La visita del presidente de los Estados Unidos a Chile, es, fuera de toda duda, una cuestión importante para nuestro país y para la región. Se trata, después de todo, del primer presidente afro-americano instalado en la primera potencia mundial, premio Nobel de la paz y principal figura de la política mundial. Su visita a los extramuros del Imperio trae consigo todo el fasto mediático de luces y cámaras en directo.
Como resulta evidente, América Latina no constituye, hoy por hoy, un foco de interés particular en la política internacional norteamericana. Bastará recordar la crisis por la que atraviesan varios países petroleros del norte africano y el Golfo Pérsico, o la angustiante crisis que vive por estos días el Japón, para advertir que nuestra importancia relativa a los ojos de Washington es de segundo orden, a lo menos.
Los grandes temas latinoamericanos en la agenda de la Casa Blanca están relacionados con la inmigración ilegal y, desde luego, el tráfico de drogas. Sin embargo, hay una agenda menos pública relacionada con grandes inversiones en aspectos específicos de nuestra economía y, desde luego, en la venta de equipos y armamentos a los ejércitos de la región. La visita de Barack Obama a El Salvador, Brasil y a Chile señala el interés de la actual administración por marcar una presencia en un mercado apetecido por otras poderosas economías.
La visita de Obama es una valiosa oportunidad para poner sobre el tapete la imperiosa necesidad de que Washington entable un nuevo diálogo con sus vecinos del sur. Si bien el brutal garrote de las dictaduras militares va quedando, en apariencia, en el pasado, no es menos cierto que hoy muchos de nuestros países padecen las consecuencias brutales de una economía neoliberal que empobrece a millones de latinoamericanos, sin respeto por el medio ambiente ni por las minorías étnicas. Todavía están frescas en la memoria las bochornosas escenas vividas en Honduras hace algunos años, donde los mecanismos para preservar el respeto de la democracia fracasaron estrepitosamente. Hasta el presente, la realidad de Haití sigue siendo una afrenta a los latinoamericanos, lo mismo que la represión de que han sido objeto los pueblos originarios en el sur de nuestro país.
La presencia del presidente de los Estados Unidos en Chile es una buena oportunidad para hacerle notar a nuestro ilustre visitante que aquí, como en los países árabes, aspiramos al bienestar y a la felicidad de nuestros pueblos, en paz, con justicia y dignidad. Nos interesa, ciertamente, un diálogo respetuoso, franco y fructífero con la Casa Blanca. Dicho diálogo es una tarea pendiente que requiere, en primer lugar, una nueva institucionalidad democrática regional que incluya a todos los gobiernos de America Latina y el Caribe. De otro modo, la visita del presidente Obama a Chile será una amable conversación entre hombres de negocios.