viernes, 16 de mayo de 2008

BARACK OBAMA: VIENTOS DE CAMBIO

1.- High Hopes

Tal como era previsible desde hace algunas semanas, la contienda al interior del Partido Demócrata se ha resuelto a favor del candidato afroamericano Barack Obama. De manera que la cuestión capital hoy es preguntarse por el curso de la campaña entre el candidato Obama y su contendor republicano.

El candidato McCain es el último representante de una ola neoconservadora que inauguró el presidente Ronald Reagan. Este clima neoconservador se ha mantenido en el mundo desde la década de los ochenta y el fracaso de los socialismos no hizo sino acentuar su clara hegemonía, tanto en el ámbito tecnoeconómico como en la política no sólo de Estados Unidos. El efecto Reagan se ha sentido en el mundo entero, determinando un curso de derechas por doquier. Aunque podemos reconocer excepciones, éstas sólo confirman la regla general imperante. Los grandes centros de decisión política en el mundo se han orientado hacia el conservadurismo y el libre mercado, desde a Iglesia Católica a la mayoría de los gobiernos europeos.

John McCain posee la fuerza de una cierta inercia política, la misma que ha sido capaz de reelegir al actual mandatario. Norteamérica posee una matriz cultural conservadora, alejada del liberalismo de las grandes universidades y centros urbanos del Este. Digámoslo francamente, hay una Norteamérica plebeya, escasamente ilustrada, fanática religiosa, xenófoba, homófóbica, chauvinista y, en el límite, racista. La candidatura del “héroe de guerra” McCain se ajusta muy bien a ese “sentido común” de la cultura estadounidense. Un imaginario que ha sido construida por una sociedad de consumo prototípica y una potente industria cultural desde hace ya varias décadas.

El voto conservador no es patrimonio exclusivo de los WASP (White, Anglosaxon and Protestant), a ellos se suma, paradojalmente, el voto latino, comunidad construida por cierta inmigración económica en pos del sueño americano y la inmigración política, mayoritariamente conservadora. Ha sido este bastión duro el que ha asegurado décadas de dominio conservador en la Casa Blanca y en la Cámara de Representantes. Por ello, no se debe menospreciar las posibilidades ciertas del candidato republicano para dar continuidad al conservadurismo en Estados Unidos.

Barack Obama es un personaje no sólo carismático y telegénico sino refinado e inteligente. Su gran fortaleza, sin embargo, la encontramos en haber conjugado con astucia y sabiduría una magnífica campaña comunicacional con un sólido discurso filosófico moral. Internet y una cierta filosofía moral al servicio de un programa de reformas profundas que ha calado hondo en los sectores más empobrecidos de su país. Ante un McCain anclado en la tradición norteamericana, Obama se erige como un líder del cambio y la esperanza.

El senador afroamericano por Illinois ha sido el blanco de una dura campaña en su contra, tanto al interior de su propio partido como por parte de sus adversarios conservadores. Muchos de los reparos en su contra no pueden tomarse en serio, como la acusación xenofóbica por su origen étnico o su presunta proximidad con el Islam. Lo mismo , sostener que un senador de los Estados Unidos, acostumbrado a los vértigos políticos de Washington “carece de experiencia”, linda en lo ridículo, teniendo en cuenta no sólo su carrera de años, sino el hecho capital de que los gobiernos contemporáneos representan equipos de trabajo constituidos por expertos en todo orden de materias, desde la economía a la seguridad nacional. Digámoslo con claridad, Barack Obama es parte de la clase política norteamericana ligado al sector liberal y reformista del Partido Demócrata, en rigor, su más lúcido líder.

Estas consideraciones nos permiten ponderar el alcance del cambio que propone el candidato. Todo el discurso del candidato Obama apunta a una reconfiguración política y social en una sociedad tardocapitalista. En este sentido, su visión está en las antípodas del proyecto neoconservador, muy afín al liberalismo tecnoeconómico, pero enemigo del liberalismo político, tanto a nivel nacional como internacional.

De hecho, la sucesión de gobiernos conservadores ha sumido a la Unión Americana en una grave crisis no sólo económica sino política y social, y ha llevado al país a una difícil encrucijada internacional tras un proyecto imperial inconsistente. Dicho rudamente, ha convertido a los Estados Unidos de América en una de las principales amenazas a la paz mundial y en un riesgo permanente para la estabilidad económica y política del planeta. Si a eso se agrega la manera irresponsable de cómo se ha manejado la cuestión medioambiental, el balance es desastroso.

La figura de Barack Obama debe ser entendida en este contexto histórico. El representa la posibilidad de rearticular una sociedad burguesa desarrollada en el presente siglo, y en este sentido, la restitución de un sentido histórico democrático. Si durante todo el siglo XX la palabra “revolución” se entendió “contra” la hegemonía burguesa; en la actualidad, por paradojal que parezca, debemos estar preparados para asistir a una “revolución" desde y con la burguesía. En términos marxistas, podríamos aventurar que el siglo XXI, inaugura la posibilidad cierta de que se escenifiquen “revoluciones democrático burguesas” como correlato político a la reestructuración tecnoeconómica del capital. Lo que parecía una herejía hace algunas décadas, hoy encuentra condiciones de posibilidad en un mundo postcomunista.

La pregunta que debemos plantearnos es si acaso ha llegado el momento histórico para tal revolución democrática o continuará la radicalización imperial conservadora. A la luz de los antecedentes disponibles, todo indica que se ha llegado a un punto de inflexión en que se requiere cirugía mayor, algo que los conservadores de McCain no están dispuestos a enfrentar.



2.- Vientos de cambio


Pensar a Barack Obama como el próximo presidente de los Estados Unidos, lejos de ser un afiebrado relato de política ficción es una hipótesis no sólo posible sino muy probable. Por ello, es necesario analizar, sucintamente, las consecuencias de este giro político en Washington respecto de América Latina. Sostenemos que el triunfo de Barack Obama pone término a la hegemonía neoconservadora inaugurada por Ronald Reagan en la década de los ochenta y, en consecuencia, abre una nueva etapa que no vacilamos en calificar de una próxima Revolución Americana. Si estamos en lo cierto, el mundo entero debiera prepararse para una mutación profunda del escenario político y económico internacional.


Por de pronto, Barack Obama ha anunciado una revisión de los Tratados de Libre Comercio y un retiro paulatino de las tropas en Oriente Medio, al mismo tiempo se muestra mucho más sensible a cuestiones como el calentamiento global y la pobreza dentro y fuera de los Estados Unidos. Estas no son buenas noticias para los sectores más neoliberales de nuestros países. Chile, en particular, vive todavía sumido en el trauma postdictatorial con una clara hegemonía conservadora. Si bien exhibe al mundo gobiernos progresistas, lo cierto es que su fundamento constitucional y económico sigue estrechamente ligado al diseño militar de los ochenta. Por último, el mentado modelo económico chileno está muy lejos de haber superado aquella condición que solía llamarse “subdesarrollo”.

A diferencia de sus congéneres de mundo desarrollado, nuestra burguesía se encuentra mucho más próxima del pietismo conservador, cómplice de cierta nostalgia castrense, que del liberalismo democrático. Por esto, la afinidad con Washington puede atenuarse, lo cual no sería una novedad, pues esta situación se ha dado muchas veces en nuestra historia.

La presencia de un gobierno liberal reformista en los Estados Unidos puede significar un enfriamiento de las relaciones comerciales con los países del sur, pero también cierta reactivación de las relaciones culturales y políticas. Es posible, incluso, que la presencia de Barack Obama reanime una ola reformista en América Latina, como ocurrió en la era Kennedy.

El papel de los Estados Unidos en nuestra región, en un contexto post Guerra Fría, puede resultar mucho más importante de lo que se espera. A excepción de la senescente experiencia cubana, América Latina es terreno propicio para que la tremenda penetración mediática de estas últimas décadas acelere nuestra aproximación cultural y política a Washington.

Barack Obama es el rostro amable de la democracia norteamericana, sin embargo, dicha nación es también, y de manera inevitable, un Imperio. La cuestión para nosotros latinoamericanos es si acaso ese rostro amable que inspira a su nación será capaz de revertir décadas de historia y entablar un diálogo franco y fructífero para nuestros pueblos que buscan a su manera sus propias fórmulas democráticas.