería a decir que se está produciendo un cambio de paradigma en los escritos de Jacques Derrida y de Theodor Nelson, y los de Roland Barthes y de Andries van Dam. Supongo que al menos un nombre de cada pareja le resultará desconocido al lector. Los que trabajan en el campo de los ordenadores conocerán bien las ideas de Nelson y de van Dam; y los que se dedican a la teoría cultural estarán familiarizados con las ideas de Derrida y de Barthes Los cuatro, como otros muchos especialistas en hipertexto y teoría cultural, postulan que deben abandonarse los actuales sistemas conceptuales basados en nociones como centro, margen, jerarquía y linealidad y sustituirlos por otras de multilinealidad, nodos, nexos y redes”[17]
La convergencia entre los enfoques psicogenéticos, sociogenéticos y tecnogenéticos da cuenta del papel constitutivo de la tekhné, ya no como una mera reificación sino como sustrato de la conciencia contemporánea. De este modo, el espacio fenoménico de la comunicación se abre a la complejidad antropológica que trae consigo la era digital.
Los nuevos horizontes de comprensión de lo comunicacional no sólo se abren a la multiplicidad de culturas sino a las inteligencias no humanas. Estos horizontes plantean nuevas exigencias a la imaginación teórica, acaso una nueva episteme. Las teorías y modelos comunicacionales en la era digital no podrían ser sino teorías y modelos convergentes e interdisciplinarios, otra manera de nombrar la complejidad.
[1]En el momento histórico en que se produce la irrupción de lo mediático, es justamente el momento en que lo literario, el logocentrismo, se convierte en el paradigma teórico e ideológico dominante en los estudios socio – comunicacionales. Enfrentamos, pues, un déficit teórico – conceptual para dar cuenta de esta nueva cultura que emerge. En este contexto, adquieren inusitada relevancia las categorías, todavía precarias y generales, como por ejemplo: videósfera, flujos, virtualización entre muchas otras, que desde su opacidad remiten a un proceso de construcción metalingüística que recién comienza.
Cuadra, A. De la ciudad letrada a la ciudad virtual. Santiago. LOM. 2004: 76
Véase, F. Jameson. “El surrealismo si inconsciente”. Teoría de la postmodernidad. Madrid. Ed. Trotta. 1996: p.97 y ss.
[2] Vilches, L. La migración digital. Barcelona. Gedisa. 2001: 29
[3] Tanto la noción de modelo que propone Julia Kristeva como tarea a realizar por la semiótica, como la de simulacro de la que habla Roland Barthes, nos lleva a plantearnos esta ciencia desde el punto de vista de su formalización. Según estos semiólogos, esta nueva ciencia se encargaría de elaborar constructos, sistemas formales cuya estructura mantendría un isomorfismo con el sistema que se está estudiando. Este simulacro o modelo representaría un nivel de axiomatización de los diversos sistemas significativos. Así, el nivel de formalización sería un nivel semiótico. Dos advertencias: en primer lugar, se trata de una definición estructuralista, una de las posibles, no la única. En segundo lugar, el concepto mismo de modelos escinde la realidad y su representación; podríamos resumir este punto de vista con el aforismo: el mapa nunca es el territorio. Todo modelo es una representación de fenómenos. Para una discusión más amplia del concepto de “modelo” en semiología, véase especialmente:
D. Apresián. 1975La lingüística estructural soviética. Akal, Madrid
Kristeva, Julia. 1985. Semiótica (tomo I), Ed. Fundamentos, Madrid.
Eco, Umberto. 1981. Tratado de semiótica general. Ed. Lumen, Barcelona.
Barthes, Roland. 1971. Elementos de semiología. A. Corazón, Madrid.
[4] Vattimo, G. Postmoderno: ¿una sociedad transparente?. La sociedad transparente Barcelona. Paidós. 1990
[5] Para un análisis muy interesante de la relación entre ciencias sociales y la importancia de la lingüística como ciencia pionera, véase a Claude Lévi-Strauss. 1958. Langage et parenté en Anthropologie Structurale, Ed. Plon, Paris.
[6] Las ideas de J. Austin aparecen expuestas en el libro póstumo, compilado en 1962 por J.O. Urmson. How to Do Things with Words. O.U.P., Oxford. Hay una excelente traducción al español de Carrió y Rabossi. 1971. Palabras y Acciones. Cómo hacer cosas con palabras. Paidos Editorial, Buenos Aires.
[7] Searle, John. 1969. Speech Acts. An Essay in the Philosophy of Language. C.U.P., New York
[8] Jakobson, Roman. 1975. Ensayos de Lingüística General. Seix Barral, Barcelona.
[9] Habermas, Jürgen. 1989. Teoría de la Acción Comunicativa. Ed. Taurus, Buenos Aires. Para los efectos de nuestra exposición utilizamos fundamentalmente los interludios I y II. Interludio Primero: acción social actividad teleológica y comunicación, Tomo I, pp. 351-419. Interludio Segundo: sistema y mundo de la vida, Tomo II, pp. 161-261.
[10] Hacemos referencia, desde luego, a la “mediología”, expuesta en la conocida obra:
Debray, Régis. Introducción a la mediología. Barcelona. Paidós. 2001
[11] De hecho. Para Ferdinand de Saussure, la lengua funcionaría sobre dos ejes: Un eje de selección y un eje de combinación. El eje de selección pone a disposición del hablante un repertorio de unidades combinables; por esto también se le llama reserva, memoria o paradigma. El paradigma es una memoria asociativa en que se articulan oposiciones de modo contrastivo. Se trata, ciertamente, de relacione in absentia. Un hablante elige los términos que utiliza contrastando unos con otros; así, construye un sintagma. El sintagma es la combinación concreta de signos; es la actualización que establezca relaciones de contigüidad in praesentia.
[12] Pensarnos una “función del sistema” como la extensión de la noción de hiperindustrialización de la cultura a todos y cada uno de los individuos-nodos que la alimentamos cotidianamente en cuanto modo de vida, consumo y deseo, en suma, como modo de ser.
[13] El lingüista estadounidense Dell Hymes, ha introducido una modificación al modelo de Jakobson. El punto de Hymes es que la noción de contexto se refiere tanto al tema o asunto tratado por un mensaje como a la situación o circunstancia concreta en que se da el mensaje. Así, Hymes propone una séptima función del lenguaje que él llama función situacional, y que se refiere al cuándo y dónde se efectúa la comunicación. El mismo Hymes sugiere una serie de preguntas para esclarecer un proceso de comunicación. De esta manera, el modelo de Jakobson se torna mucho más operacional.
[14] Estamos pensando, ciertamente, en Eco cuando señala: “Por tanto, si bien el referente puede ser el objeto nombrado o designado por una expresión, cuando se usa el lenguaje para mencionar estados del mundo, hay que suponer, por otra parte, que en principio, una expresión no designa un objeto, sino que transmite un CONTENIDO CULTURAL”
Eco, Umberto. Tratado de semiótica general. Barcelona.1977: 121
[15] Jean Baudrillard. Cultura y simulacro. Barcelona. Editorial Kairós, 2001 (6ºEdición).
[16] Para una discusión más detallada de este punto, véase:
Cuadra, A. Hiperindusria Cultura.. Santiago. Arcis. 2007 (en imprenta)
Versión resumida e-book: www.labrechadigital.org
[17] Landow, G. Hipertexto. Buenos Aires. Paidós. 1995: 13-49.
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